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Su mirada recayó en la fotografía situada en una esquina de la mesa. Era un retrato de estudio de su mujer y sus dos hijos, un niño en edad escolar y una chica que acababa de cumplir los catorce. Tomada hacía menos de un año, mostraba el cabello de su hija cayendo en grandes ondas negras sobre los hombros hasta llegarle a la cintura. Se trataba de un signo tradicional de belleza para su gente, por muy lejos que viviera de su país natal. Cuando era pequeña, a menudo se sentaba para que su madre le pasara el cepillo por la reluciente cabellera negra. Esos momentos habían desaparecido. Una semana atrás, en un arranque de rebelión, su hija fue a escondidas a la peluquería y se cortó el pelo a lo paje, con lo que desafiaba a la vez la tradición familiar y el estilo predominante ese año. Su mujer había llorado sin parar dos días, y él se había visto obligado a soltarle un severo sermón, ignorado en su mayor parte, e imponerle un castigo que consistió en prohibirle todas las actividades extraescolares durante dos meses y en limitarle el uso del teléfono, lo que provocó un airado estallido de lágrimas y un juramento que le sorprendió que conociera. Sobresaltado, se percató de que las cuatro víctimas de las fotografías que Lucy Jones le había enseñado llevaban el pelo corto. A lo paje. Y que eran muy delgadas, casi como si asumieran su feminidad de mala gana. Su hija era así, llena de ángulos y líneas huesudas, mientras que las curvas sólo se insinuaban. Apretó los labios al considerar ese detalle. También sabía que su hija se oponía a sus intentos de limitarle los movimientos por los terrenos del hospital. Eso le llevó a morderse el labio inferior. El miedo, se reprendió al punto, no era cosa de los psiquiatras sino de los pacientes. El miedo era irracional y se instalaba como un parásito en lo desconocido. Su profesión se basaba en el conocimiento y en el estudio, y en su aplicación constante a toda clase de situaciones. Intentó tranquilizarse, pero le costó lo suyo.

– Señorita Jones -dijo al cabo-, ¿qué propone exactamente?

Lucy inspiró hondo antes de contestar, de modo que pudo ordenar sus pensamientos con la rapidez de una ametralladora.

– Lo que propongo es descubrir al hombre que creo ha cometido estos crímenes. Se trata de asesinatos en tres jurisdicciones distintas del este del Estado, seguidos del que tuvo lugar aquí. Creo que el asesino sigue libre, a pesar de la detención que se efectuó. Lo que necesitaré, para demostrarlo, es acceso a los expedientes de sus pacientes y libertad para efectuar interrogatorios. Además -prosiguió, y fue entonces cuando la primera duda le asomó a la voz-, necesitaré que alguien intente descubrirlo desde dentro. -Dirigió la mirada a Francis-. Porque creo que ha previsto mi llegada. Y también creo que su conducta, cuando sepa que estoy tras su rastro, cambiará. Necesitaré a alguien que pueda detectar eso.

– ¿A qué se refiere con que la ha previsto? -quiso saber Tomapastillas.

– Creo que la persona que mató a la joven enfermera lo hizo de ese modo porque sabía dos cosas: que podrían culpar con facilidad a otra persona, en este caso ese tal Larguirucho, y que, aun así, alguien como yo vendría a buscarlo.

– ¿Perdón?

– Tenía que saber que quienes investigamos sus crímenes vendríamos aquí.

Esta revelación provocó otro breve silencio en la habitación.

Lucy fijó los ojos en Francis y Peter para examinarlos con una mirada distante. Pensó que podría haber encontrado ayudantes mucho peores, aunque le preocupaba la volatilidad de uno y la fragilidad del otro. También miró a los hermanos Moses, apostados al otro lado de la habitación. Supuso que también podría incorporarlos a su plan, aunque no estaba segura de poder controlarlos tan bien como a los pacientes.

Gulptilil meneó la cabeza y habló.

– Creo que atribuye a este individuo, del que todavía no estoy seguro de su existencia, una sofisticación criminal que supera lo que razonablemente cabría esperar. Si quieres cometer un crimen que quede impune, ¿por qué invitas a alguien a buscarte? Con eso sólo aumentas las posibilidades de ser capturado.

