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– Los curanderos lo vienen haciendo desde hace siglos, mucho antes de que existieran los médiums.

– ¿Y antes de Cristo?

Él volvió a encogerse de hombros.

– Necesitas descansar, muchacha. Unas vacaciones, alejarte de todo esto. No necesitas médiums que vuelvan a remover todo el asunto y complicar más las cosas.

– Esta tarde estuvo aquí una.

– Eso explica las cosas.

– ¿Qué?

– Tu palidez. Que estuvieras blanca como el papel cuando yo llegué.

– Era una mujer rara. Realmente me habló. -Alex lo miró, pero no dijo nada-. Yo no le pedí que viniera, pero, según dijo, supo que yo la necesitaba, que había algo que me inquietaba y estaba causándome problemas… que Fabián… aún sigue rondando por aquí. -Alex sonrió nerviosa y encendió un cigarrillo-. Estuvo sentada aquí mismo, con los ojos cerrados y de pronto empezó a temblar como una hoja al viento; se levantó, con aire de estar muy asustada, y me dijo que había cometido un error, una terrible equivocación, y que debía dejarlo solo.

– Algo que tiene mucho sentido común.

– Después se oyó un gran golpe en el piso de arriba.

Main la miró como si sus ojos quisieran penetrarla profundamente y sondear sus pensamientos.

– Una mujer estúpida tratando de engañarte.

– No -protestó Alex-. Y ésa es precisamente la cuestión. Ella no intentó aprovecharse. Se marchó, simplemente. Se fue sin querer decirme nada, sin responder a mis preguntas. Se fue a toda prisa, con aspecto de estar horrorizada.

– Chiflados, son todos unos locos.

– ¿Incluso Morgan Ford?

– Especialmente Morgan Ford.

– Muchas gracias, en ese caso mañana lo pasaré estupendamente con él.

– Ya te lo había advertido.

– Quiero ir. -Se estremeció-. Lo he pensado bien. Deseo ir especialmente ahora después de lo que ha sucedido… Yo…

Philip fijó en ella sus ojos penetrantes.

– Ha sucedido algo más, ¿no es eso?

Ella retorció su cigarrillo.

– Ayer me traje a casa, desde Cambridge, el viejo baúl de Fabián; estaba sobre su cama, muy pesado, lleno de ropas y otras cosas. El ruido que oí… Bueno, subí al cuarto de Fabián: el baúl se había caído de la cama, estaba en el suelo. Y no hay forma de que pudiera haberse caído por sí solo, Philip.

– Así que crees que él estuvo aquí.

Alex sonrió nerviosa y se dio cuenta de que se ruborizaba.

– Esto puede parecer una locura… Quizá deberlas meterme a mí también en una casa de locos… Fabián solía tener un genio violento. Aunque por lo general era un chico amable y cariñoso, cuando no conseguía lo que quería, especialmente de niño, sufría terribles rabietas. A veces tenía tanta fuerza que me costaba trabajo dominarlo. ¿Es posible que esta tarde se enfureciera con aquella mujer?

Volvió a sonreír de nuevo y miró a Main llena de esperanzas.

Él le hizo un guiño.

– Hay cientos de razones que pueden explicar que algo se caiga de la cama al suelo.

Alex negó firmemente con la cabeza.

– No. No hay forma de explicar la caída del baúl. No se cayó solo. -Se le quedó mirando-. ¿Por qué guiñas?

Philip movió la cabeza lentamente.

– Ayer fuiste atacada por alguien en la oficina; hoy alguien tira al suelo baúles en tus dormitorios. Piensa en ello.

– Son cosas diferentes, Philip; la noche pasada estaba totalmente fuera de mí, lo admito. Pero hoy no era así, hoy estaba perfectamente. -Hizo una pausa-. Ven a verlo por ti mismo.

Philip se encogió de hombros y se levantó.

Durante un terrible momento, Alex pensó que cuando entraran en la habitación volverían a ver el baúl de nuevo sobre la cama, en perfecto orden. Empujó la puerta para abrirla y encendió la luz: el baúl estaba allí, en el suelo, con todas sus cosas desparramadas por el suelo, tal y como lo había dejado.

– ¿Lo ves?

