– ¿Con quién hablo?
– Con alguien que trabaja para él.
– ¿Y por qué me cuenta esto?
La pregunta le sorprendió. ¿Por qué querría nadie contarle aquello a Doe?
– Porque -dijo B. B., decidiendo ser sincero- el Jugador es un gilipollas que se merece lo que le pase.
– Eso no se lo discuto.
B. B. colgó. Ahora las cosas seguirían su curso. Doe era despiadado y no vacilaría en quitar al Jugador de en medio. Nunca se lo confesaría, claro, pero a él eso le daba igual. En el vacío de poder que se crearía, Desiree entraría en acción y B. B. podría brindar por su éxito con Chuck Finn mientras tomaban un vaso de Médoc.
Doe colgó lentamente el auricular.
– ¿Quién era? -preguntó Pakken.
– Uno que disimulaba la voz.
– Eso me ha parecido. ¿Qué quería?
– Decirme que el Jugador me quiere joder.
– ¿Crees que es verdad?
Doe se instaló en su asiento.
– No, no lo creo. Vaya, si pudiera seguro que lo haría, pero no creo que sea verdad. Pero te diré que, sea lo que sea lo que está pasando, no se saldrá con la suya, porque una voz fingida para mí no significa nada. Le he reconocido.
24
En la galería, bajo la inmensa sombra de Bobby, vi una cucaracha roja del tamaño de un huevo que andaba cojeando hacia la puerta de la habitación del Jugador y se colaba por una grieta. Sé que podía haber dicho algo inteligente para salvar la situación, para que todo aquello se desvaneciera en una nube de humo, pero no se me ocurrió nada.
– Bobby -dije. Mi voz me sonaba pastosa y estúpida-. ¿Qué tal?
– ¿Qué hacías ahí dentro? -preguntó él señalando la puerta.
Las palabras me salieron a trompicones.
– El Jugador me ha pedido que viniera a buscarle una cosa. -¿Por qué no? A Bobby nuestra reunión de aquella mañana le había desconcertado.
Él siguió mirándome.
– ¿No tendrías que estar vendiendo?
Me encogí de hombros.
– Sí, claro. Pero, ya sabes. El Jugador… Y tú, ¿qué haces tú aquí?
– He venido a por unas pastillas -dijo él con aire ausente-. El estómago me está matando.
– Espero que te mejores. Nos vemos luego, en el punto de recogida, ¿vale?
Y me fui a toda prisa, con la esperanza de haberlo dejado tan perplejo que no le dijera nada al Jugador hasta que acabara el fin de semana.
Cuando volví a mi habitación, temblando aún por mi hazaña, me quedé mirando la información que había anotado, tratando de decidir qué hacer con ella. Y entonces lo supe.
Saqué las páginas amarillas y pasé las hojas hasta que llegué a «Detectives privados». Nada, pero me remitía a «Investigadores». Aparecían una docena de nombres, pero solo había tres anuncios. Yo quería a alguien que hubiera puesto un anuncio; no podía arriesgarme a topar con algún estafador de poca monta… no con lo que me llevaba entre manos. Después de examinar los anuncios me decidí por Chris Denton Investigations. El anuncio ocupaba un cuarto de la página, y en él aparecía la silueta de un hombre agachado, tomando una fotografía con un teleobjetivo. El texto aseguraba que Chris Denton destacaba en trabajos de vigilancia, investigación criminal, infidelidades, comprobaciones de empleados potenciales, asistencia en procesos, fraude laboral, personas desaparecidas, pruebas para la custodia de menores, impugnación de testamentos y prevención de pérdidas, que ignoro qué podía ser. Pero, lo más importante, ponía que aquel individuo podía investigar los antecedentes y el historial de otros, que seguramente era lo que yo buscaba.
Era un número local, así que no necesitaría la tarjeta de crédito, pero no me pareció buena idea llamar desde la habitación porque quedaría constancia de la llamada en mi factura. Por eso anoté la información en el mismo papel donde había copiado los datos de la tarjeta de visita de William Gunn y salí. Había visto una cabina detrás del motel, donde el aparcamiento coincidía con la autopista, así que caminé hasta allí.
Una voz chillona contestó al primer tono.
– Denton.
