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Volvió al dormitorio de su hijo y contempló el desorden de sus pertenencias en el suelo: ropas, libros, su diario, su viejo sombrero de paja. Después alzó los ojos para mirar su retrato. ¿Cómo…?

Sonó el timbre. Apagó la luz, cerró la puerta y bajó la escalera.

– ¡Siéntate! -Oyó la voz seguida de un furioso ladrido-. ¡Siéntate!

Temblando, abrió la puerta y vio a Philip Main frente a ella, con su desgastada chaqueta de pana, con una arrugada bolsa de papel debajo del brazo y sosteniendo con la otra mano, no sin dificultades, la correa del perro.

– ¡Black, siéntate! -La miró a ella- Perdóname si es que llego algo pronto, pero no podía recordar a qué hora habíamos quedado. -Se dirigió de nuevo a su perro-. ¡Siéntate!

Le ofreció la bolsa de compras.

– Blanco y tinto. Como no sabía qué me ibas a dar para cenar, he traído una botella de cada.

– Gracias. -Tomó la bolsa.

Main se sintió físicamente impulsado hacia atrás.

– ¡Black, siéntate!

El perro dejó escapar un gruñido profundo, como el rugido de una poderosa motocicleta.

– Vamos, entra.

Main tiró de la correa y Black dejó escapar un ronquido sorprendentemente sordo.

– Parece que… no se siente a gusto. Quizás hoy no ha paseado lo suficiente.

El perro se resistía a entrar y clavaba las patas en el cemento del escalón de entrada, y cuando Main tiró de él sólo consiguió arrastrarlo unos centímetros, a la fuerza.

– ¡Black! -El perro alzó la cabeza, se dio cuenta de su derrota y a disgusto siguió a su dueño al interior de la casa. Se detuvo y se sentó en el recibidor.

– ¡Bien, chico! -aprobó Main acariciándolo, pero el animal lo ignoró por completo y se quedó mirando el suelo con aire de desconfianza. Main le quitó la correa-. A veces tienen caprichos extraños.

– Debe de ser difícil tener un perro en Londres.

– A veces. -Enrolló la correa y se la metió en el bolsillo-. Nosotros por lo visto nos arreglamos.

Entraron en el salón.

– ¿Qué quieres beber? -le preguntó Alex.

– Tienes un aspecto terrible.

– ¡Hombre…! ¡Muchas gracias!

– Pálida. ¡Estás blanca como el papel!

– ¿Whisky escocés?

– Supongo que no tienes Paddy.

– ¿Paddy?

– Whisky irlandés.

Ella negó con la cabeza.

– No, lo siento. -Alex tuvo consciencia de su mirada y se sintió incómoda-. Quizás estoy algo cansada.

Philip se sentó y sacó del bolsillo de su vieja chaqueta un arrugado paquete de cigarrillos.

Alex le ofreció su bebida.

– Realmente he tenido un día muy agitado. ¿Cómo fue el tuyo?

– Muy bien. -Se echó adelante y olió su whisky.

– ¿Haces progresos? ¿Tendré pronto un libro tuyo?

– He adelantado un poco, sólo un poco. -Olió de nuevo su vaso.

– No me ganaría la vida si todos mis clientes fueran como tú. Han pasado tres años y todavía no sé de qué trata tu libro.

– El último que escribí estuvo bastante bien, muchacha.

Alex sonrió. En efecto, el libro anterior de Philip Main se había publicado en quince países y fue traducido a doce idiomas. En todos ellos continuó siendo tan incomprensible como en el original.

– ¿Podré entender el nuevo?

– El mundo entero podrá entenderlo, chica. Lo que pasa es que no quieren hacerlo.

Encendió una cerilla y la llevó a la colilla de su cigarrillo.

– Estás completamente decidido, ¿no?

– ¿Decidido?

– A demostrar que Dios no existe.

Sacudió la cerilla.

– Superstición y estupidez, muchacha, hay demasiada superstición en el mundo.

– ¿Estás seguro de que no se trata de una venganza?

– ¿Una venganza?

– Contra tu padre. Era sacerdote, ¿no?

Philip sacudió la cabeza en medio de una nube de humo, después bajó los ojos y miró con tristeza la alfombra.

– Perdió la fe, se dio cuenta de que había estado equivocado, que no supo ser un auténtico vicario. Y dejó de serlo.

