– No creo que esto sea necesario -dije. La voz me temblaba, el pánico empezaba a dominarme.
Doe me cogió por los hombros clavándome los dedos con la suficiente fuerza para hacerme un morado. Me dio la vuelta y me empujó contra el lateral del coche patrulla. Si no hubiese echado la cabeza hacia atrás, me la habría golpeado contra la ventanilla del lado del acompañante. Por un momento pensé que iba a caerme. Conseguí mantener el equilibrio, pero Doe me dio un empujón en la cabeza y mi nariz golpeó con fuerza el cristal. Un chorrito de sangre empezó a gotear de uno de los orificios.
Solo tuve un instante para procesar el dolor, porque entonces llegó otro. Doe me golpeó con las esposas, me esposó la mano izquierda y luego la derecha. El metal frío se me clavaba en la carne, y aquella extraña combinación de dolor y entumecimiento se me extendió por los brazos.
Sentí otra vez su zarpa en mi hombro y me obligó a girar para mirarle.
– Las esposas están muy apretadas -jadeé-. Me va a cortar la circulación.
– Cierra el pico. -Y me propinó un puñetazo en el estómago.
Me quedé sin aire y me doblé, dejé escapar un «¡Ou!», pero luego me enderecé. El lo mein vegetal giraba y giraba en mi estómago. Por más que me doliera, sabía que Doe se había contenido, y no me apetecía nada averiguar cómo sería un puñetazo de verdad.
– Bueno -dijo-. Déjate de rollos y dime qué haces aquí.
– Ya se lo he dicho. -Mi voz sonó muy poco convincente y me eché a temblar. Me salía sangre de la nariz y la boca. Notaba un rugido en los oídos.
– No me has dicho una mierda. Siempre apareces en los sitios más delicados, chico. No me vas a convencer con ese cuento de que estabas dando una vuelta.
– ¿Estoy arrestado?
– No tienes esa suerte. -Doe abrió la puerta de atrás y me hizo entrar, asegurándose de que me golpeaba la cabeza contra el marco-. Quiero que te quedes ahí sentadito mientras echo un vistazo a ver si descubro qué te traes entre manos. Reza para que no encuentre nada, porque de lo contrario terminarás haciéndole una visita a ese pozo de mierda que tienes ahí. -Indicó con el gesto la laguna de desechos y cerró la puerta.
No pensaba llorar, por mucho que tuviera los ojos empañados y sintiera un nudo en la garganta. Aquel no era Kevin Oswald, de la clase de gimnasia, que me pegó con tanta fuerza en el vestuario que me hizo caer hacia atrás por encima del banco y golpearme la cabeza contra la taquilla de Teddy Abbot. Era un policía que obviamente estaba actuando al margen de la ley, seguramente era culpable de asesinato y estaba decidido a hacerme algo realmente feo. Me concentré en lamerme la sangre salada que me goteaba lentamente de la nariz y se me acumulaba sobre el labio superior.
Traté de forcejear, pero me dolía demasiado, sentía las manos como bolsas de agua caliente llenas a rebosar y a punto de reventar. Y me pregunté «¿Me provocarán algún daño permanente las esposas?», «¿Hace falta que me preocupe por la posibilidad de sufrir un daño permanente?». ¿Qué posibilidades había de que siguiera con vida y dentro de, pongamos, diez años tuviera la oportunidad de restregarme las muñecas y pensar en la antigua herida de las esposas?
¿Dónde demonios estaba Melford? Supuse que podría dejar de atender al ganado durante unos minutos y venir a rescatarme. A él no le intimidaría algo tan insignificante como enfrentarse a un policía. Melford se había disociado del aparato ideológico estatal, o eso decía, así que no creí que tuviera muchos reparos en acercarse sigilosamente a un policía y darle un buen porrazo en la cabeza. Eso esperaba, aunque no pude evitar pensar si no aprovecharía la ocasión para dejar que cargara con la culpa de todo lo que había pasado.
Miré por la ventanilla y vi que Doe caminaba despacio, con las piernas muy abiertas, como un cowboy de otros tiempos, en dirección al edificio. ¿Seguía Melford allí, chasqueando la lengua mientras les arrojaba comida a unos cerdos enfermos? ¿O estaría preparando un ataque sorpresa? ¿Se habría cubierto de hojas y ramitas y se acercaba reptando lentamente para saltar de repente y rebanarle el pescuezo al policía?
