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CAPÍTULO XXVIII

– Un tal Andrew Mallín está al teléfono; dice que tiene una idea para una obra teatral que le gustaría discutir contigo.

Alex sacudió la cabeza.

– No, Julie -dijo en el interfono-. Hoy no.

– ¿No quieres hablar con él?

– Dile que me llame la semana próxima.

Desanimada, miró su mesa de despacho. Jesús! Estaba completamente llena de trabajo acumulado. Miró el calendario de madera: miércoles, 3 de mayo. El interfono sonó de nuevo.

– Te llama el señor Prior -anunció Julie.

– ¿El señor Prior? No conozco a nadie de ese nombre.

La voz de Julie se hizo más baja.

– Del crematorio de Highgate -aclaró con tono compasivo.

– Está bien.

El señor Prior hablaba con tono deferente, pero concreto.

– Me gustaría saber -dijo- si ha tenido tiempo de decidir qué desea hacer con las cenizas.

Miró de nuevo el calendario. 3 de mayo. De nuevo sintió un escalofrío. «Mañana -pensó-, mañana. 4 de mayo.»

– Las cenizas…

– Naturalmente nosotros podemos esparcirlas por usted si lo prefiere.

– No, no -contestó Alex.

– Podemos ofrecerle varias opciones, todas ellas muy agradables. ¿Un ramo de rosas? Podemos esparcir las cenizas sobre ellas, o enterrar las cenizas. Aunque no en la urna. Ése no es el lugar adecuado.

– No -asintió ausente-. Naturalmente que no.

– No necesita tomar una decisión ahora mismo… guardaremos las cenizas a su disposición durante tres meses.

«Una urna -pensó Alex-. Un pequeño recipiente de poliestireno. ¡Dios mío, si todo fuera tan sencillo! El 4 de mayo. El 4 de mayo. Mañana.»

– Una lápida en la pared es algo muy popular; naturalmente que en ese caso deberá renovarla cada quince años.

– Desde luego.

– La inscripción en el libro de los recuerdos es permanente; sólo hay que pagar una sola vez.

Una pequeña jarra negra con un fino polvo blanco. Su hijo.

– Todavía quedan unos espacios libres en el jardín, rocoso, pero son un poco inaccesibles. Hay una larga lista de espera para los mejores sitios.

El 4 de mayo.

– O, naturalmente, puede disponer de una urna; son muchos los que ahora lo hacen así y después arrojan sus cenizas en su lugar preferido. Es algo muy popular en estos días y que no requiere gastos accesorios.

Su lugar preferido. Esparcer las cenizas sobre el lago. Se vio a sí misma con la urna en la mano, sacando la tapa, las cenizas arrastradas por el viento rozando su rostro… Y se estremeció.

– ¿Puedo reflexionar un poco más? -preguntó.

– Sí, no hay prisa, guardaremos las cenizas durante tres meses… antes de disponer de ellas. Naturalmente se lo comunicaríamos antes.

– Naturalmente.

El 4 de mayo.

Philip Main estaba al teléfono. ¿Quería hablar con él? ¿Dónde estaba el hombre del crematorio?, pensó de repente. ¿Había terminado de hablar con él? ¿Cómo habían quedado, finalmente?

– ¿Cómo estás? -preguntó suavemente.

– Bien.

– ¿Lo hiciste…?

– Sí. Esta tarde -sintió que las lágrimas afluían a sus ojos- celebrarán una misa de réquiem. El sacerdote me dijo que una ceremonia de exorcismo tarda mucho tiempo en autorizarse… Que no suelen autorizarlas hasta que no haya transcurrido bastante más tiempo desde el fallecimiento… ¡Oh Dios mío, Philip! Estoy tan asustada.

– Todo irá bien.

– Me gustaría que tú también vinieras.

– Estarás bien, muchacha.

Alex se limpió la nariz.

– ¿Puedo llamarte después?

– Sí, tomaremos una copa.

Alex sorbió por las narices y de repente se sintió bien, contenta de tenerlo al otro extremo de la línea, como si la invadiera una gran marea cálida y reconfortante.

– Me encantará.

