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Era como si el pasado se hubiera exorcizado a sí mismo.

Subió las escaleras de su oficina. Decidida a seguir adelante, una vez más, también en su trabajo. A enfrentarse con el montón de originales. A concentrarse en algo diferente.

– ¿Cómo fue todo? -preguntó Julie.

– Bien. Pensé que sería mucho peor. El piso es muy alegre… La vista esta mañana era fantástica.

– Me gustaría tener una buena vista desde mi casa.

Alex sonrió.

– ¿Hubo ayer alguna novedad?

– Nada urgente. Philip dejó un recado… algo sobre el teatro el jueves. Me dijo que tu teléfono estaba averiado.

Alex entró en su despacho. Sintió frío después del calor del sol, corrió las persianas y abrió la ventana para dejar entrar el aire calentado por la luz solar.

Su escritorio estaba lleno de cartas, manuscritos, notas con recados. Un desafío. ¡Se había retrasado tanto en su trabajo, tras las semanas en el hospital y las preocupaciones del cambio de casa! Por un momento recorrió la estancia con la mirada, tratando de concentrar sus pensamientos, estableciendo mentalmente un horario de trabajo para el día. Se sonrió a sí misma una vez más. Todo había pasado. Miró el cielo azul. La larga y lenta escalada había comenzado de nuevo desde donde había quedado, de regreso a un punto de partida que nunca podría volver a ser el mismo. Suspiró, extendió el brazo y movió a «on» el interruptor de su ordenador personal.

Dos palabras en letras verdes parecieron devolverle su mirada desde la pantalla, brillantes, fijas. Inmutables.

«HOLA, MADRE.»

***
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