No quería verme implicado en otro asesinato, y menos en el de un policía. Aunque estaba totalmente convencido de que Doe era la clase de persona a la que valía la pena matar, a la que habría sacrificado gustosamente para salvar a un perro, incluso a un perro moderadamente valiente, seguía teniendo reparos ante la idea del asesinato. Desde luego, no me apetecía nada ser un fugitivo acusado del asesinato de un poli. Doe podía ser un violador de niños, pero si le mataban, hasta el último policía del mundo perseguiría a su asesino.
Todo aquello dejó de tener importancia cuando vi que otro coche patrulla se acercaba por el camino de tierra y salía de entre los pinos. Eso significaba que superaban a Melford en número. Doe tenía refuerzos, y los agentes que quedaban en comisaría estaban al corriente de la situación. Si les pasaba algo, seríamos fugitivos a nivel internacional.
Entonces reparé en que el segundo coche patrulla no era azul oscuro, como el de Doe, sino marrón. En lugar de poner City of Meadowbrook Grove en el costado, ponía Departamento del sheriff del condado de Grove. Miré a Jim Doe, que también se había vuelto a mirar el coche, e incluso a aquella distancia vi que sus labios formaban dos sílabas. Y se parecían mucho a «Mier-da».
Doe empezó a caminar enérgicamente de vuelta a su coche, agitando un brazo con violencia y sujetándose el sombrero con la otra mano para que no se le cayera. El coche marrón del departamento del sheriff paró delante del coche de Doe; una mujer, ataviada con un uniforme marrón poco favorecedor, se apeó.
Era difícil decir qué podía favorecerla; no era fea, pero se la veía recia y curtida, tenía una constitución demasiado masculina y la cara como aplanada. Llevaba el pelo, corto y de color castaño, recogido en una cola de caballo muy sensata, de las que no se te meten en la cara cuando saltas por encima de una verja o entras corriendo en un callejón en persecución de los malos.
La mujer miró a Doe, luego miró a la parte de atrás del coche de Doe, y por un momento estableció contacto visual conmigo. Y entonces se agachó para coger el comunicador de radio de su vehículo.
– Eh, un momento -oí que decía Doe, aunque su voz quedó amortiguada por el cristal. Sujetándose el sombrero con una mano, trató de correr con sus andares de pato hacia ella-. Espera un momento.
La mujer dejó la radio. Yo tenía la sospecha de que se equivocaba, pero no iba a ponerme a gritar o a golpear la ventanilla con la cabeza… Ni siquiera sabía si la presencia de aquella nueva policía potencialmente no corrupta era una buena o una mala noticia.
– No hay necesidad de dar ningún aviso -dijo Doe, algo jadeante por la carrera. Y le dedicó una sonrisa que supuestamente era amistosa pero que a mí me pareció grotesca-. ¿Qué prisa tienes, Aimee?
Ella me miró. Yo traté de suplicar con la mirada.
– ¿Qué coño está pasando aquí?
– No me gusta que las señoras digan palabrotas -le dijo él.
– ¿Qué pasa, ahora somos ministros de la Iglesia? Me importa una mierda lo que a ti te guste. Quiero saber qué está pasando.
– He cogido a un intruso -dijo Doe-. Nada más. Puede que haya otros. Aún tengo que registrar la zona. Y esto está en la jurisdicción de Meadowbrook Grove, por no hablar de que estamos en mi propiedad. Así que si no te importa meterte en tus asuntos, te prometo que yo no meteré las narices en los tuyos. -Y desplegó otra sonrisa-. No, no me meteré en nada tuyo.
Los ojos dé ella se cruzaron con los míos.
– Jim, sabes perfectamente que no puedes ordenarle a un policía del condado que salga de un municipio, y si sospecho que tramas algo, estoy autorizada a echar un vistazo. Se llama «causa probable», un concepto bien conocido entre los policías. Y deja que te diga que ese chico de aspecto lastimoso que tienes en el coche, y que se está lamiendo la sangre, para mí es una causa probable.