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El sacerdote frunció el ceño, preocupado.

– Entonces… usted, estrictamente hablando, no es una pariente… -Hizo una pausa-. Bien, supongo que se la puede considerar como tal. Un caso interesante. -Sonrió feliz.

– ¿Me será posible visitarlo?

– Tendré que solicitarlo del director de la institución.

– Me gustaría verlo.

El capellán sonrió.

– No lo sé. -Sacudió la cabeza-. Es posible que esa visita le traiga recuerdos que no sean convenientes para su tratamiento. Puedo tramitar su solicitud, pero no me siento demasiado optimista. Está haciendo progresos, pero el tratamiento de la esquizofrenia es muy lento y difícil y él ya tuvo una grave recaída no hace mucho.

– ¿Puedo saber por qué está aquí?

El sacerdote se levantó.

– Le traeré la ficha. Creo que es algo irregular, pero dadas las circunstancias, estoy convencido de que puedo hacer una excepción.

Alex puso el montón de hojas mecanografiadas dentro del sobre amarillo y empezó a cerrarlo con la cinta que lo sujetaba.

– Oh, espere, antes de cerrarlo volveremos a meter la fotografía.

– La fotografía -repitió Alex mecánicamente. Se sentía exangüe y exhausta. Volvió a desatar la cinta, agradecida de tener algo que hacer, algo que de momento le ocupara la mente-. La fotografía -repitió.

– Señora Hightower, la Biblia no dice en ninguna parte -le aclaró amablemente- que una persona tiene que ser buena para que se la considere como un ser valioso.

Ella lo miró, sin expresión, viendo tan sólo el montón de papeles y el informe mecanografiado del estado clínico de Bosley y afirmó con la cabeza mientras trataba de contener las lágrimas.

– Si alguien está loco -dijo Alex con voz entrecortada y dándose cuenta de que las lágrimas le corrían por las mejillas-, ¿se le puede absolver por el mal que hizo?

– Dios estableció los Diez Mandamientos. No podemos violarlos sin caer en responsabilidad. Si se comete un pecado existe la responsabilidad, incluso cuando el que peca es un enfermo mental. Los psiquiatras no pueden borrar el pecado y tampoco puedo hacerlo yo. -Sonrió y cruzó las piernas-. Una persona que cometió un crimen estando enfermo mentalmente, sólo mejorará cuando se dé cuenta de lo que ha hecho, cuando sea capaz de decir: «Estaba enfermo, pero ahora siento que necesito ser perdonado.»

– ¿Lo ha dicho John Bosley?

El sacerdote negó con la cabeza.

– Me temo que sigue confuso, terriblemente confuso.

– Eso me parece muy cruel.

– ¿Cruel?

– Sí, es cruel que Dios pueda crear una situación así.

– Nosotros aceptamos el punto de vista de la Iglesia de Inglaterra de que el demonio no puede entrar en una persona que no quiera recibirlo. -Sonrió-. El diablo tiene que sentirse invitado por una persona para que entre en su vida. Satanás no se presentará por cuenta propia.

Alex lo miró y tuvo un escalofrío.

– ¿Quiere usted decir que Bosley, pese a su locura, es fundamentalmente un ser maligno?

El hombre levantó los brazos, lentamente, con una expresión triste en el rostro.

– Quizá no «pese a su locura»… Tenemos que considerar la posibilidad de que los problemas mentales de quien ha cometido un crimen terrible sean síntoma de su maldad.

Alex se estremeció. Hubo un prolongado silencio y se dio cuenta de que el capellán consultaba su reloj.

– La esquizofrenia, ¿puede ser hereditaria? -preguntó Alex.

– Hay bastantes pruebas de que puede ser así. La Schizophrenic Society puede darle información, pues han hecho descubrimientos muy interesantes.

– Así que mi hijo…

– Es una posibilidad que debe tenerse en cuenta. -Volvió a mirar su reloj-. ¿Podría volver otro día para continuar nuestra conversación con más tiempo?

– Muchas gracias, me gustará hacerlo.

El sacerdote se levantó y se estiró la chaqueta.

– Dijo usted -preguntó Alex- que se produjo una recaída en su tratamiento, ¿qué ocurrió?

El rostro del sacerdote se enrojeció y unió las manos con un gesto sumiso.

