Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Cuando llegué a la calle de Karen y Cabrón, avancé pegado a las caravanas, tratando de evitar las luces. La caja con archivos donde ponía oldham health services estaba allí desde el principio, en la caravana. Allí estaba la clave de todo, la explicación de por qué Melford los había matado y qué me ocultaba.

Me sentía extrañamente exaltado. Cuando leyera aquellos archivos, por fin lo entendería todo. Por fin sabría quién era realmente Melford, qué buscaba. Y sabría si de verdad tenía intención de dejarme salir ileso de todo aquello.

Miré por la parte de atrás de la caravana y vi que la puerta de la cocina estaba abierta. Fuera no había ningún coche, ni se veía ningún haz de luz en el interior. Me acerqué a la puerta y escuché. Nada.

Era una estupidez, una idiotez. Lo sabía, pero de todos modos entré. Tenía que verlo.

Encendí la linterna para echar un vistazo rápido. Era un aparato bastante malo, y emitía una luz anémica; aun así, vi que había algo en el suelo de la cocina.

Se suponía que debería haberme acostumbrado a la muerte, pero lo cierto es que cuando vi aquel nuevo cadáver fue como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Di un paso atrás, tambaleante, y topé con el mostrador de la cocina.

Volví a enfocar aquella luz endeble sobre el cuerpo para asegurarme. No, no había error posible. Bajo la luz amarilla y distorsionada de la linterna vi el rostro del hombre al que había visto en la habitación del Jugador, el del traje de lino, el que parecía distraído. El que pensé que era B. B. Gunn.

Tenía la cara ensangrentada, pero no habría sabido decir cómo había muerto. Tampoco me interesaba especialmente. Me volví con la intención de salir huyendo, pero una linterna mucho más potente que la mía me enfocó a los ojos. No puedo decir que me sorprendiera. En cierto modo, parecía inevitable.

Me detuve en seco. La luz era demasiado fuerte para que viera quién había detrás, pero ya lo sabía. Solo podía ser una persona.

– Vaya, vaya, si tenemos aquí al aficionado a los detectives privados -dijo Jim Doe.

Me lo quedé mirando. ¿Cómo sabía eso?

– Idiota -me dijo con una risa aguda-. Quieres averiguar algo sobre B. B. y vas y contratas a un colega mío. ¿No se te ocurrió pensar que un tipo que vive en Meadowbrook Grove seguramente me conocería? En fin, ya no importa. Estás arrestado por asesinato.

Durante un segundo, puede que dos, no me moví, pero en ese tiempo se me pasaron un sinfín de cosas por la cabeza. Pensé en lo improbable que era que Doe disparara a un vendedor de enciclopedias desarmado. No le interesaba llamar la atención. Y, teniendo en cuenta que nuestro encuentro anterior había sido presenciado por Aimee Toms -policía del condado que había advertido a Doe que se mantuviera lejos de mí-, un disparo atraería el tipo de investigación que Doe no podía permitirse. Por otro lado, también cabía la posibilidad de que me disparara e hiciera desaparecer mi cuerpo. Y no volvería a ver a Chitra.

Así que corrí.

33

El mocoso salió huyendo. Bueno, ¿y qué esperaba? ¿Que se quedara allí sentado y dijera «Sí, creo que no tengo más remedio que ir contigo y dejar que me mates»? Y cómo corría… No tenía intención de perseguirle. Jesús, con aquel dolor en las pelotas casi no podía caminar, así que no digamos correr. Lo intentó, corrió unos treinta metros quizá, pero tuvo que parar. Parecía que iba a desmayarse. O a vomitar.

Bueno, que se fuera. No necesitaba detener a nadie por el asesinato de B. B. Lo arrojaría a la laguna de desechos. Seguramente era la mejor opción.

Doe se quedó allí doblado, respirando con dificultad, con las manos en las rodillas, tratando de aclararse las ideas y disipar los remolinos negros que le nublaban la vista. El problema era deshacerse del cadáver de B. B., y en eso estaba solo. Un rato antes su teléfono había sonado, y desde el otro lado de la línea alguien que fingía la voz -el segundo de la noche, aunque lo reconoció, sabía que era aquel mocoso que trabajaba para el Jugador, Ronny Neil- le dijo que fuera a la caravana de Karen. Que le esperaba una sorpresa.

