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Intenté recordar qué me asustó más. Aquél fue uno de los momentos, en el despacho de Lucy. Empezaba a ver cosas. No alucinaciones acústicas como las que me sonaban en los oídos y me resonaban en la cabeza. Éstas me resultaban conocidas y, aunque podían ser irritantes y difíciles, y haber contribuido a mi locura, estaba acostumbrado a ellas y a sus exigencias y temores. Al fin y al cabo, me habían acompañado desde que era pequeño. Pero lo que me asustó entonces fue ver cosas sobre el ángel. Quién era. Cómo pensaba. Para Peter y Lucy no era lo mismo. Sabían que el ángel era un adversario. Un criminal. Un objetivo. Alguien que se escondía de ellos, a quien intentaban atrapar. Ya habían perseguido personas antes, les habían seguido los pasos y las habían llevado ante la justicia, de modo que su búsqueda tenía un contexto distinto a lo que de repente me rodeaba a mí. Había empezado a ver al ángel como alguien como yo. Sólo que mucho peor. Por primera vez, creía que podía seguir sus huellas. Todo en mi interior me gritaba que seguir su trillado camino estaba mal. Pero era posible.

Quería huir. Un coro interno me advertía con fuerza que aquello no era nada bueno. Mis voces eran una ópera de supervivencia que me gritaba que me alejara, que corriera y me escondiera para salvarme.

Pero ¿cómo? El hospital estaba cerrado con llave. Los muros eran altos. Las puertas eran sólidas. Y mi propia enfermedad me impedía escapar.

¿Cómo podía dar la espalda a las únicas dos personas que habían creído que yo valía algo?

– Es verdad, Francis. No podías hacer eso.

Me había acurrucado en un rincón del salón para contemplar mis palabras cuando oí a Peter. Me sentí aliviado y miré a uno y otro lado en busca de su presencia.

– ¿Peter? -dije-. ¿Has vuelto?

– No me había ido. He estado aquí todo el rato.

– El ángel estuvo aquí. Lo noté.

– Volverá. Está cerca, Francis. Todavía se acercará más.

– Está haciendo lo que hizo antes.

– Lo sé, Pajarillo. Pero esta vez estás preparado. Sé que lo estás.

– Ayúdame, Peter -susurré. Se me hizo un nudo en la garganta.

– Esta vez es tu lucha, Pajarillo.

– Tengo miedo, Peter.

– Es natural -dijo en el tono despreocupado que usaba a veces y que tenía la cualidad de no ser crítico-. Pero eso no significa que sea inútil. Sólo significa que debes tener cuidado. Igual que antes. Eso no ha cambiado. Lo fundamental la primera vez fue tu cautela, ¿recuerdas?

Seguí en el rincón y recorrí la habitación con la mirada. Lo descubrí apoyado contra la pared frente a mí. Me saludó con la mano y esbozó una sonrisa familiar. Llevaba un mono naranja brillante decolorado por el uso, y estaba rasgado y manchado de tierra. Sostenía un reluciente casco plateado en las manos y tenía la cara surcada de hollín, cenizas y líneas de sudor. Sacudió la cabeza y sonrió.

– Perdona mi aspecto, Pajarillo.

Parecía un poco mayor de lo que yo recordaba y, tras su sonrisa, pude ver los duros efectos del dolor y los problemas.

– ¿Estás bien, Peter?-pregunté.

– Por supuesto, Francis. Es que me han pasado muchas cosas. Ya ti también. Siempre llevamos la ropa que nos pone el destino, ¿verdad, Pajarillo? No es ninguna novedad.

Repasó con los ojos las columnas de palabras escritas en la pared.

– Estás haciendo progresos -dijo tras asentir con la cabeza.

– No sé. Cada palabra que escribo parece oscurecer más la habitación.

Peter suspiró dando a entender que se lo esperaba.

– Hemos visto mucha oscuridad, ¿verdad, Francis? Y alguna juntos. Eso es lo que estás escribiendo. Recuerda que entonces estábamos ahí contigo y ahora estamos aquí contigo. ¿Lo tendrás presente, Pajarillo?

– Lo intentaré.

– Las cosas se complicaron un poco aquel día, ¿verdad?