– Sólo fue un estúpido incidente -dijo-, muy estúpido.

– ¿Qué ocurrió?

El sacerdote volvió a consultar su reloj.

– Nada, no fue nada. -Hizo una pausa-. Quizá deba saberlo. La próxima vez… se lo contaré la próxima vez… tengo que reflexionar sobre ello.

Ella lo miró con fijeza. ¿Qué había pasado? ¿Qué demonios había pasado?

– ¿Sabrá usted encontrar su camino de regreso? ¿La carretera principal? No tiene más que girar a la derecha.

– Muchas gracias, padre… reverendo… -dijo vacilando.

El capellán sonrió.

– Llámeme. Estaré muy ocupado en las próximas semanas. ¿Podría llamarme en junio?

– Muchas gracias -repitió Alex- Ha sido usted muy amable.

Pero su mente estaba en otra parte, en un lugar muy alejado de allí.

CAPÍTULO XXVI

– No me dejó conservar la fotografía.

Philip Main estaba casi tumbado en el sillón con los pies sobre la mesa. Los bajó, cruzó las piernas, volvió a descruzarlas, posó los tacones de los zapatos sobre un montón de papeles, después se irguió sobre los codos y dejó descansar su peso en los brazos del sillón. Miró pensativamente el teléfono frente a él.

– Extraordinario, este tipo, Bosley. ¿La abandonó allí?

– Al parecer así fue.

– ¿La encadenó en un sótano?

Alex afirmó con el rostro blanco como el papel.

– ¿Y la dejó allí?

– Sí.

– ¿Sin decírselo a nadie?

Alex no respondió.

– ¿Tenía algún motivo de rencor… contra las mujeres?

Alex giró el cigarrillo.

– Una de ellas le dio calabazas.

– Extraordinario. Realmente extraordinario. Un médico. Debía de ser un tipo inteligente… Esa clase de cosas parecen más propias… -Abrió las manos en gesto expresivo-. La gente hace cosas realmente extraordinarias.

– ¿Por qué, Philip?

La estancia se oscureció de pronto y Alex oyó el sonido de la lluvia fuera de la casa. Pensó en un sótano frío y húmedo, en una mujer encadenada, sentada en el suelo, gimiendo, tiritando al oír el gotear del agua. Se estremeció.

Main puso un cigarrillo entre las frondas de su bigote y lo dejó colgar de sus labios, apagado.

– ¿Quién te dio la idea?

– ¿La idea?

– De ir a ver al capellán.

Alex se encogió de hombros.

– No lo sé. Telefoneé a Broadmoor para preguntar si podía visitar a Bosley. -Sonrió repentinamente, con timidez-. Me respondieron como si se tratara de un hotel.

– ¿Y accedieron a la visita?

– Había que solicitarlo al consejo de dirección, me dijeron. Pregunté si había alguien con quien pudiera hablar. -Hizo una pausa-. Y me pusieron con el capellán.

Alex recorrió con la mirada el caótico estudio, vio a Black dormido sobre el sofá. Su escritorio, la mesa de trabajo, los archivadores, un arcón militar y casi todo el suelo cubierto de montones de papeles. Una anticuada máquina de escribir eléctrica estaba medio cubierta entre los papeles, al igual que la pantalla, el teclado y la impresora de su ordenador personal. El papel lo cubría todo, como la nieve tras una copiosa nevada.

– Esto me recuerda tu coche -dijo.

– ¿Mi coche?

– Tu despacho. ¿Cómo puedes trabajar aquí?

– Me las arreglo.

Alex sonrió.

– No recuerdo haber estado antes en el estudio de ninguno de mis escritores. Realmente es algo digno de ser visto.

Philip miró a su alrededor y movió la cabeza.

– Ahora tampoco vas mucho por tu oficina.

– ¿Me estás controlando?

– No, Dios mío, claro que no. Creo que es muy conveniente que te quedes en el campo con David.

– Está intentando mantenerme en mi sano juicio.

Philip jugueteó con una caja de cerillas.

– ¿Vas a… vas a volver con él? -Su voz sonó turbada-. ¿Vais a reconciliaros?

Ella negó con la cabeza.

Philip encendió una cerilla y prendió su cigarrillo, mientras la contemplaba con mirada burlona. Alex se ruborizó.

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