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– Le he entendido -asintió Lucy. Alzó la mirada y añadió-: Y supongo que ése es el señor Evans.

Francis se volvió y vio al señor del Mal avanzando con rapidez en su dirección. Su lenguaje corporal expresaba una actitud de bienvenida y exhibía una ancha sonrisa. Francis no se fió ni un instante.

– Señorita Jones -dijo Evans con rapidez-, permítame que me presente. -Le dio un mecánico apretón de manos.

– ¿Le ha informado el doctor Gulptilil del motivo de mi presencia? -quiso saber Lucy.

– Me dijo que usted sospecha que tal vez se detuvo a la persona equivocada en el caso de la joven enfermera, sospecha a la que no le veo demasiado fundamento. Pero el hecho es que está aquí. Según me dijo el director, se trata de una investigación ya en curso.

Lucy observó al psicólogo, consciente de que su respuesta no contenía toda la verdad pero que, a grandes rasgos, era exacta.

– ¿Puedo contar con su ayuda, pues? -preguntó.

– Por supuesto.

– Gracias -dijo Lucy.

– De hecho, ¿quizá le gustaría empezar con una valoración de las historias clínicas de los pacientes del edificio Amherst? Podríamos empezar ahora mismo. Disponemos de tiempo antes de la cena y las actividades nocturnas.

– Primero me gustaría una visita guiada -repuso la fiscal.

– Pues adelante. Vamos allá.

– Esperaba que estos pacientes me acompañaran.

– No creo que sea una buena idea. -El señor del Mal sacudió la cabeza.

Lucy no dijo nada.

– Bueno -prosiguió el psicólogo-, por desgracia, Peter y Francis están actualmente limitados a esta planta. Y el acceso al exterior de todos los pacientes, con independencia de su estatus, está restringido hasta que la ansiedad que ha provocado el crimen y la posterior detención de Larguirucho se haya disipado. Y su presencia en la unidad… bueno, detesto decirlo, pero prolonga la minicrisis que estamos viviendo. De modo que en el futuro inmediato, adoptaremos las medidas de máxima seguridad. Un poco como pasaría en una cárcel, señorita Jones, pero en versión hospitalaria. Se ha restringido el movimiento alrededor del hospital. Hasta que tengamos de nuevo a los pacientes estabilizados por completo.

Lucy se pensó su réplica.

– Bueno -dijo por fin-, sin duda pueden enseñarme el escenario del crimen y esta planta, e informarme de lo que vieron e hicieron, como a la policía. Eso no iría contra las normas, ¿verdad? Y luego, tal vez usted, o uno de los hermanos Moses, pueda acompañarme por el resto del edificio y las demás unidades.

– Muy bien -respondió el señor del Mal-. Una visita guiada corta, seguida de otra más larga. Lo dispondré todo.

– Repasemos otra vez lo que pasó esa noche -dijo Lucy a Peter y Francis.

– Pajarillo -dijo Peter plantándose delante del señor del Mal-, adelante.

El escenario del crimen había sido limpiado a conciencia y, cuando Lucy abrió la puerta, se apreció el olor a desinfectante recién aplicado. A Francis ya no le pareció que contuviera nada de la maldad que recordaba. Era como si un sitio infernal hubiera vuelto a la normalidad, de repente totalmente benigno. Los líquidos limpiadores, las fregonas, los cubos, las bombillas de recambio, las escobas, las sábanas dobladas y la manguera enrollada estaban muy bien ordenados en los estantes. La lámpara del techo hacía brillar el suelo, que no contenía la menor señal de la sangre de Rubita. A Francis lo desconcertó un poco el aspecto limpio y rutinario que ofrecía todo, y pensó que devolver el trastero a su condición de trastero era casi tan espantoso como el acto que había ocurrido en él. Echó un vistazo alrededor y comprobó que era imposible saber que algo terrible había ocurrido hacía poco en ese reducido espacio.

Lucy se agachó y recorrió con el dedo el sitio donde había yacido el cadáver, como si el tacto del frío linóleo pudiera conectar de algún modo con la vida que se había perdido allí.

– Así que murió aquí -comentó mirando a Peter.

Este se agachó a su lado y respondió con voz baja y confidencial.

– Sí. Pero creo que ya estaba inconsciente.

