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El se dejó caer de nuevo en su butaca.

– ¡Oh!, querida, muchacha -exclamó Philip-. ¡Querida…!

Alex buscó un pañuelo al ver que las lágrimas corrían por sus mejillas, sorbió y se limpió la nariz.

– Otto dijo que Saffier no lo sabía.

– ¿No lo sabía? -preguntó Philip intrigado-, ¿Qué era lo que no sabía?

– No sabia nada de Bosley, de su situación mental. Era sólo un estudiante normalmente sano. Nada de lo sucedido ocurrió hasta mucho tiempo después del nacimiento de Fabián.

– ¿Cómo lo descubrió?

– Fue Otto… -Hizo una pausa, de repente, como si una cortina se hubiera cerrado en su mente-. Fue Otto -repitió, y sus palabras sonaron como un eco-. Yo… eh… -Pero había olvidado lo que había estado a punto de decir.

Pareció como si la temperatura en la habitación descendiera aún más. Tomó un sorbo de café y suspiró de nuevo. Philip encendió otro cigarrillo y expulsó el humo por la nariz. Alex observó el vapor que se elevaba de su taza de café.

– Si un exorcismo tiene éxito, Philip, ¿qué sucede con el espíritu, el demonio o lo que sea que es expulsado? -Se estremeció al sentir que un escalofrío recorría su cuerpo.

Philip comprobó la temperatura de su café con el dedo y se quedó mirando la taza con aire preocupado.

– Tiene que buscar un nuevo anfitrión, un nuevo cuerpo que lo reciba.

– ¿Alguien con el mismo plano genético?

– Es una posibilidad. -Volvió a comprobar su café-. Hay una escena en la Biblia… Jesús expulsando a los demonios. Cristo los manda refugiarse en un cerdo.

– Yo no vi cerdos en Broadmoor.

Philip la miró fijamente y Alex sintió que su rostro se enrojecía; la mirada de Philip era penetrante, como si quisiera llegar muy dentro de ella, hasta el sanctasanctórum más íntimo de su mente. Él comprendió su comentario.

– Quizá sí, muchacha -dijo.

– Eso podía explicar muchas cosas, Philip.

– Quizá sí -aceptó-. Es un verdadero trabajo averiguarlo.

– Todo es difícil de averiguar y requiere mucho trabajo.

Main afirmó y de nuevo pareció preocupado.

– Debes ir con cuidado con tu médium -dijo de repente.

Alex lo miró.

– ¿Por qué?

– A veces pueden resultar peligrosos.

Alex trató de leer en su rostro pero le resultó imposible.

– ¿Qué quieres decir con ese «peligrosos»?

– Su deseo de enfrentarse con cosas -hizo una pausa- de las que ni ellos mismos están seguros.

Alex se limpió la nariz y volvió a sorber de nuevo.

– Tú lo sabes, ¿verdad, Philip? Tú lo sabes todo.

Philip dejó pasar mucho tiempo antes de responder.

– No, no lo sé. -Movió la cabeza lentamente, de un lado a otro; después se levantó y se dirigió hacia sus estanterías llenas de libros y se quedó mirando sus títulos-. No, Dios mío, estoy muy lejos de saberlo todo.

Hubo un largo silencio.

– Philip -dijo ella finalmente-, la última vez que hablamos, me dijiste que a veces los espíritus tratan de regresar -se sintió plenamente consciente al repetir una vez más las palabras- porque dejaron sin terminar algunos asuntos. ¿Cómo lo hacen?

Alex habló suavemente, casi con tono de disculpa.

– El punto de vista espiritualista es que para regresar tienen que hacerlo a través de alguien.

– ¿A través de alguien?

– Encarnándose en alguien. En un ser vivo.

– ¿Poseyéndolo?

Main afirmó.

– Los espíritus desencarnados no tienen energía.

– Así que utilizan la de un ser humano.

– Ése es el punto de vista espiritualista.

– ¿De un anfitrión?

Él afirmó.

– ¿Lo mismo que cuando un espíritu tiene que ser exorcizado?

Volvió a afirmar, tímidamente.

– ¿Cómo logran encontrar alguien que los acoja? -preguntó sintiendo de pronto que la garganta se le secaba.

Él se encogió de hombros.

– El espíritu buscará alguien con una debilidad suficiente.