– Sí. Para los dos. Y también para Lucy debido a ello.

– Cuéntalo todo, Francis.

Miré la pared y vi dónde me había quedado. Cuando me volví hacia Peter, éste había desaparecido.

20

Fue Peter quien sugirió que Lucy procediera en dos direcciones distintas. La primera era no dejar de interrogar a los pacientes. Dijo que era fundamental que nadie, ni los pacientes ni el personal, supieran que habían encontrado una prueba, porque todavía no tenían claro qué significaba ni hacia dónde señalaba. Pero si se sabía la noticia, perderían el control de la situación. Comentó a Lucy que era una consecuencia del mundo inestable del hospital psiquiátrico. Era imposible prever qué intranquilidad, incluso pánico, provocaría en las frágiles personalidades de los pacientes. Eso significaba, entre otras cosas, que había que dejar la camiseta ensangrentada donde estaba, que no debía involucrarse a ningún organismo externo, en especial la policía local que había detenido a Larguirucho, aunque se arriesgaran a perder la prueba. Y añadió que la gente del edificio Amherst estaba empezando a acostumbrarse al flujo regular de pacientes que llegaban de los demás edificios acompañados de Negro Grande para que Lucy los interrogara, y podría aprovechar esa rutina a su favor. La segunda sugerencia de Peter era más difícil de llevar a la práctica.

– Tenemos que lograr que ese hombre y sus cosas sean trasladados a Amherst -indicó a Lucy-. Y hacerlo de un modo que el cambio no llame mucho la atención.

Lucy estuvo de acuerdo. Estaban en el pasillo, en medio del ir y venir de pacientes durante la tarde, cuando había los grupos de terapia y las clases de arte. La neblina habitual de humo de cigarrillo flotaba en el aire y el repiqueteo de los pies se mezclaba con el murmullo de las voces. Peter, Lucy y Francis parecían las únicas personas que no se movían, como piedras en los rápidos de un río, mientras la actividad rebosaba a su alrededor.

– Muy bien -dijo Lucy-, tiene sentido. Pero ¿y qué mas?

– No sé -respondió Peter-. Es el único sospechoso que tenemos y Pajarillo no cree que sea el verdadero, una observación que yo suscribo. Pero tendremos que averiguar qué relación tiene con todo lo demás. Y la única forma de conseguirlo…

– … es tenerlo lo bastante cerca para observarlo. Sí. Eso también tiene sentido -concluyó Lucy, y arqueó una ceja como si se le hubiera ocurrido algo-. Haré algunos preparativos.

– Pero con discreción -aconsejó Peter-. Que nadie lo sepa.

– Descuida -sonrió Lucy-. Ser fiscal consiste en hacer que las cosas ocurran de la forma que tú quieres. -Y, añadió-: Bueno, más o menos.

Vio que los hermanos Moses se acercaban por el pasillo. Los llamó con un gesto.

– Señores, creo que tenemos que volver a encarrilar la investigación. ¿Podría hablar con ustedes antes de que el señor Evans vuelva?

– Está hablando con el gran jefe -dijo Negro Chico. Se volvió hacia Peter y le hizo un gesto inquisitivo.

Peter asintió.

– Se lo he contado -le informó-. ¿Sabe alguien más…?

– Se lo dije a mi hermano -respondió Negro Chico-. Pero nada más.

– No me parece que sea el hombre que estamos buscando -intervino Negro Grande, impasible-. Ese apenas puede comer solo. Le gusta sentarse y jugar con muñecas, ver la televisión. No me parece un asesino, a no ser que lo irrites tanto que se descontrole del todo. El chico es fuerte. Y no sabe cuánto.

– Francis opina más o menos lo mismo -comentó Peter.

– Pajarillo tiene intuición-sonrió Negro Grande.

– Bien, no se dice nada a nadie, ¿vale? -terció Lucy-. Intentemos mantenerlo así.

Negro Chico se encogió de hombros.

– Lo intentaremos -aseguró-. Otra cosa. Pajarillo, Tomapastillas quiere verte ahora. -El auxiliar se volvió hacia Peter-. A ti vendré a buscarte de aquí a un rato.

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