Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– El problema es que él ya nos ha localizado -anunció Peter.

16

Si Lucy se sorprendió por la revelación de Peter, no lo mostró de inmediato.

– ¿A qué te refieres exactamente? -preguntó.

– Sospecho que el ángel ya sabe que estás aquí y también por qué. Creo que en el hospital no hay tantos secretos como a uno le gustaría. Mejor dicho, existe una definición distinta de «secreto». Así que imagino que sabe que estás aquí para desenmascararlo, a pesar de las promesas de confidencialidad de Gulptilil y Evans. ¿Cuánto tiempo crees que duraron esas promesas? ¿Un día? ¿Acaso dos? Apostaría que casi todo el mundo que puede saberlo, lo sabe. Y sospecho que nuestro amigo el ángel sabe también que Pajarillo y yo te estamos ayudando.

– ¿Y cómo has llegado a esta conclusión? -quiso saber Lucy. Su voz contenía un matiz de recelo mordaz que Peter pareció ignorar.

– Bueno, es una suposición, claro -respondió Peter-. Pero una cosa lleva a la otra…

– ¿Cuál es la primera cosa?

Peter le contó brevemente lo que había visto en la ventanita de la puerta del dormitorio la noche anterior. Mientras se lo describía, la observaba con atención, como valorando su reacción.

– Por lo tanto -terminó-, si está informado sobre nosotros, también lo está sobre ti. Vete a saber, pero… Bueno, ahí lo tienes. -Se encogió de hombros, pero sus ojos expresaban una convicción que contradecía su lenguaje corporal.

– ¿A qué hora de la noche ocurrió? -preguntó Lucy.

– Tarde. Pasada la medianoche. -Peter observó su vacilación-. ¿Quieres comentarnos algún detalle?

– Creo que yo también tuve una visita ayer por la noche -admitió Lucy después de vacilar otra vez.

– ¿Y eso? -soltó Peter, de repente alarmado.

Lucy inspiró y describió cómo había encontrado abierta la puerta de su habitación, y después cerrada con llave. Aunque no sabía quién, o por qué, seguía convencida de que el intruso se había llevado algo, a pesar de que había repasado sus pertenencias y no había encontrado que faltara nada.

– Quizá deberías volverlo a comprobar -dijo Peter-. Algo obvio sería una prenda de vestir. Algo más sutil sería algún pelo de tu cepillo -aventuró tras reflexionar un instante-. O quizá se pasó tu lápiz de labios por el pecho. O se puso un poco de perfume en el dorso de la mano. Algo así.

Esta sugerencia pareció desconcertar un poco a Lucy, que se revolvió en el asiento como si ardiera, pero antes de que respondiera Francis meneó la cabeza.

– ¿Qué pasa, Pajarillo? -preguntó Peter.

– No creo que sea eso, Peter -dijo Francis, que tartamudeó un poco al hablar-. No le hace falta llevarse nada. Ni ropa, ni un cepillo, ni un pelo, ni perfume, ni nada de lo que Lucy ha traído, porque ya se ha llevado algo mucho más grande e importante. Lo que pasa es que ella todavía no lo ha visto. Quizá porque no quiere verlo.

– ¿Y qué sería eso, Francis? -preguntó Peter sonriente. Su voz era un poco grave, pero denotaba un regocijo extraño.

La voz de Francis tembló un poco al contestar:

– Se llevó su intimidad.

Los tres guardaron silencio mientras asimilaban esas palabras.

– Y otra cosa más -añadió Francis.

– ¿Qué? -quiso saber Lucy. Se había ruborizado un poco y tamborileaba la mesa con un lápiz.

– Quizá también su seguridad.

El peso del silencio aumentó en la pequeña habitación. Francis se sentía como si hubiera rebasado algún límite. Peter y Lucy eran profesionales de la investigación y él no, de modo que le sorprendió haber tenido la osadía de decir algo tan inquietante. Una de sus voces le gritó en su interior: ¡Cállate! ¡Cierra el pico! ¡No te ofrezcas! ¡Mantente en segundo plano! ¡Mantente a salvo! No supo si hacerle caso o no. Pasado un momento, sacudió la cabeza.

– Puede que esté equivocado -admitió-. Se me ocurrió de repente y no lo pensé demasiado…

Lucy levantó una mano para interrumpirlo.