Main miró a su alrededor por la habitación, alzó la vista al retrato de Fabián y lo observó un rato pensativamente. Dio unos pasos más, vio el telescopio. Se dirigió hacia allí y empezó a estudiarlo.

– Un buen instrumento.

– Te lo puedes quedar si te sirve para algo.

Main se arrodilló y miró por el telescopio; enfocó el visor.

– Londres no es el lugar más adecuado para practicar la astronomía; demasiada contaminación en el aire.

– Llévatelo si quieres.

Negó con la cabeza.

– No es mi campo. La reina Victoria odiaba los microscopios. Decía que le permitían a uno ver las cosas demasiado próximas hasta el punto de que no se podía decir exactamente lo que se estaba viendo. Yo pienso lo mismo de los telescopios: nos permiten ver cosas que están tan lejos que uno no puede decir con certeza de qué se trata.

Ella sonrió.

– Dame un microscopio el día que quieras. Todo está ahí, muchacha, bajo el microscopio. Todo. -Se alzó, se estiró y miró el baúl-. ¿Quieres que te eche una mano?

– No, tengo que sacar algunas cosas, es mejor dejarlo donde está.

Alex vio a Main que contemplaba de nuevo el retrato de Fabián. Pero seguidamente apartó la mirada.

– Es impresionante, ¿no te parece?

– ¿El retrato?

Ella afirmó con la cabeza.

– Parece un personaje de Van Eyck. -Alzó la mirada y a continuación se dio la vuelta enérgicamente y se alejó de allí.

– ¿Tienes hambre?

– Bien, creo que un chico como yo podría comer algo.

– Quizás un chico como tú podría elegir lo que quiere. Y una chica como yo se lo prepararía encantada.

– ¡Estupendo! -dijo.

Dio la vuelta y una vez más miró el cuadro. Una expresión de preocupación cruzó su rostro y salió del dormitorio; «tal vez con demasiada prisa», pensó Alex sorprendida al ver el repentino cambio que su amigo había experimentado.

CAPÍTULO XIV

Black hizo un extraño ruido parecido a un gargarismo infantil y Alex dio un salto. El aullido agudo descendió de tono hasta convertirse en un gruñido grave.

Main se quitó un poco de lasaña que se le había pegado a los bigotes, se secó los labios con la servilleta y volvió la cabeza hacia el corredor que daba al recibidor.

– ¡Tranquilo, chico!

El sordo gruñido continuó. Main tomó su vaso de vino y lo vació de un trago.

– Bueno -dijo.

– Has estado muy callado.

Philip se retrepó en su asiento y sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta. Alzó la botella y puso un poco de vino en el vaso de Alex y después acabó de llenar el suyo.

– Un buen vino.

– Montepulciano d'Abruzzo.

– ¿Perdón?

Black dejó escapar otro gruñido. Philip de nuevo se volvió a mirar el pasillo.

– ¡Tranquilo! -le gritó a su perro. Y continuó-: Italia tiene algunos vinos verdaderamente notables. Sorprendentes.

– Deberías colaborar con David. Escribir un libro juntos.

Philip hizo una pausa y la miró.

– Jesús sabía mucho de vinos.

– ¿Jesús?

– Sí. Él no transformó el agua en un vino común. Algunos invitados le preguntaron al anfitrión por qué había guardado el mejor vino para el final.

Alex sonrió.

– ¿Vino italiano?

– No, Dios mío, no. Posiblemente libanés.

Black gruñó de nuevo. Philip frunció el ceño pero no dijo nada.

– Bien, ¿qué te parece lo ocurrido con el baúl?

No respondió hasta después de haber encendido su nuevo cigarrillo, como si fuera una droga que necesitara para conseguir el valor suficiente para hablar.

– Creo que debiste de dejarlo demasiado cerca del filo de la cama.

Ella bajó los ojos.

– No, Philip, no lo hice y tú lo sabes bien.

Philip Main se levantó y despacio se dirigió a la puerta.

– ¡Black! -Main marchó por el pasillo y vio que su perro se ponía de pie y miraba escaleras arriba. Una vez más inició su lento gruñido-. ¿Qué te pasa, chico?

El perro no le hizo el menor caso.

– No hay nada allá arriba, chico. -Main miró al perro, intrigado, y empezó a encontrarse verdaderamente incómodo.

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