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La puerta se abrió y Alex dio un salto hacia atrás. Otto estaba allí, con una mano en el bolsillo de su grueso jersey abierto y la saludó con una inclinación de cabeza, con la sonrisa de enterado en su rostro herido y la misma falta de expresión en sus ojos.

– Ha llegado antes de lo que esperaba.

Alex frunció el ceño, molesta por la observación, y le devolvió la mirada tratando de comprender qué quería decir; después apartó la mirada, incómoda, para fijarla en el dintel, sobre la puerta.

– Lo siento, no te entiendo… No te dejé ningún recado.

Otto dio la vuelta y entró en la habitación.

– He hecho café, ¿quiere usted una taza?

Vio que el agua hervía en la cafetera y las dos tazas a su lado.

– Gracias.

– Sabía que iba a venir -dijo como si la visita fuera lo más natural del mundo.

– ¿Cómo?

Otto se encogió de hombros.

– Yo sé muchas cosas.

– ¿Qué cosas?

El joven soltó una risa breve y desdeñosa y por un momento Alex sintió que le gustaría abofetearlo.

– No sabías lo suficiente como para evitar que mi hijo se matara -dijo de pronto, agresiva y con acritud, incapaz de evitar que se le escaparan las palabras.

Otto se inclinó y alzó la cafetera.

– Solo y sin azúcar.

– Gracias.

Alex esperó su comentario, pero no lo hubo; Otto se quedó inclinado, sirviendo el café, mientras ella lo observaba y se sentía extrañamente enferma. Cuando finalmente el joven se giró, su cara estaba lívida.

– Lo siento, Otto -se disculpó, y se sintió nerviosa de improviso-. No he sido demasiado amable. -Alex se dio cuenta que la rabia hervía en el interior de Otto, que en aquellos momentos le pareció mucho mayor de lo que debería ser un estudiante, incluso mayor que ella-. A veces digo cosas que no siento.

Él se sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la pared; su furia pareció remitir y de nuevo volvió a ser joven.

Alex sonrió tanteando el terreno.

– ¿Cómo sabías que iba a venir?

La voz de Otto sonó distante, como si estuviera hablando ante un dictáfono.

– A veces tengo presentimientos; veo las cosas que van a ocurrir: unas veces pequeñas cosas sin importancia, en ocasiones otras más graves.

– ¿Y qué ocurre?

El amigo de su hijo tomó un sorbo de café.

– Se hacen realidad. -Se la quedó mirando como estudiando su reacción-. Pero no puedo hacer nada al respecto, así que es una información totalmente inútil.

– ¿Por qué?

– Es como si ya hubieran sucedido, así que no puedo hacer nada.

– Tenías el café preparado para cuando llegara.

– Sí, había preparado el café, cierto; pero eso no es gran cosa.

– ¿Supiste algo sobre el accidente? ¿Qué iba a ocurrir?

– No, nada. -Hizo una pausa-. Pero incluso si… -Se estremeció.

– ¿Sabes por qué he venido?

Él no dijo nada.

Alex lo miró a los ojos, tratando de leer en ellos. Intentó ignorar la débil mirada burlona que observó en ellos y penetrarlos. Pero no podía. Era como mirar unas grandes vidrieras tras las cuales no hubiera más que la oscuridad de la noche.

– Otto, quiero que trates de recordar algo: quizá no sea muy agradable para ti, pero para mí es muy importante. ¿Quieres ayudarme?

– Si puedo.

– ¿Chocasteis contra un coche?

– Sí, seguro.

– ¿Qué pasó inmediatamente antes?

– No recuerdo nada. Iba en el coche y de pronto me encontré fuera de él.

– Por favor, trata de recordar.

– Tenía una gran resaca. La fiesta de la noche anterior resultó muy animada. No sé mucho de Fabián. -De nuevo repitió su extraña sonrisa.

– ¿Por qué sonríes?

– Se ligó a la hija de nuestro anfitrión; pasó la noche con ella -movió la cabeza-. Increíble, siempre estaba ligando.

– Pero nunca las conservaba, ¿no es eso?

Otto la miró y después apartó los ojos.

– Eso no tiene importancia.

– Para ti no, pero ¿y para él?

