Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Si mantienes las notas y consigues buenos resultados en las pruebas de acceso -dictaminó-, puedes conseguir una beca. Y el hecho de estar en el equipo de atletismo ayudará. Te rebajarán mucho el precio, y podrías pedir algún préstamo. Y si con eso no hay bastante para pagarlo -anunció con gesto magnánimo-, ya se nos ocurrirá algo.

Andy puso la semilla. Yo siempre me había considerado un chico listo, siempre me había sentido capaz de hacer cosas inteligentes, pero ir a Harvard o Yale… Eso estaba fuera de mi alcance, como ser astronauta o embajador en Francia. Aun así, Andy lo sugirió, y yo lo quería. Quería las oportunidades que podía darme un título de la Liga. Podía convertirme en un historiador importante, o dirigir películas, o entrar en política. Cuando Andy lo puso sobre la mesa, supe que era la salida, una salida a un futuro genuinamente lejos de Florida.

El verano siguiente, cuando fui a visitar a mis abuelos en New Jersey, lo arreglé todo para visitar Columbia, Harvard y Princeton en tres fines de semana diferentes. Aunque cada año iba a ver a mis abuelos, que vivían a cuarenta y cinco minutos de Nueva York, en el condado de Bergen, cuando fui al campus de Columbia en el Upper West Side no había estado nunca en la Gran Ciudad. Enseguida me dejé seducir y me fui totalmente convencido de que quería estudiar en la Universidad de Columbia.

De hecho, en el momento en que el coche pasó por el puente George Washington supe que, en el fondo de mi mente, siempre había conocido Nueva York. Quizá había asimilado lo que era la ciudad por el cine. Debía de haberla visto en la pantalla cientos de veces, pero nunca significó nada para mí, no era más que un paisaje urbano distante. Pero en la realidad, sobre el terreno, con el ruido y la gente, los chicles pegados en las aceras y la basura y los sin techo, me pareció algo totalmente distinto. Había descubierto la antiFlorida.

– Columbia está bien -me aseguró Andy- y, si es el único sitio donde puedes entrar, estupendo. Pero no tendría que ser tu primera opción. Harvard es la mejor. -Cruzó los brazos con autoridad, aunque lo más cerca que había estado él de Harvard era el aeropuerto de Logan, en el puente aéreo.

Al final, aquello no tuvo importancia, porque Yale, Harvard y Princeton rechazaron mi solicitud. Columbia la aceptó, como hicieron inopinadamente Berkeley y mi seguro, la Universidad de Florida. Cuando recibí la carta de admisión, una lluviosa tarde de sábado, corrí a decírselo a Andy, que estaba descansando en su asiento reclinatorio en la salita, viendo un partido de golf por televisión.

– Columbia -comentó-. Algo es algo, si Harvard y Yale te han rechazado…

– No me lo puedo creer -dije yo. No dejaba de andar arriba y abajo, porque estaba demasiado exaltado para quedarme quieto-. Voy a vivir en Nueva York. Qué pasada.

Andy puso cara larga, clara señal de que las cosas iban a ponerse feas. Meneó la cabeza mientras se preparaba para aguarme la fiesta.

– Piénsalo bien. La Universidad de Florida no está mal. Si vas a Nueva York te atracarán.

– Hay millones de personas en Nueva York. No pueden atracarlas a todas.

– Atracarán a otros, pero a ti no, ¿verdad? ¿Eso crees? ¿Qué pasa, que tú estás exento?

– No vale la pena preocuparse por eso.

– Bueno, pues yo recibí una educación muy buena en la Universidad de Florida. ¿No te parece lo bastante buena para ti?

– No quiero ir a la Universidad de Florida, quiero estudiar en la de Columbia. Fuiste tú quien me dijo que tratara de entrar en una universidad de la Liga.

Andy encogió los hombros y miró por encima de mi hombro para ver a alguien fallando un putt de un metro.

– Sí, y lo has logrado. Yo solo digo que quizá no te interese estudiar en la Universidad de Columbia. En Harvard o Yale, sí. Pero te han rechazado. Quizá han visto algo en tu solicitud y han decidido que no eres bueno. ¿No crees que te estarías rebajando si dejas que Columbia te acepte como premio de consolación?

– Eso que dices es tan estúpido que ni siquiera sé cómo llamarlo.

