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La broma no les hizo gracia. Empecé a cerrar la puerta, pero Megan plantó una mano para detenerla.

– ¿Qué son esas palabras? -me preguntó a la vez que las señalaba-. ¿Qué estás escribiendo?

– Eso es cosa mía, no vuestra -repliqué.

– ¿Estás escribiendo sobre mamá y papá? ¿Sobre nosotros? ¡Eso no sería justo!

Me quedé estupefacto. Mi diagnóstico instantáneo fue que estaba más paranoica que yo.

– ¿Qué te hace pensar que sois lo bastante interesantes como para escribir sobre vosotros? -dije despacio.

Y cerré la puerta, puede que con demasiada fuerza, porque el ruido resonó en el pequeño edificio como un disparo.

Volvieron a llamar, pero no hice caso. Cuando me alejé de la puerta, un murmullo generalizado de voces en mi interior me felicitó por mi actuación. Les gustaban mis pequeñas exhibiciones de rebeldía e independencia. Pero lo siguió una distante y resonante risa burlona, que se elevaba y apagaba las demás voces. Se parecía un poco al grito de un cuervo que, arrastrado por un viento fuerte, pasara invisible por encima de mi cabeza. Me estremecí y me agaché un poco, casi como para esquivar un ruido.

Sabía quién era.

– ¡Ríete si quieres! -grité al ángel-. Pero ¿quién más sabe qué pasó?

Francis se sentó frente a la mesa de Lucy, mientras Peter se paseaba por el despacho.

– ¿Qué hacemos, señorita fiscal? -preguntó el Bombero con cierta impaciencia.

– Creo que ha llegado el momento de empezar a hablar con algunos pacientes -respondió Lucy, y señaló unos expedientes-. Los que tienen antecedentes de violencia.

Peter asintió.

– Imagino que, cuando empezó a leer los expedientes, sabía que eso abarca a casi todos los pacientes, salvo los seniles y los retrasados mentales, y que ellos también pueden tener episodios violentos -comentó-. Creo que tenemos que encontrar características eliminadoras, señorita Jones…

La joven levantó la mano.

– Llámame Lucy, Peter -pidió-. Así no tendré que llamarte por tu apellido, porque sé por tu expediente que, aunque no hay que esconder exactamente tu identidad, sí hay que recalcarla lo menos posible, ¿correcto? Debido a tu reputación en ciertas zonas de Massachussets. Y también sé que, al llegar aquí, indicaste a Gulptilil que ya no tenías nombre, un acto de desvinculación que él interpretó como que no deseabas avergonzar más a tu familia.

Peter dejó de caminar y Francis pensó que se iba a enfadar. Una de sus voces interiores le gritó que tuviera cuidado y él mantuvo la boca cerrada mientras los observaba. Lucy sonreía, como si supiera que había desconcertado a Peter, y éste parecía buscar una réplica adecuada. Se apoyó contra la pared y sonrió, con una expresión no del todo distinta a la de Lucy.

– De acuerdo, Lucy-dijo-. Usaremos los nombres de pila. Pero dime algo, por favor: ¿No crees que interrogar a cualquier paciente con un pasado violento, o incluso con uno o dos actos violentos desde que llegó aquí, será inútil a la larga? Y, aún más importante, ¿de cuánto tiempo dispones, Lucy? ¿Cuánto crees que puede llevarnos encontrar una respuesta?

– ¿Por qué preguntas eso? -La sonrisa de Lucy se desvaneció de golpe.

– Porque no sé si tu jefe, en Boston, es consciente de lo que estás haciendo.

El silencio invadió la pequeña habitación. Francis estaba atento a cualquier movimiento -las miradas, y también las posturas de brazos y hombros- que pudiera indicar sutiles significados a las palabras pronunciadas.

– ¿Por que crees que no cuento con una cooperación total de mi oficina?

– ¿Es así? -repuso Peter.

Francis vio que Lucy iba a responder de una forma, luego de otra, y por último lo hizo de una tercera:

– Sí y no -dijo.

– Eso me suena a dos explicaciones distintas.

Ella asintió.