Tanto llenarme la boca con el cuento de la igualdad entre sexos con la agente Toms, y no me había parado a pensar que Chris Denton pudiera ser mujer.
– Oh -dije estúpidamente-. Pensaba que sería un hombre.
– Y lo soy, imbécil -respondió la voz-. Soy un hombre con voz de mujer, ¿vale? Por teléfono todo el mundo piensa que soy una mujer. ¿Podemos seguir ya?
– Sí, claro. Lo siento.
– No lo sientas, idiota. Tú dime lo que quieres y ya está.
– Vale, ¿puede comprobarme los antecedentes de una persona?
– ¿Cómo has conseguido el número?
– Por el anuncio de la guía telefónica.
– ¿Y no ponía que se comprueban los antecedentes de quien quieras, Sherlock?
– Sí, es posible que aludiera a algo parecido.
– Entonces ya tienes tu jodida respuesta, ¿no? Mira, estaba ocupado con algo de papeleo. Pásate por mi despacho dentro de una hora.
– No puedo -dije-. Estoy en una especie de aprieto y tengo que hacer esto por teléfono.
– ¿También me pagarás por teléfono?
– Le daré el número de una tarjeta de crédito. Puede comprobarla primero si quiere, para asegurarse de que todo está correcto.
– Oh, ¿no me digas? -espetó el otro-. Muchas gracias por darme permiso. Bueno, dame lo que tengas.
Le leí la información que había anotado.
– Estoy buscando algo público sobre este hombre. Si tiene historial delictivo. Si hay algún artículo de prensa sobre él. Esa clase de cosas.
– Bien -dijo Denton.
– Lo necesito lo antes posible.
– Le dijo el cura a la puta. ¿Cuándo?
– Hoy mismo.
Hubo un silencio.
– Necesito cuatro o cinco horas, pero un trabajo tan rápido te saldrá caro. Doscientos.
Era más de lo que esperaba, y desde luego más de lo que quería cargar a mi tarjeta. Sabía que me causaría problemas con Andy. Incluso si le avisaba, si le pagaba antes de que le pasaran el recibo de la tarjeta (que no lo haría, porque lo hice una vez y cuando llegó el extracto dijo que no le había pagado), me diría que estaba malgastando su dinero (como si el crédito fueran unos calzoncillos que podían estirarse). Pero había que pagar, así que le di a Denton los datos de la tarjeta y colgué.
Cuando me di la vuelta, el coche de Melford estaba aparcado justo delante de la cabina. No le había visto llegar.
– ¿Cómo va, forastero? -dijo a través de la ventanilla bajada.
¿La verdad? Me alegraba de verle. Obviamente él no había tenido problemas con Doe y había escapado. Pero eso no significa que yo estuviera preparado para más aventuras.
– No, gracias -dije.
– Ya hemos pasado antes por esto -comentó Melford con una gravedad fingida-. ¿Por qué no pasamos directamente a la parte en que subes al coche?
– Olvídalo. He visto morir a gente, me he colado en edificios, me he visto acosado y golpeado por un policía y casi me han arrestado. Y ¿sabes qué es lo peor? Que me has dejado tirado, Melford. Ibas a dejar que pagara por tus crímenes. Así que si piensas que voy a subirme en ese coche contigo, es que estás loco.
– ¿Que te he dejado tirado? Lemuel. Yo estaba allí, todo el tiempo. No habría dejado que te pasara nada.
– ¿Sí? Vaya, ¿y qué pensabas hacer?
– ¿Quién crees que avisó a la policía? ¿Crees que aquella bella señorita apareció por allí sin más? Sabía que si venía alguien de la policía del condado podía ayudar, así que los llamé. Si hubiera tenido que hacerlo, le habría metido una bala en la cabeza a Jim Doe, pero esperaba poder evitarlo. Pensé que querrías que lo evitara.
– Uau, qué detalle. Nadie se había contenido nunca por mí para no matar a un poli.
– Mira, estabas en un aprieto, no lo niego. Pero de todos modos ya estábamos en un aprieto. No estás en esto porque lo hayas elegido, y lo siento, pero el caso es que lo estás. Tendrás que aceptarlo. Y cuando las cosas se han puesto feas, te he ayudado, ¿no? Tenías problemas y yo he solucionado la situación. ¿Verdad? -me sonrió-. Te he ayudado, ¿no?