No culpaba a aquel mierda por engañarle. Desde luego, encontrarse con el cuerpo de B. B. había sido una sorpresa. Le habían dado a base de bien, le habían golpeado tanto que tenía las piernas como mantequilla y la cara hecha un cromo. Uno de los ojos estaba muy abierto, prácticamente se salía del globo ocular. Lo habían hecho picadillo.

No encontró mensajes, ni instrucciones, pero Doe no necesitaba que le dijeran lo que tenía que hacer. El Jugador había quitado de en medio a B. B., y eso estaba bien. Para él era un alivio que el Jugador hubiera tomado el mando. Como había dicho antes, había cosas muy importantes en juego, mucho más importantes que su ego. Había dinero, e incluso si B. B. no hubiera querido joder al Jugador, no dejaba de meter la pata. Aun así, su cuerpo planteaba ciertos problemas reales, y el primero era que aquella zorra tan rara pensaría que lo había hecho él. Habían dejado el cuerpo en su territorio para buscarle problemas, para que le quedara claro que era el Jugador quien mandaba.

A Doe no le importaba. No le importaría quién llevara las riendas mientras las llevara alguien y el dinero siguiera entrando. Si el Jugador creía que tenía que demostrar que era un hombre duro, pues perfecto. Si creía que tenía que presionarle y exigirle que encontrara el dinero o le diera una explicación, también perfecto. No había llegado a donde estaba por no saber reaccionar en los momentos en que estaba sometido a presión.

Haría lo que el Jugador quería como una muestra de buena voluntad, así el hombre vería que las cosas funcionaban y que no tenía sentido cambiar nada. Entendería que el negocio iba adelante porque lo tenía controlado. Porque no llamaban la atención. Eso siempre significaba trabajar con grupos reducidos, exponerse lo menos posible y evitar el derramamiento de sangre. Aquel fin de semana habían muerto cuatro personas, y eso era mucho. El Jugador no lo quitaría de en medio, de ninguna manera. Aun así, era posible que tratara de dejarlo al margen o de quitarle responsabilidad. No le gustaba tener que suplicar, pero si eso significaba dinero… haría lo que fuera.

Todo lo cual significaba que tenía que llegar al fondo de aquella mierda. Y eso estaba bien, porque ahora Doe ya sabía qué era cada cosa. Sabía por qué el chico le había hablado de él al Jugador. Y sabía dónde estaba el dinero. Así de sencillo. Si encontraba al chico, encontraría el dinero.

34

Yo nunca había sido un corredor especialmente rápido. Se me daban mejor las carreras de fondo, pero tampoco en estas solía ganar. Aun así, de vez en cuando no lo hacía mal en los quinientos metros. En la mayoría de los maratones lo importante no era ganar, sino llegar al final. No obstante, aunque no fuera el corredor más veloz del condado, y ni siquiera de mi escuela, desde luego era mucho más rápido que un poli corrupto, entrado en años, nada en forma y con un espantoso corte de pelo.

Hice girar y girar mis piernas en la oscuridad, como un loco, hasta que me sentí como un personaje de dibujos animados cuya parte inferior no es más que una rueda emborronada bajo el cuerpo. A veces, al final de una carrera de fondo, me gustaba hacer un sprint, y me maravillaba que mis piernas pudieran hacer algo así, que mis pies se movieran tan deprisa y con tanta fuerza sin necesidad de fijarme en el suelo que pisaba.

Nunca había tenido que huir de aquella forma, en una oscuridad casi total, con un policía siguiéndome. No importaba. Corrí y seguí corriendo hasta que estuve seguro de haber corrido unos tres kilómetros o más. Estaba acostumbrado a seguir un tempo, a amoldar la velocidad a mis ritmos naturales, pero esa vez me limité a correr lo más rápido que pude. Lo demás no importaba.

77
{"b":"115322","o":1}