– Mi presencia aquí todavía no forma parte de un caso oficial. Creo que debería abrirse uno. Los demás están indecisos. O, más bien, dudan que esté dentro de nuestra jurisdicción. De modo que cuando quise venir aquí, en cuanto supe lo del asesinato de Rubita, hubo un debate encendido en mi oficina. El resultado fue que se me permitió venir, pero sólo de modo oficioso.

– Supongo que Gulptilil no conoce exactamente esas circunstancias.

– En eso tienes razón, Peter.

– ¿Cuánto tiempo tienes antes de que la administración del hospital se harte, o de que tu oficina pida que regreses? -preguntó Peter, y empezó a caminar de nuevo por la habitación, como si el movimiento añadiese impulso a sus pensamientos.

– No mucho.

Peter pareció vacilar de nuevo mientras revisaba sus observaciones.

Francis pensó que Peter veía los hechos y los detalles del mismo modo que un guía de montaña: consideraba que los obstáculos eran oportunidades y, a veces, valoraba cada paso como un logro.

– Así pues -concluyó Peter, como si de repente hablara consigo mismo-, Lucy está aquí, convencida de que hay un criminal en el hospital y decidida a encontrarlo. Porque tiene un… interés especial. ¿Correcto?

– Correcto -asintió Lucy, y de su rostro había desaparecido toda diversión-. Los días que has pasado en el Western no han mermado tus dotes de investigación.

– Pues yo creo que sí -replicó Peter a la vez que sacudía la cabeza-. ¿Y cuál sería ese interés especial?

Tras una pausa, Lucy agachó un poco la cabeza.

– No creo que nos conozcamos lo suficiente, Peter. Pero te diré algo: el individuo que cometió los anteriores asesinatos logró llamar mi atención al provocar a mi oficina.

– ¿Al provocarla?

– Sí. Al estilo de «no podéis atraparme».

– ¿No puedes ser más específica?

– En este momento no. Son detalles que esperamos utilizar en un proceso posterior. Así que…

– No quieres compartir los detalles con un par de chiflados -la interrumpió Peter.

– Lo mismo que tú si te preguntara cómo esparciste la gasolina en aquella iglesia -replicó Lucy-. Y por qué.

Ambos guardaron otra vez silencio. Peter se volvió hacia Francis.

– Pajarillo, ¿qué conecta todos estos crímenes entre sí? -preguntó-. ¿Por qué estos asesinatos?

– Para empezar, el aspecto de la víctima -respondió Francis, dándose cuenta de que lo ponían a prueba-. Edad y aislamiento; todas acostumbraban desplazarse solas de modo regular. Eran jóvenes y tenían el pelo corto y un físico esbelto. Las encontraron a la intemperie en un sitio distinto de aquel donde las habían matado, lo que complica las cosas a la policía. Eso me lo dijo usted. Y en jurisdicciones diferentes además, lo que es otro problema. Eso también me lo dijo usted. Y estaban todas mutiladas de la misma forma, progresivamente. Les faltan falanges, como en el caso de Rubita. -Francis inspiró hondo-. ¿Tengo razón?

Lucy asintió y Peter sonrió.

– Exacto -afirmó éste-. Tenemos que estar atentos, Lucy, porque Pajarillo tiene una memoria para los detalles y las observaciones mucho mejor de lo que nadie cree. -Reflexionó un momento. Una vez más, empezó a decir una cosa pero cambió de dirección en el último momento-. Muy bien, Lucy. Debes mantener en secreto una información que podría ayudarnos. De momento. ¿Qué hacemos entonces?

– Tenemos que encontrar la forma de localizar a este hombre -respondió con rigidez, pero algo aliviada, como si hubiera comprendido que Peter había querido preguntar una o dos cosas más que habrían llevado la conversación en otra dirección.

Francis no supo si había gratitud en sus palabras, pero vio que los dos se miraban fijamente, hablando sin necesidad de palabras, como si ambos supieran algo que se había escapado a Francis. Pensó que tal vez era así, pero también observó que Peter y Lucy habían establecido unas pautas que los situaban en un mismo plano. Peter no era tanto el paciente mental y Lucy no era tanto la fiscal, y de repente ambos parecían colegas.

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