Otto se estremeció.

– Su hijo era un canalla con las mujeres, señora Hightower. Es mejor que dejemos el tema.

– ¿Qué quieres decir?

El movió la cabeza.

– ¿Importa eso algo ahora que está…? -Alex hizo una pausa-. ¿No puedes decírmelo?

El joven sonrió extrañamente.

– No, realmente no tiene importancia. -Movió el café-. íbamos en el coche, charlando. Yo en el asiento de delante, a su lado. Charles detrás, por alguna razón no llevaba puesto el cinturón de seguridad; el enganche en el Golf es un verdadero desastre, ya sabe. Estaba amaneciendo y llevábamos las luces encendidas. Fabián hablaba con Charles y se volvió para mirarlo; de pronto vi los faros delante de nosotros, que se dirigían a embestirnos, unas luces muy altas, y yo pensé que se trataba de un camión.

– ¿Qué?

Alex no pudo evitar que la palabra se le escapara como un grito involuntario; empezó a temblar, incrédula, confusa; se sintió mareada y vio cómo el suelo resbalaba bajo sus pies, como si estuviera en una barca alcanzada de pronto por una ola; tuvo que sujetarse con las dos manos para evitar caerse de la silla.

– ¿Un camión?

– Pero era un coche. Un Citroën viejo, grande, muy alto. Nosotros íbamos en el Golf, que es un coche muy bajo. Nos pareció un camión. Fabián también debió de creerlo así, porque gritó: «¡Un camión!» Después me encontré caído sobre la hierba y el barro… La verdad es que no recuerdo nada más.

A Alex su silla le pareció un columpio que iba de un lado a otro como si tuviera vida propia. Luchó para no caerse, echándose hacia atrás sin dejar de mirar los ojos de Otto, esos ojos que eran impenetrables como la noche.

– Me temo que eso no le aclarará muchas cosas.

– A veces -respondió Alex distante, vagamente consciente de una curiosa agitación en el estómago- no es necesario que nos digan mucho.

CAPÍTULO XVII

La casa estaba bien ventilada y limpia y olla a líquido limpiamuebles. Mimsa había dejado una de sus usuales notas indescifrables:

Querida señora Higtow, echo to el trabajo. No tengo liquido para limpiar bentanas. Problemas en el water de abajo. Papel no pegado en la pared. La veré mañana.

Alex alzó las cejas y apuntó algo en su agenda. Vaciló fuera del lavabo de abajo, sin atreverse a entrar, y se dirigió al dormitorio de Fabián. Mimsa lo había dejado todo como estaba, siguiendo sus instrucciones. Tomó el diario de su hijo y se sentó en el borde de la cama y sacó la tarjeta que había cogido en casa de la madre de Carrie y la carta que Carrie le había escrito a Fabián, que abrió y alisó. Puso la tarjeta a su lado y comenzó a comparar la letra, siguiendo el orden alfabético, es decir comparando entre sí cada una de las letras.

Alex comenzó a sentir frío a medida que seguía su trabajo y tuvo la impresión de que la temperatura bajaba. Se levantó y salió de la habitación sin alzar la vista para mirar el retrato de Fabián. Bajó a la sala de estar y se sentó junto al teléfono. Tomó el auricular, vaciló un momento y volvió a dejarlo en su sitio. Volvió a mirar la carta y la tarjeta y después tomó el teléfono de nuevo y marcó el número de Philip Main.

– Lo lamento -dijo-, anoche fui un poco dura.

– No te preocupes, es comprensible… Me comporté…

– No, no hiciste nada reprochable, te portaste de modo muy amable y afectuoso.

– ¿Estuviste hoy… allí?

– Sí.

– Ya veo. -Su voz tenía un tono de censura.

– Por eso te llamo. Quiero hablar de eso contigo. ¿Tienes algo que hacer esta noche?

– No, nada importante; sólo acabar de demostrar convincentemente los orígenes del hombre.

– Lo siento.

– Si esa respuesta se hace esperar desde hace dos billones de años, supongo que una noche más no tiene gran importancia.

– ¿Quieres probar otro de mis platos congelados?

Se produjo un silencio. Philip tosió y sus palabra sonaron incómodas.

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