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Rodé por el suelo y noté la madera noble contra la mejilla mientras combatía los sollozos que me sacudían el cuerpo entero. Toda mi vida había pasado de una soledad a otra, y el mero recuerdo del instante en que oí decir a Peter que me dejaría solo en el hospital me sumió en una profunda desesperación, igual a la que había sentido en el edificio Amherst años atrás. Supongo que desde el momento en que nos conocimos supe que yo estaba destinado a quedarme atrás, pero aun así oírlo de primera mano fue como un puñetazo en el pecho. Existen ciertas tristezas que no abandonan nunca el corazón de uno por mucho tiempo que pase, y ésta era una de ellas. Escribir las palabras que Peter dijo esa tarde volvió a despertar toda la desesperación que los fármacos, los tratamientos y las sesiones terapéuticas habían ocultado tantos años. Mi dolor estalló y me destrozó por dentro.

Gemí como un niño hambriento abandonado en la oscuridad. Mi cuerpo se convulsionó con el impacto del recuerdo. Echado en el suelo frío como un náufrago arrojado a una playa desconocida, cedía la total futilidad de mi historia y dejé que todos los fracasos y errores encontraran su voz en un sollozo incontrolable, hasta que, exhausto, me callé por fin.

Cuando el terrible silencio de la fatiga llenó el aire, distinguí una distante risa burlona que se desvanecía entre las sombras. El ángel seguía cerca, gozando con cada filigrana de dolor que yo sentía.

Levanté la cabeza y gruñí. Seguía cerca. Lo bastante cerca para tocarme, lo bastante lejos para que no pudiera agarrarlo. Notaba cómo la distancia se reducía milímetro a milímetro a cada segundo. Era su estilo. Esconderse. Evadirse. Manipular. Controlar. Entonces, en el momento propicio atacaba. La diferencia era que, esta vez, el blanco era yo.

Me recobré, me puse de pie y me sequé las lágrimas con la manga. Me giré a uno y otro lado para buscar por la habitación.

– Aquí, Pajarillo. Junto a la pared.

Pero no era la voz siseante, asesina, del ángel, sino la de Peter.

Me volví. Estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared de la escritura.

Parecía cansado. No, eso no es del todo correcto. Había superado el agotamiento para llegar a un ámbito distinto. Llevaba el mono manchado de hollín y polvo, y la cara sucia, surcada de sudor. Su ropa estaba desgarrada, y tenía las botas de trabajo cubiertas de barro y hojarasca. Jugueteaba con el casco plateado, que hacía girar entre las manos como si fuera una peonza. Pasado un instante, con el casco dio unos golpecitos en la pared.

– Te estás acercando -comentó-. Supongo que no comprendí lo aterrado que tenías que estar del ángel. No vi venir lo que hiciste. Menos mal que uno de nosotros estaba loco. O lo bastante loco.

Incluso con toda la suciedad que lo cubría, la tranquilidad de Peter seguía presente. No pude evitar sentir alivio. Aun así, me puse de cuclillas frente a él, lo bastante cerca para poder tocarlo, pero no lo hice.

– Está aquí-susurré-. Nos está escuchando.

– Ya lo sé. Que se vaya a la mierda.

– Esta vez viene por mí. Como prometió entonces.

– Ya lo sé -repitió.

– Necesito tu ayuda, Peter. No sé cómo combatirlo.

– Tampoco lo sabías antes, pero lo dedujiste -respondió mi amigo. Esbozó una ligera sonrisa por encima de su agotamiento, por encima de toda la suciedad acumulada.

– Ahora es diferente -indiqué-. Antes era…

– ¿Real?

Asentí.

– ¿Y esto no lo es?

No supe qué contestar.

– ¿Me ayudarás? -insistí.

– No sé qué necesitas, pero haré lo que pueda. -Peter se levantó despacio. Por primera vez, observé que tenía el dorso de las manos carbonizado, ensangrentado y en carne viva. La piel suelta le colgaba de los huesos y tendones. El bajó los ojos y se encogió de hombros.

