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– Se está portando muy bien conmigo, es muy amable. Tiene una gran fortaleza. Supongo que en estos momentos lo necesito, y eso no me gusta; no quiero volver a hacerle daño. -Hizo una pausa-. Se merece alguien mejor que yo.

– ¡Caramba, no te menosprecies, muchacha!

Sintió que unas lágrimas humedecían sus ojos y los cerró fuertemente durante un momento, mientras agitaba la cabeza.

– ¡Estoy tan asustada, Philip!

– ¿Qué opina David?

Ella miró por la ventana al mugriento muro trasero de la casa de enfrente.

– Quiere que vaya a ver a un psiquiatra.

Main movió enérgicamente la cabeza.

– ¡No -exclamó-, de ningún modo!

– ¿Qué crees que debo hacer? Tú mismo estás lleno de contradicciones, ¿no es así, Philip? Y yo necesito apoyo, a alguien que me ayude. -Lo volvió a mirar-. Tú me dijiste la última vez que hablamos que en ocasiones los espíritus tratan de volver porque se dejaron algún asunto importante sin terminar.

– Es una teoría. Simplemente una teoría.

– Para ti todo son teorías, malditas teorías. -Philip pareció herido por la observación y su mirada recorrió la habitación, indecisa-. Lo siento -se excusó-. No quería enfadarme, pero lo único que haces, siempre, es ofrecerme condenadas teorías. La pasada noche ya tuve tres horas para oír la teoría de David, según el cual, como sufro de una alteración emocional, lo que necesito es la ayuda de un psiquiatra. Tengo, también, la teoría de Morgan Ford sobre las oscuras fuerzas satánicas. Y ahora te tengo a ti con tu teoría sobre los genes… ¿cuál es? ¿Que somos prisioneros de nuestros genes? -Se echó hacia adelante en su rígida silla-. El capellán también me habló de los genes; me dijo que la esquizofrenia puede ser transmitida genéticamente. Ford también se refirió a los genes. Dijo que eran muy importantes en el mundo del espíritu; algo así como que eran el anteproyecto sobre el que se edificaría nuestro carácter.

Main afirmó lentamente con la cabeza.

– Y lo son.

Sonó el teléfono. Main se adelantó y cogió el auricular.

– ¿Diga? -preguntó con voz preocupada.

Alex lo observó. Se sentía segura allí, entre aquellas nubes de humo y su chaqueta arrugada y el sólido mobiliario. Y el conocimiento; Philip sabía muchas cosas, demasiadas, tenía la respuesta a muchos misterios. Era un hombre que se sentía cómodo con la vida.

Excepto… Había una excepción, pensó con un escalofrío al recordar la última vez que Philip estuvo con ella en su salón.

Philip tomó una pluma y escribió algo en la parte posterior de una de las hojas de papel.

– ¡Dios mío! -Hizo una pausa y después continuó escribiendo durante un buen rato-. Bien -dijo finalmente-. Terrible. Hasta luego. -Colgó el teléfono y miró a Alex. Había algo en sus ojos, como un grave peso que no se atreviera a salir y se escondiera en ellos asustado-. Era mi… eh…el psiquiatra de la prisión.

– ¿Sí?

Philip se suavizó el bigote con los dedos.

– Uno que solía trabajar en Broadmoor.

– Volvió muy pronto.

Main tomó la hoja de papel y la miró con atención, después alzó la vista para observar a Alex con expresión preocupada.

– ¿Te dijo algo el capellán sobre… -vaciló- la visita de Fabián?

Alex palideció.

– ¿Cuándo?

– Hace aproximadamente un año.

Ella negó con la cabeza.

– No, excepto… -Hizo una pausa-. Iba a decirme algo, pero no lo hizo. Pareció cambiar de idea, quizá porque estaba escaso de tiempo, pero no lo creo. ¿Estuvo allí Fabián? ¿Para ver a Bosley?

– Fue una visita muy rápida, aparentemente -apretó la colilla de su cigarrillo y sacó otro del arrugado paquete-. Una visita rápida. -Miró de nuevo sus notas, frotó la cerilla y encendió el cigarrillo.

Alex miró las botas negras, otra vez sobre la mesa, y se dio cuenta de que los tacones estaban desgastados por la parte de atrás.