– Porque para él matar es sólo una pequeña parte de la aventura. Por lo menos, eso creo yo. -No añadió nada más porque no quería que le preguntaran sobre los demás elementos de lo que había llamado la aventura.

Francis fue consciente de que se había producido un momento de cierta profundidad. Notaba unas fuertes vibraciones en la habitación y, por un instante, tuvo la sensación de que le tiraban al agua donde no hacía pie. Movió los pies sin darse cuenta, como un nadador entre las olas buscando el fondo.

Sabía que Tomapastillas deseaba la presencia de la fiscal tanto como la del asesino. Por muy locos que estuvieran todos, el hospital seguía siendo una burocracia, y dependía de chupatintas de la administración estatal. Nadie que deba su medio de vida a la chirriante maquinaria oficial desea algo que, de un modo u otro, acabará agitando el avispero. Francis vio cómo el médico se removía en su silla mientras intentaba imaginarse lo que podía convertirse en un espinoso matorral político. Si Lucy Jones tenía razón y Gulptilil le negaba el acceso a las historias clínicas, se expondría a todo tipo de desastres en caso de que el asesino volviese a matar y llegase a oídos de la prensa.

Francis sonrió. Le alegraba no estar en la piel del director. Mientras Gulptilil consideraba la difícil encrucijada en que se encontraba, Francis miró a Peter el Bombero. Parecía nervioso, electrizado, como si lo hubieran enchufado a algo. Habló con absoluta convicción:

– Doctor Gulptilil, si hace lo que sugiere la señorita Jones y ella consigue atrapar al asesino, será usted quien se lleve prácticamente todo el mérito. Si ella y quienes la ayudemos fracasamos, la responsabilidad será de la fiscal. Recaerá en sus hombros y en los de los chiflados que intentaron ayudarla.

Tras valorar esas palabras, el médico asintió.

– Puede que así sea, Peter. -Tosió un par de veces mientras hablaba-. Quizá no sea del todo justo, pero creo que tienes razón. -Echó un vistazo a los reunidos-. Esto es lo que voy a permitir -dijo por fin-. Señorita Jones, tendrá acceso a las historias que necesite, siempre que se respete la confidencialidad de los pacientes. También podrá interrogar a las personas que considere sospechas. Yo mismo, o el señor Evans, estaremos presentes en los interrogatorios. Es cuestión de justicia. Los pacientes, incluso aquellos sospechosos de cometer delitos, tienen sus derechos. Y si alguno de ellos pone objeciones a que usted le interrogue, no le obligaré. O, a la inversa, le aconsejaré la presencia de un abogado. Cualquier decisión médica que pueda plantearse a raíz de esas conversaciones deberá proceder del personal competente. ¿Le parece bien?

– Por supuesto, doctor -respondió Lucy, un poco deprisa.

– Y le suplico que proceda con rapidez -añadió el médico-. Aunque muchos pacientes, de hecho la mayoría, son crónicos, con pocas probabilidades de abandonar el hospital sin años de atención, una parte considerable de los demás llega a estabilizarse, se medica y se le autoriza a volver a su casa con su familia. No sé en cuál de estas categorías se encuentra su sospechoso, aunque tengo mis sospechas.

De nuevo, Lucy asintió.

– Dicho de otro modo -dijo el médico-, no hay forma de saber si seguirá aquí ahora que ha llegado usted. Pero no voy a impedir que se dé de alta a pacientes cualificados para ello sólo porque usted esté buscando a su hombre. ¿Lo comprende? Las decisiones diarias del centro no se verán afectadas.

Lucy asintió otra vez.

– Y en cuanto a contar con la ayuda de otros pacientes en sus… indagaciones -dijo tras dirigir una ceñuda mirada a Peter y Francis-. Bueno, no puedo aprobarlo de modo oficial, incluso aunque le viese alguna utilidad. Pero puede hacer lo que quiera, informalmente, por supuesto. No se lo impediré. Sin embargo, no puedo conceder a estos pacientes ningún estatus especial ni ninguna autoridad, ¿comprende?. Tampoco pueden alterar su tratamiento de ningún modo. -Miró al Bombero, hizo una pausa, y observó a Francis-. Estos dos señores tienen diferentes estatus como pacientes -explicó-. Y las circunstancias que los trajeron aquí y los parámetros de su estancia también son distintos. Eso podría provocarle algunos problemas, si espera contar con su ayuda.

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