– ¿Por qué?

– Porque todo lo que rodeaba al cadáver no parecía indicar que aquí hubiera tenido lugar una pelea. Creo que desparramaron los líquidos limpiadores para contaminar el escenario del crimen, para que la gente creyera que había pasado algo distinto.

– ¿Por qué iba a empaparla de líquido limpiador?

– Para contaminar las pruebas que pudiera haber dejado.

– Tiene sentido -asintió Lucy.

Peter se frotó el mentón con la mano, se levantó y sacudió la cabeza.

– En los demás casos que investiga -dijo- ¿cómo era el escenario del crimen?

– Buena pregunta -comentó Lucy con una sonrisa forzada-. Lluvia torrencial -explicó-. Aparato eléctrico. Cada asesinato se produjo a cielo descubierto durante una tormenta. Los crímenes se cometieron en un sitio y después el cadáver fue trasladado a un lugar oculto, pero a la intemperie. Muy difícil para la policía científica. El mal tiempo contaminó casi todas las pruebas físicas. O eso me han dicho.

Peter echó un vistazo al trastero y salió.

– Aquí creó su propia lluvia.

Lucy lo siguió. Dirigió la mirada hacia el puesto de enfermería.

– De modo que si hubo una pelea…

– Tuvo lugar ahí.

– Pero ¿y el ruido? -objetó Lucy tras volver la cabeza a uno y otro lado.

Francis había guardado silencio hasta ese momento, Peter lo interpeló.

– Explícaselo tú, Pajarillo -pidió.

Francis se ruborizó al verse de repente en un apuro, y lo primero que pensó fue que no tenía ni idea. Así que abrió la boca para decirlo, pero se detuvo. Pensó en la pregunta un instante, dedujo una respuesta y habló.

– Dos cosas, señorita Jones. La primera, todas las paredes están insonorizadas y todas las puertas son de acero, así que es difícil que el sonido pueda traspasarlas. Aquí, en el hospital, hay mucho ruido, pero suele ser apagado. Y más importante, ¿de qué serviría gritar pidiendo ayuda? -En su cabeza, oía un estruendo provocado por sus voces interiores, que le gritaban: ¡Díselo! ¡Cuéntale cómo es!-. La gente chilla sin cesar -prosiguió-. Tiene pesadillas. Tiene miedos. Ve cosas u oye cosas, o se limita a sentir cosas. Supongo que aquí todo el mundo está acostumbrado a los ruidos surgidos del nerviosismo. Así que si alguien gritara «¡Socorro!»… -hizo una pausa- no sería distinto a las veces en que alguien chilla algo parecido. Si gritara «¡Asesino!» o se limitara a chillar, no sería nada del otro mundo. Y nadie acude nunca, señorita Jones. Da igual el miedo que tengas y lo difícil que sea. Aquí, tus pesadillas son cosa tuya.

La fiscal lo observó y supo que el chico hablaba por experiencia. Le sonrió y vio que él se frotaba las manos, algo nervioso pero con ganas de ayudar. Pensó que en aquel hospital debía de haber toda clase de miedos. Se preguntó si los llegaría a conocer todos.

– Pareces tener una vena poética, Francis -dijo-. Aun así, debe de ser difícil.

Las voces, que habían permanecido tan calladas los últimos días, habían elevado el volumen hasta convertirse en un griterío que resonaba en la cabeza de Francis.

– Iría bien-comentó para acallarlas-, señorita Jones, que comprendiera que, aunque estamos juntos, estamos realmente solos. Más solos que en ningún otro sitio, supongo. -Lo que de verdad quería decir era más solos que en ningún otro sitio del mundo.

Lucy lo miró con atención y pensó que en el mundo exterior, cuando alguien pide ayuda, la persona que oye esa petición tiene el deber moral de actuar. Pero en aquel hospital todo el mundo gritaba todo el tiempo, todo el mundo necesitaba ayuda todo el tiempo, y sin embargo ignoran estas llamadas, por muy desesperadas y sentidas que fueran, formaba parte de la rutina diana del hospital.

Se sobrepuso un poco a la claustrofobia que la invadió en ese instante. Se volvió hacia Peter, que tenía los brazos cruzados y una sonrisa en los labios.

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