– Al parecer fue mientras el capellán estaba de vacaciones. Tiene un sustituto, un interino… El vicario de Sandhurst, que está autorizado a entrar en la institución… al igual que sus curas. -Hizo girar el cigarrillo en su mano-, Fabián conocía a algunos estudiantes de teología y se las arregló para, en compañía de otros compañeros, hacerse pasar por curas y entrar en Broadmoor. -Levantó los ojos por encima de ella, que le devolvió la mirada, intrigada.

– ¿Por qué entraron?

– Para realizar un exorcismo.

La habitación se oscureció de repente y Alex sintió miedo.

– ¿Y qué ocurrió?

– No se descubrió el engaño hasta que fue demasiado tarde.

– ¿Demasiado tarde?

Main se estremeció.

– ¿No crees que Fabián tenía buenas intenciones? -dijo Alex hablando lentamente-. ¿Que pensaba que actuaba correctamente? ¿No tratarías tú de ayudar a tu padre?

La habitación se estaba quedando fría, terriblemente fría y Alex sentía corrientes de aire que la rodeaban por todas partes.

Black se sentó en el sofá y dejó escapar un aullido ronco y prolongado.

Main jugaba nerviosamente con su cigarrillo.

Alex lo miró asustada, terriblemente asustada.

– Era un buen chico, estoy segura de que trató de ayudarle -pensó en un sótano oscuro y frío, en una mujer encadenada, sentada en el suelo, gimiendo, temblando, y oyó el ruido del gotear del agua-. ¿Quiénes estuvieron allí?

– Fabián, el estudiante de teología, un muchacho llamado Andrew Castle y otro muchacho de Cambridge, que naturalmente no era cura… -Philip estudió sus notas-, alguien llamado Otto von Essenberg.

La habitación pareció resbalar bajo sus pies.

– Está claro -dijo Alex con amargura-. Tenía que ser Otto. Fabián lo seguía siempre como un cordero. -Sacudió la cabeza-. ¿Qué pasó con el exorcismo?

– Trataron de expulsar a los demonios… a los espíritus malignos fuera de la persona a la que habían poseído.

– Suena un poco bárbaro.

– Es bárbaro -aseguró, y alzó las cejas con aire de misterio.- Pero a veces los viejos remedios son los mejores.

– ¿Hablas en serio?

– Hay pruebas de ello, muchacha. Parece ser que dieron buen resultado en muchas ocasiones.

– ¿Dieron buenos resultados en Bosley?

Miró sus notas escritas.

– Cambió su personalidad… y continuó cambiada. Antes siempre fue agresivo y cruel, después se hizo dócil, inseguro.

– ¿No es eso un síntoma de su esquizofrenia?

Philip dio una profunda chupada a su cigarrillo y no dijo nada.

Alex insistió:

– ¿No lo crees, Philip? Seguro que eso es parte de su condición mental.

– Quizá -respondió Main distante.

Alex sintió un escalofrío y vio que Philip la observaba con una expresión de preocupación en el rostro mientras jugueteaba con su bigote.

– Estoy asustada, Philip. -Cerró los ojos y suplicó-: ¡Oh, Philip, ayúdame, ayúdame, por Dios!

– Ya te sugerí que lo dejaras todo.

– ¡No! -Movió la cabeza violentamente-. ¡No!

– Hubiese sido mejor.

Alex lo miró con fijeza.

– Eso es fácil de decir. Fabián no es tu hijo.

Main se levantó y cariñosamente puso sus manos sobre los hombros de ella.

– Pronto estarás bien, muchacha, no te preocupes. ¿Quieres una taza de café?

Alex afirmó en silencio y cerró los ojos; oyó cómo Philip salía de la habitación y escuchó el ruido de la lluvia, como un gotear continuo que despertaba un eco en la estancia, a su alrededor, como en torno de una cámara oscura y vacía.

– Está caliente.

Levantó los ojos y tomó con cuidado la alta taza. Fuera sonó el claxon de un automóvil. Normalidad. Fuera de allí, en algún lugar existía un mundo real, con gente normal y corriente que hacía cosas normales y corrientes. Le hubiera gustado estar fuera de allí, entre aquella gente ordinaria.

– ¿Qué puedo hacer? -preguntó.

– Vete de aquí, tómate unas vacaciones.

– Ni siquiera intentas comprender.

Él sonrió amablemente.

– Lo hago, puedes creerme.

– Nada cambiará si yo me voy; todo volverá a ser igual cuando regrese. -Sintió que el miedo y la desesperación se apoderaban de ella.

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