– ¿En qué se convirtió?

– En un médium.

Alex lo miró.

– Nunca me lo dijiste.

– Bien, hay cosas de las que a uno no le gusta hablar.

Alex se encogió de hombros.

– ¿Por qué no? ¿Importa algo? ¿Te involucró en ello?

– ¡Dios mío, claro que sí! En todo momento.

Ella lo miró, sentado allí, su figura alta encogida temerosamente, con el vaso torpemente sujeto con las dos manos, como un anciano. Se sintió incómoda junto a él, con todos sus misterios, sus respuestas y sus conocimientos.

Siempre le había causado la impresión de que en algún lugar, en lo más profundo de él, estaba la verdad de la vida, una verdad que sólo él conocía y que algún día, si se lo rogaba con la suficiente persistencia y profundidad, acabaría por revelarle.

– ¿En qué tipo de cosas?

Main enrojeció y fijó los ojos en el vaso.

– El rescate de espíritus, así era como él lo llamaba.

– ¿El rescate de espíritus?

– ¡Uhhmmm! -Se encogió aún más en su silla.

– ¡Háblame de ello!

Main miró a su alrededor, incómodo, como si vigilara que nadie pudiera oír la conversación; a continuación le dirigió a su anfitriona una sonrisa de disculpa.

– Solía llevarme con él, como una especie de toma de tierra. -Se estremeció-. Exorcismo, rescate de espíritus, cosas así.

– No comprendo.

– Había un tramo de carretera, cerca de Guildford, que al parecer la gente creía que estaba embrujado, por el que solía transitar un fantasma que nunca se alejaba de allí. Fueron muchos los que lo vieron, incluso algunas patrullas de la policía. Mi padre fue allí y me llevó con él, al parecer porque yo no era un elemento «psíquico» y no podía ser afectado por los espíritus. Yo era como una toma de tierra en un enchufe eléctrico, una medida de seguridad. -Se llevó el cigarrillo a los labios y lo aspiró-. El fantasma resultó ser el de un camionero que se mató en un accidente de tráfico unos años antes. No se daba cuenta de que estaba muerto e iba de un lado a otro tratando de hallar a su mujer y sus hijos. Mi padre le dijo lo que había ocurrido, le explicó que estaba muerto y lo puso en contacto con algunos guías de espíritus que se lo llevaron con ellos, y a partir de entonces fue feliz.

Main miró dócilmente a Alex y bajó los ojos al vaso de whisky que hizo girar entre sus manos.

– ¿Viste tú a ese hombre?

– No, gracias a Dios. Sólo oí a mi padre hablar con él.

– ¿Y qué piensas de todo ello?

Bebió un poco de whisky antes de responder.

– Creo que mi padre estaba medio chiflado.

Alex lo miró y durante un buen rato ambos siguieron sentados en silencio.

– No creo que pensaras eso -dijo Alex finalmente.

Él volvió a estremecerse, incómodo.

– Hace ya tanto tiempo. -Hizo una pausa-. ¡Sí, vaya, muchísimo tiempo!

– Y te has pasado el resto de tu vida tratando de demostrar que estaba equivocado.

Main se irguió y la miró en silencio.

– Mi padre terminó en una granja asilo para chiflados.

– Lo siento -dijo ella.

Philip se encogió de hombros.

– Quizá no fue lo bastante fuerte para controlar sus poderes.

– Uhmmm…

Alex se estremeció.

– ¡Horrible!

– Hay cierta relación entre un cerebro viejo, una enfermedad y los poderes psíquicos. Los médiums son gente extraña.

– Nunca supe de un vicario que se transformara en médium.

– ¿Has oído hablar alguna vez de un vicario que terminara sus días en un manicomio?

Ella lo miró, sin saber si debía sonreír.

– ¿Hubo algún momento en que creíste en esas cosas?

– Fueron la causa de la ruina mental de mi padre. -Bajó los ojos a su vaso de whisky.

– ¿No crees que en ello pueda haber algo bueno? Piensa en las personas que tienen poderes curativos.

– La seguridad social tiene poderes curativos y una mejor marca estadística.

– ¿Y si la medicina oficial falla?

Philip miraba su vaso de whisky.

– No hay pruebas.

– Hay gentes que han sido curados cuando ya los médicos los habían desahuciado.

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