Lucy hizo un gesto con la mano, como para preceder a un comentario, pero se detuvo. Cuando por fin habló, lo hizo con una solemnidad que pareció cerrar el acuerdo.
– Por supuesto. Lo comprendo totalmente.
Se produjo entonces otro breve silencio, antes de que Lucy Jones prosiguiera.
– Huelga decir que el motivo de mi presencia aquí, y lo que espero conseguir y cómo, han de ser confidenciales.
– Desde luego. ¿Cree que me gustaría anunciar que un asesino anda suelto por el hospital? -replicó Gulptilil-. Eso provocaría el pánico y, en algunos casos, podría frustrar años de tratamiento. Debe llevar su investigación con la mayor discreción, aunque me temo que habrá rumores y especulaciones. Su sola presencia los suscitará. Hacer preguntas generará incertidumbre. Es inevitable. Además, parte del personal tendrá que estar informado, en mayor o menor medida. Me temo que también eso es inevitable, y no sé cómo pueda afectar a sus indagaciones. Aun así, le deseo suerte. Y pondré también a su disposición una de las salas de terapia, cercana al escenario del crimen, para que efectúe los interrogatorios que considere necesarios. Sólo tiene que avisarnos al señor Evans o a mí desde el puesto de enfermería antes de interrogar a nadie. ¿Le parece bien?
– Sí -asintió Lucy-. Gracias, doctor. Comprendo su preocupación y me esforzaré por ser discreta. -Hizo una pausa porque sabía que no pasaría demasiado tiempo antes de que todo el hospital, o por lo menos aquellos que mantuvieran cierto contacto con la realidad, supiera por qué estaba ahí. Y eso imprimía más urgencia a su trabajo-. Aunque sólo sea por comodidad -añadió-, considero necesario instalarme en el hospital durante mis investigaciones.
El médico lo consideró un momento y esbozó una fugaz sonrisita desagradable. Francis tuvo la impresión de que sólo él la había visto.
– Claro -respondió-. Hay una habitación libre en la residencia de enfermeras en prácticas.
Francis se dio cuenta de que no era necesario que el médico mencionara quién había sido su anterior ocupante.
Noticiero estaba en el pasillo del edificio Amherst cuando regresaron. Sonrió al verlos.
– Nuevo acuerdo sindical del profesorado de Holyoke -anunció-. Springfield Union-News, página B-l. Hola, Pajarillo, ¿qué estás haciendo? Los Sox jugarán contra los Yankees con dudas sobre el lanzador, Boston Globe, página D-l. ¿Vas a ver al señor del Mal? Te estaba buscando y no parecía muy contento. ¿Quién es tu amiga? Es muy bonita y me gustaría conocerla.
Noticiero saludó con la mano y dirigió una sonrisa tímida a Lucy. A continuación, abrió el periódico que llevaba bajo el brazo y se marchó por el pasillo haciendo eses, con los ojos puestos en las palabras impresas, concentrado en memorizarlas. Pasó junto a un par de hombres, uno anciano y otro de mediana edad, vestidos con pijamas holgados del hospital, que no parecían haberse peinado en la última década. Ambos ocupaban la parte central del pasillo, a poca distancia entre sí, y hablaban en voz baja. Daba la impresión de que conversaban, hasta que se les miraba a los ojos y se veía que cada uno de ellos hablaba solo, ajeno a la presencia del otro. Francis pensó que las personas como ellos formaban parte del hospital tanto como los muebles, las paredes o las puertas. A Cleo le gustaba llamar catos a los catatónicos, palabra que, para Francis, era tan buena como cualquier otra. Vio a una mujer avanzar con brío por el pasillo y detenerse de golpe. Reiniciaba la marcha. Paraba. Caminaba. Paraba. Luego reía y seguía su camino arrastrando una larga bata rosa.
– No es precisamente un mundo perfecto -oyó decir a Peter.
Lucy tenía los ojos algo desorbitados.
– ¿Sabe algo sobre la locura? -preguntó Peter.
La fiscal negó con la cabeza.
– ¿No hay ninguna tía Martha o tío Fred locos en su familia? ¿Ningún extraño primo Timmy al que le guste torturar animalitos? ¿Vecinos, tal vez, que hablen solos o que crean que el presidente es un extraterrestre?
Las preguntas de Peter parecieron relajar a Lucy, que sacudió la cabeza.