– ¿Qué quieres decir con esa palabra, debilidad?

– Indefensión. -Se llevó el cigarrillo a la boca y sopló furiosamente, después aspiró el humo con fuerza, con un soplido. Alex lo miró y vio que Philip estaba temblando, profundamente disgustado-. Los espíritus malignos son muy astutos. Pueden engañar a la gente.

– ¿Engañar?

– Sí, eso es algo que siempre se supo.

– ¿Qué tipo de engaños?

– A veces se hacen pasar por otras personas.

Alex sintió el mismo escalofrío que la invadía como si fuera una marea; casi la hizo caer de la silla.

– Buscan a alguien que está en baja forma; la gente que sufre puede ser el objetivo más fácil de todos.

«Deja de mirarme -pensó Alex-, por favor, deja de mirarme de ese modo.»

– No -dijo moviendo la cabeza-. No.

– Pueden ser muy inteligentes. Mucho más inteligentes de lo que es posible imaginarse.

– ¿No puedes detenerlos? -preguntó Alex con voz que era apenas un suspiro.

– ¿Como científico?

Ella movió la cabeza.

– No -respondió Alex, y su voz se hizo más aguda-. Como una persona honesta consigo misma.

Él la miró. Después, visiblemente turbado, apartó la vista, bajó los ojos al suelo y movió el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Apagó su cigarrillo y sacó un nuevo paquete de debajo de un montón de papeles.

– A través de los años, siempre, sólo hubo un procedimiento efectivo. -La miró y después volvió a concentrar su atención en abrir la nueva cajetilla de cigarrillos-. El poder de la oración.

«De repente parece aliviado -pensó Alex-, como si hubiera logrado superar un profundo conflicto interior y darle salida con sus palabras.»

– ¿Rezar?

– Sí…

– ¿Qué clase de rezos?

El rostro de Philip enrojeció y sus ojos siguieron fijos en el suelo, como si estuviera leyendo algo escrito allí.

– Exorcismo.

Alex comenzó a temblar violentamente. La temperatura en la habitación pareció descender todavía más.

– ¿No hace mucho frío aquí? -No obtuvo respuesta-. Philip… -Se dio cuenta de que su voz temblaba vacilante-. Philip… -Miró de un lado a otro y giró la cabeza. Philip Main estaba detrás de ella, con una cariñosa mirada de preocupación en sus ojos-. ¿No hace mucho frío aquí?

– Cerraré la ventana.

– ¡No! -exclamó. No quería que la cerrara, no quería quedarse aislada, que el mundo exterior quedara excluido-. Es posible que me haya resfriado. -Sintió que sus fuertes manos acariciaban sus hombros y trató de dejar de temblar, pero no pudo conseguirlo-. Haría cualquier cosa en este mundo para acabar con esta pesadilla.

– En ese caso consulta a un sacerdote -le sugirió con calma y volvió a acariciar con ternura sus hombros-. Creo que será lo mejor para nosotros dos.

CAPÍTULO XXVII

Condujo ascendiendo la estrecha calle detrás del campo de fútbol del Chelsea, hasta llegar a una urbanización de casas modernas y se inclinó hacia la ventanilla de la izquierda para poder leer los números de las casas. Confiaba en que al hombre que iba a visitar no le molestara que fuera a la hora del almuerzo.

El número 38, como el resto, era una casita de dos pisos con un pequeño jardín en la parte delantera y se sintió un tanto molesta por tener que dejar el Mercedes aparcado delante de la puerta. Anduvo el pequeño camino que conducía a la puerta y llamó.

El cura le abrió la puerta. Vestía unos vaqueros limpios y bien planchados y un viejo jersey y llevaba en una mano una pieza de un juego de construcción Lego. Tenía un aspecto más joven de lo que ella recordaba.

– ¡Hola…! -saludó vacilando, sin saber cómo llamarlo. ¿Reverendo? ¿Señor?

– John Allsop -dijo saliendo en su ayuda al darse cuenta de su dificultad y trató de localizarla en su memoria. Un ligero parpadeo en el ojo derecho-. La señora Hightower, ¿verdad?

Ella afirmó.

– Me alegro mucho de verla. ¿Cómo está usted?

El entusiasmo de su saludo la sorprendió y durante un momento se quedó sin saber qué decir.

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