– Si tuvieras un vocabulario más amplio quizá te habrían aceptado en Harvard. Yo creo que la universidad estatal es mucho mejor. No querrás convertirte en uno de esos esnobs de la Ivy League, ¿verdad?

No pensaba dejar que me convenciera. Lo bueno de Columbia era que allí nadie me conocería. No me encontraría con nadie del instituto ni de mi barrio. Cuando decía dónde me iba a matricular, la mayoría pensaban que les estaba hablando de Carolina del Sur. En la universidad ya no sería el perdedor que antes estaba gordo… sería quien yo dijera que era. No solo podría escapar de Florida, sería una ruptura, quizá la más importante que podía esperar en mi vida. No pensaba desaprovechar la oportunidad.

El día de la graduación, mientras bebía un refresco de naranja con mi familia antes de salir con mis amigos a una fiesta de un primo de uno de ellos, Andy me llevó a un aparte.

– ¿Sabes? -me dijo-, he estado mirando tus papeles para la solicitud de Columbia. Quizá no es el mejor momento, pero no sé cómo piensas pagarlo. Incluso con las becas y los préstamos, necesitarás otros siete mil dólares anuales. Eso son casi treinta mil dólares. ¿De dónde piensas sacarlos?

Yo miraba al suelo.

– Me dijiste que me ayudarías.

– Y ya lo he hecho, ¿o no? -No le pregunté en qué, porque invariablemente me habría venido con algo del estilo de «No te ha faltado un plato en la mesa y blablablá»-. Vamos, Lem. No soy tu padre. Tu padre anda por ahí perdido, fumando hierba y persiguiendo nativas en top-less. Uga buga -añadió abriendo mucho los ojos-. Tendría que pagarlo él. ¿Le has preguntado alguna vez por el tema?

– No sé cómo ponerme en contacto con él.

– Entonces, ¿quieres que lo pague yo todo sin haberle preguntado siquiera a tu padre?

– Dijiste que me ayudarías -fue lo único que conseguí decir.

Era el día de mi graduación, y Andy se había estado reservando aquella bomba para soltarla en el momento en que hiciera más daño.

– Vamos. La Universidad de Florida está bien.

– No pienso ir -dije tratando de evitar el tono llorica-. Estudiaré en Columbia.

Andy sonrió y meneó la cabeza.

– Entonces, creo que tendrás que ganar mucho dinero este verano, ¿no te parece?

Al día siguiente llamé a la oficina de admisiones de Columbia y conseguí un aplazamiento. Y empecé a investigar. ¿Cómo podía conseguir treinta mil dólares en un año? No tardé mucho en descubrir que las ventas eran la mejor salida. Y las enciclopedias parecían el comienzo perfecto.

11

– Esto es muy extraño -dijo Melford-. No es lo que uno esperaría.

La muerte y la oscuridad ocultaban sus facciones, pero vi que la tercera víctima era una mujer con una permanente corta de rizo muy apretado. Llevaba vaqueros ajustados y una blusa abierta que me pareció del mismo color que la oscuridad. Tenía la boca abierta y la lengua fuera, como una criatura estrangulada en un cómic. Por las señales del cuello, supuse que así era como la habían matado.

– ¿Quién es? -conseguí decir.

– Ni idea. Pero diría que es la mujer a la que vimos cuando pasamos antes.

– Bueno, ¿y qué ha pasado? -Me ponía malo hablar con aquel tonillo lloroso, pero creo que estaba en mi derecho. Ya era bastante malo haber presenciado dos asesinatos ese día lo suficientemente cerca para oler la sangre que salió de las cabezas de Cabrón y de Karen. Y ahora otro. No estaba hecho para aquello y tuve que hacer un gran esfuerzo para no venirme abajo. Ni siquiera sabía muy bien qué significaba eso de venirse abajo, pero cuando lo viera seguro que lo sabría.

Melford meneó la cabeza.

– Supongo que el policía la mató.

– ¿Qué?

– ¿Y quién si no? Lo vimos con ella. Y ahora está muerta, a unos metros de donde pasó. ¿Por qué iba a dejarla sola el policía en la escena del crimen sabiendo que el asesino podía estar cerca? Y, puesto que sabemos que el asesino no la ha matado, lo lógico es pensar que ha sido el policía.

31
{"b":"115322","o":1}