– Debo de tener suerte -comentó.
– Bueno, Pajarillo puede enseñarle todo lo que necesite saber sobre estar loco -respondió Peter con una risita-. Es un experto, ¿no es así, Pajarillo?
Francis no supo qué decir, así que se limitó a asentir. Observó cómo algunas emociones encontradas cruzaban el semblante de la fiscal, y pensó que una cosa era meterse en un-sitio como el Hospital Estatal Western con ideas, suposiciones y sospechas, y otra muy distinta obrar conforme a ellas. Tenía el aspecto de alguien que examina un objeto raro con una mezcla de duda y confianza.
– Bueno -prosiguió Peter-, ¿por dónde empezamos, señorita Jones?
– Por aquí mismo. Por el escenario del crimen. Necesito familiarizarme con el sitio donde se produjo el asesinato. Y después necesito familiarizarme con el hospital en su conjunto.
– ¿Una visita guiada? -propuso Francis.
– Dos visitas guiadas -corrigió Peter-. Una para inspeccionar todo esto. -Señaló el edificio-. Y una segunda para examinar esto. -Se dio unos golpecitos en la sien.
Negro Chico y su hermano los habían acompañado de vuelta a Amherst desde el edificio de administración, pero los habían dejado solos para hablar en el puesto de enfermería. Negro Grande había entrado después en una de las salas de tratamiento adyacentes. Negro Chico se acercó sonriendo.
– Esta situación es de lo más inusual -comentó afablemente. Lucy no contestó y Francis procuró descifrar en la expresión del auxiliar qué pensaba realmente sobre lo que estaba pasando-. Mi hermano ha ido a prepararle su nuevo despacho, señorita Jones. Y yo he informado debidamente a las enfermeras de guardia de que va a estar aquí un par de días como mínimo. Una de ellas le enseñará dónde está su habitación. Y supongo que en este momento el señor Evans debe de estar manteniendo una larga, aunque desagradable, conversación con el director médico, y que muy pronto también querrá hablar con usted.
– ¿El señor Evans es el psicólogo encargado?
– De esta unidad. Sí, señorita.
– ¿Y cree que no le gustará mi presencia aquí? -Lo dijo con una sonrisita irónica.
– No exactamente, señorita. Tiene que entender algo sobre cómo funcionan aquí las cosas.
– ¿Qué?
– Bueno, Peter y Pajarillo pueden ponerla al corriente tan bien como yo, pero, en resumen, el objetivo del hospital es hacer que las cosas vayan como una seda. Las cosas que son diferentes, que se salen de lo corriente, bueno, alteran a la gente.
– ¿A los pacientes?
– Claro. Y si los pacientes se alteran, el personal se altera. Y si el personal se altera, los administradores se alteran. ¿Comprende? A la gente le gusta que las cosas vayan como una seda. A todo el mundo. A los locos, a los ancianos, a los jóvenes, a los cuerdos. Y no creo que usted vaya a propiciar que las cosas vayan como una seda, señorita Jones. Supongo que usted va a provocar justo lo contrario.
Negro Chico había hablado esbozando una ancha sonrisa, como si todo eso le resultara divertido. Lucy lo observó, se encogió de hombros y le preguntó:
– ¿Y usted y su corpulento hermano? ¿Qué opinan?
– Que él sea corpulento y yo menudo no significa que no tengamos las mismas grandes ideas -dijo, y soltó una carcajada-. No, señorita. Lo que piensas no tiene nada que ver con tu aspecto. -Señaló los grupos de pacientes que recorrían el pasillo, como buscando corroborar sus palabras. A continuación, inspiró hondo y observó a la fiscal. Luego, bajando la voz, añadió-: Puede que ambos creamos que aquí pasó algo malo, y que eso no nos guste, porque, de ser así, en cierto sentido, nosotros tenemos la culpa. Y eso no nos gusta nada, en absoluto, señorita Jones. Así que, si se hiere alguna susceptibilidad, no nos parece que sea algo tan grave.
– Gracias -dijo Lucy.
– No me dé las gracias todavía -replicó Negro Chico-. Recuerde que cuando todo acabe, mi hermano, las enfermeras, los médicos, la mayoría de los pacientes, aunque no todos, y yo mismo seguiremos aquí, mientras que usted no. De modo que no dé todavía las gracias a nadie. Y todo depende de quién sea la susceptibilidad que se hiera, ya me entiende.