– No puedo impedirlo -comentó-. Cada vez es peor. No le pedí que entrara en detalles porque creí comprenderlo. En el silencio que se produjo, se volvió y echó un vistazo a la pared. Sacudió la cabeza.

– Lo siento, Pajarillo -musitó-. Sabía que te haría daño, pero no lo difícil que sería.

– Estaba solo -comenté-. A veces me pregunto si hay algo peor en el mundo.

– Hay cosas peores -aseguró con una sonrisa-. Pero entiendo lo que dices. Sin embargo, no tenía elección, ¿no?

– Ya.-Meneé la cabeza-. Tenías que hacer lo que querían. Y era tu única posibilidad. Lo entiendo.

– No se puede decir que me saliera espléndido -comentó Peter. Rió como si fuera una broma y sacudió la cabeza-. Lo siento, Pajarillo. No quería dejarte, pero si me hubiera quedado…

– Habrías terminado como yo. Lo entiendo, Peter.

– Pero estuve ahí en el momento crucial.

Asentí.

– Y también Lucy.

Asentí de nuevo.

– Todos lo pagamos caro, ¿verdad? -observó.

En ese instante, oí un alarido, como un aullido de lobo. Un sonido sobrenatural, lleno de rabia y de ansia de venganza. El ángel.

Peter también lo oyó, pero no lo asustó como a mí.

– Viene por mí, Peter-susurré-. No sé si podré encargarme de él yo solo.

– Normal. Nunca se puede estar seguro de nada. Pero lo conoces, Pajarillo. Conoces sus puntos fuertes y sus puntos flacos. Tú sabías todo, y fue lo que necesitamos entonces, ¿no es así? -Dirigió la mirada a la pared de la escritura-. Escríbelo, Pajarillo. Todas las preguntas. Y todas las respuestas.

Se apartó, como dejándome espacio para que llenara el siguiente vacío. Inspiré hondo y avancé. Cuando tomé el lápiz, no noté que Peter desapareciera de mi lado, pero sí que el frío aliento del ángel helaba la habitación a mi alrededor, de modo que tirité al escribir:

Al acabar el día, la sensación de que las cosas que ocurrían eran lógicas invadió a Francis, pero no lograba ver su disposición general…

Al acabar el día, la sensación de que las cosas que ocurrían eran lógicas invadió a Francis, pero no lograba ver su disposición general. El revoltijo de ideas que le cruzaban la mente lo seguía desconcertado, y el resurgimiento de sus voces, que parecían más ambivalentes que nunca, lo complicaba todo. Armaban un lío en su cabeza, donde gritaban sugerencias y exigencias contradictorias, le instaban a huir, a esconderse y a defenderse con tanta frecuencia y premura que apenas podía oír otras conversaciones. Todavía creía que todo sería evidente si lo miraba a través de la lente adecuada.

– Peter, Tomapastillas dijo que esta semana habría algunas vistas de altas…

– Eso pondrá nerviosa a la gente -advirtió Peter con las cejas arqueadas.

– ¿Por qué? -se extrañó Lucy.

– Esperanza -respondió Peter, como si esa sola palabra lo explicase todo. Miró a Francis-. ¿Qué pasa, Pajarillo?

– Me parece que, de algún modo, existe una conexión entre todo esto y el dormitorio en Williams -dijo-. El ángel eligió al hombre retrasado, de modo que tenía que conocer su rutina para ponerle la camiseta en el arcón. Y saber que sería uno de los que Lucy interrogaría.

– Proximidad -concluyó Peter-. Oportunidad de observar. Bien dicho, Francis.

Lucy también asintió.

– Pediré la lista de los pacientes de ese dormitorio -comentó.

– Lucy -dijo Francis tras pensar un instante-, ¿puedes obtener también la lista de los pacientes que tendrán una vista de altas?

– ¿Para qué?

– No lo sé. -Se encogió de hombros-. Pero están pasando muchas cosas y quisiera ver cómo podrían estar relacionadas.

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