– Creo que es una observación de lo más pertinente, Pajarillo, -dijo con el tono ligeramente académico que adoptaba a veces-. Y la tendré en cuenta. Pero ¿y la segunda visita de la noche para espiaros a ti y a Peter? ¿Qué piensas al respecto?

Francis lanzó una rápida mirada a Peter, que asintió y le dijo:

– Podría vernos en cualquier momento, Francis. En la sala de estar, durante una comida o incluso en una sesión en grupo. Demonios, pero si siempre estamos por los pasillos. Podría echarnos un buen vistazo entonces. De hecho, puede que ya lo haya hecho. Así pues, ¿por qué iba a arriesgarse a salir de noche?

– Tienes razón en eso -respondió Francis-. Pero observarnos por el día no significa lo mismo para él.

– ¿Y eso?

– Porque de día es un paciente más.

– ¿Sí? Claro. Pero…

– Pero de noche puede ser él mismo.

Peter fue el primero en hablar, y su voz denotaba una especie de admiración.

– Bueno -dijo con una sonrisa-, es lo que sospechaba: Pajarillo ve las cosas.

Francis se encogió de hombros y sonrió ante el halago. Y, en algún lugar recóndito de su ser, se percató de que muy pocas veces lo habían halagado en sus veintiún años de vida. Críticas, quejas y menciones de su clamorosa ineptitud era lo que había conocido de forma bastante regular hasta entonces. Peter le dio un golpecito afectuoso en el brazo.

– Serás un policía espléndido, Francis -aseguró-. Con una pinta un poco extraña, quizá, pero excelente de todos modos. Tendremos que darte un poco más de acento irlandés, una tripa más prominente, unas mejillas coloradas, una porra que balancear y una inclinación por los dónuts. No, una adicción a los dónuts. Pero tarde o temprano lo conseguiremos. -Se volvió hacia Lucy y añadió-: Esto me da una idea.

Ella también sonreía, sin duda porque, como pensó Francis, le resultaba divertido el retrato absurdo de alguien tan frágil como él convertido en un fornido policía.

– Una idea estaría bien, Peter -respondió la fiscal-. Una idea sería excelente.

Peter guardó silencio, pero movió un instante la mano, como un director de orquesta o un matemático garabateando una fórmula en el aire al carecer de una pizarra. Tomó una silla y la giró para sentarse del revés, lo que confirió a su postura cierta urgencia.

– No tenemos pruebas físicas, ¿cierto? Y no contamos con ayuda, sobre todo de la policía local que analizó la escena del crimen, investigó el asesinato y detuvo a Larguirucho, ¿cierto?

– Cierto -corroboró Lucy.

– Y no creemos que Tomapastillas y el señor del Mal vayan a ayudar demasiado, ¿cierto?

– Cierto. Sólo están tratando de decidir qué planteamiento les crearía menos problemas.

– No es difícil imaginárselos a los dos en el despacho de Toma-pastillas, mientras la señorita Deliciosa toma notas, ideando lo mínimo que pueden hacer para guardarse las espaldas. Así que, de hecho, no tenemos demasiado a nuestro favor en este momento. En concreto, sólo un punto de partida evidente. -Peter rebosaba ideas. Francis podía verlo-. ¿Qué es una investigación? -preguntó retóricamente mirando a Lucy-. Hechos. Tomar esta prueba y añadirla a ésa. Formar una imagen del crimen como si fuese un puzzle. Todos los detalles de un crimen, desde el comienzo hasta la conclusión, han de encajar en un marco racional para proporcionar una respuesta. ¿No es eso lo que te enseñaron en la oficina del fiscal? ¿De modo que la acumulación de elementos demostrables elimina a todo el mundo salvo al sospechoso? Ésas son las pautas, ¿no?

– Ambos lo sabemos. Pero ¿qué quieres sugerir?

– Que el ángel también lo sabe.

– Vale. Sí. Quizás. ¿Y?

– Lo que tenemos que hacer es ponerlo todo patas arriba.

Lucy pareció desconcertada. Pero Francis comprendió a qué se refería Peter.

– Lo que está diciendo es que no deberíamos seguir ninguna pauta -explicó.

– Estamos aquí -asintió Peter-, en este sitio de locos, ¿y sabes qué será imposible, Lucy?

55
{"b":"110014","o":1}