Se las arregló para aparcar exactamente frente a su casa. Eran las seis menos cuarto. Desconectó el motor y cerró los ojos. Oyó ruido de pasos y sobresaltada levantó la vista; era un hombre que paseaba a su perro, un labrador, sujeto con la correa, que le dirigió una mirada de admiración a través del parabrisas. Alex apartó la mirada, se ruborizó y durante un momento se sintió extrañamente animada. Normalidad, aún reinaba la normalidad, aún era posible en alguna parte. Se aferró al volante con ambas manos, fuertemente, y miró a su casa; como un conejo, pensó, como un conejo en su madriguera.

El 4 de mayo.

¿Qué demonio significaba esa fecha? ¿Por qué volvía a su mente una y otra vez?

¿Por qué razón tenía que estar sentada así, en su coche, a pocos metros de la entrada de su casa sin atreverse a entrar en ella? ¿Su casa? ¿Su casa? Miró la puerta pintada de azul y la pintura blanca de la fachada, que empezaba a estar en mal estado y debería ser pintada pronto. Trató de recordar cuándo se pintó la fachada por última vez. Hacía al menos cinco años. La casa parecía tan sólida, tan normal, pero ¿volvería realmente a ser normal alguna vez? ¿Podría volver a vivir allí después de todo lo que le había ocurrido?

Alex tembló. En el retrovisor exterior pudo ver al cura y a otro hombre, ambos con sotanas negras, que caminaban por la calle llevando algo entre ellos; una especie de maletín de plástico negro, según pudo ver cuando estuvieron más cerca.

El otro sacerdote era mayor que Allsop y debía de tener, a su juicio, poco más de cuarenta años.

Salió del coche.

– ¡Oh, bien! -dijo Allsop-, ya veo que acaba de llegar. Estábamos preocupados al pensar que íbamos a llegar tarde. Ustedes ya se conocen, ¿verdad?

Alex sonrió cortésmente al mayor de los sacerdotes, un hombre con el rostro seco e inexpresivo, el rostro del clérigo profesional que no se dedica a tareas pastorales. Si hubiera llevado un traje normal en vez de una sotana, se le podría haber tomado por un abogado de altos vuelos.

– No -respondió Alex.

– Soy Derek Matthews -se presentó el hombre con voz cortante y le tendió la mano, sin sonreír-, vicario de St. Mary's.

– ¡Ah! -dijo Alex advirtiendo el firme apretón de su mano-. Me temo que últimamente descuidamos bastante la asistencia a la iglesia.

– Son muchos los que lo hacen, señora Hightower -comentó sin el menor rastro de humor.

– Espero que no los haya molestado que no acudiéramos a usted para realizar el servicio religioso en el funeral de mi hijo, pero lo celebró un sacerdote amigo de mi marido que conocía muy bien a mi hijo… a nuestro hijo. -Se estremeció-. Pensamos que eso era lo más apropiado.

– Naturalmente.

– ¿Podemos… ya? -preguntó Allsop.

– Sí -Alex se sentía ciertamente incómoda por la presencia de Matthews-, desde luego, pasen, por favor. -Miró el maletín. Causaba la impresión de contener los bocadillos destinados a una excursión campestre-. Es una iglesia muy bonita, St. Mary's.

– No a gusto de los puristas -dijo Matthews con cierta tensión-. Es un verdadero desastre arquitectónico.

Entraron y Alex cerró la puerta tras ella. Matthews miró a su alrededor con cierto desdén.

– ¿Desean ustedes tomar algo… una taza de té?

– Creo que lo mejor será proceder de inmediato -dijo Matthews mirando su reloj-. Tengo una reunión a la que no puedo faltar.

Alex miró a Allsop, que trató, demasiado tarde, de esquivar sus ojos y se sonrojó.

– Yo… creí que sería una ayuda para todos que Derek estuviera presente. Él tiene mucha más experiencia que yo en estas cosas. -Su ojo derecho temblaba furiosamente.

– Sí, claro. -Alex miró nerviosa a Matthews-. ¿Qué habitación vamos a utilizar?

– La habitación en la que ocurrió la aparición -dijo Matthews con sequedad, como si se estuviera dirigiendo al conserje de un hotel.

– La aparición se ha producido casi en todas las habitaciones -replicó con acritud.

– ¿Puedo preguntarle, señora Hightower, si se ha estado divirtiendo aquí con actos relacionados con el ocultismo?

– No acostumbro a divertirme con esas cosas -respondió consciente de que la rabia comenzaba a reflejarse en su voz.

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