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El miedo disminuyó lentamente y fue sustituido por el aburrimiento y la monotonía. Al fin y al cabo, ¿qué había sido todo? ¿Sólo unas voces? ¿Dónde se quedaron los ectoplasmas? ¿Los espectros? ¿El fango verde brotando de las bocas de los presentes? ¿Las levitaciones?

David volvió a buscar algo en el interior de su chaqueta. «¿Sigo viva todavía? -se preguntó Alex de improviso-. ¿Estoy muerta y ésta es la razón por la que nadie me mira? -De nuevo el pánico se apoderó de ella-. ¿Es que no pueden verme? Me he muerto, eso es lo que ha ocurrido. Oh, David, mírame, por favor. ¿Qué estás haciendo?» De repente sus manos tocaron algo en su regazo, algo duro y puntiagudo que produjo un ruido crujiente como un trozo de pergamino, que le produjo un verdadero sobresalto de terror. Era como un gran insecto muerto. Trató de apartar sus manos de aquel extraño objeto pero no pudo hacerlo, como si se le hubiera quedado pegado a ellas. Sintió un ligero corte en un dedo. Siguió con los ojos levantados, muy abiertos, sin atreverse a bajar la vista. ¿Qué era aquello, qué demonios era aquello?

Volvió a mirar a David, en busca de ayuda, pero su marido seguía concentrado en la chaqueta. Sintió un profundo dolor en el dedo, como una picadura que la hizo gritar y tuvo que mirar abajo. Por un momento fue incapaz de creer lo que veían sus ojos. Después dejó escapar un grito que llenó toda la habitación.

Lo que había sobre su falda no era un insecto, sino un rosa seca, pequeña, negra y carbonizada.

CAPÍTULO XXI

Alex abrió los ojos y con mirada turbia contempló el retrato del caballo en la pared. En algún lugar, en la distancia, oyó el rumor de voces. Miró a su alrededor, extrañada, tratando de ver dónde estaban todos. ¿Era cierto que había estado en la habitación de Fabián? Ahora se encontraba en el salón. Antes hubo mucha gente a su alrededor; ahora sólo podía ver a dos personas, a David y a Morgan Ford, y ambos parecían estar muy lejos, tanto que bien podían hallarse en otra habitación. O, quizás, hasta en otra casa.

– Nunca me despido de nadie.

Ellos no se dieron cuenta de su presencia.

– Sus conjuros trucados pueden ser muy adecuados para señoras ancianas -le oyó decir a David.

– La presencia de objetos se da con frecuencia, señor Hightower.

¿Qué hora era?, se preguntó Alex. ¿Cuánto tiempo llevaba ya en el sofá? ¿Qué había pasado con los otros?

– ¿Quiere usted decir, verdaderamente, que las rosas pueden desmaterializarse, viajar por el tiempo y el espacio y volver a materializarse posteriormente? -preguntó David.

– En el mundo del espíritu ocurren cosas que no pueden ser explicadas en términos ordinarios. Esos objetos que se materializan son mensajes que los difuntos dedican a las personas amadas; es su único medio de ofrecer pruebas tangibles.

– ¿Qué clase de prueba es una rosa quemada?

– Nunca me despido de nadie -repitió Alex. Tampoco ahora los dos hombres parecieron apreciar su presencia.

– Sabemos sólo muy poco sobre el mundo del espíritu; pero aprendemos continuamente.

– ¿Experimentando con aquellos que están en sus peores momentos?

– Nunca dejo formar parte de una sesión a alguien si no estoy seguro de que es lo suficientemente fuerte para resistirlo.

– Mi mujer no lo era. ¡Fíjese lo que le ha ocurrido!

– Pronto estará bien, sólo está muy cansada. El ceder energía es algo muy agotador. Hace muy poco tiempo que ocurrió la pérdida del ser querido. Normalmente es preferible dejar pasar unos pocos meses antes de celebrar estos actos.

– ¿Y por qué no lo hizo? -quiso saber David.

– Era muy importante hacerlo ahora.

Hubo un prolongado silencio.

– ¿Qué quiere decir?

– Hay un espíritu maligno alrededor.

– No -dijo Alex, de repente, en voz alta-. No lo hay. -Vio cómo los dos se giraban para mirar en su dirección, como si trataran de confirmar una señalización distante.

– ¿Cómo te encuentras, querida? -preguntó David con ternura.

David se inclinó sobre ella, vio su barba y sus ojos que se fijaron en los suyos, alternativamente, primero en uno y después en otro.

– ¿Quieres que llame a un médico?

– Ahora se está tranquilizando -aseguró Ford-. Dentro de media hora estará perfectamente. Esas aportaciones del más allá provocan un gran estrés emocional.

– Aportaciones… -comentó David. Alex oyó un crujir como de pergamino y vio a David que hacía girar en sus manos un objeto negruzco- sólo una rosa, una vieja rosa seca encontrada en una hoguera, que usted o alguno de sus cómplices dejaron caer en el regazo de Alex mientras nos cogíamos las manos en la oscuridad. Alguien con un sentido del humor muy enfermizo.

– David -le suplicó Alex-. No te enfades, por favor.

– No estoy enfadado, cariño. Estoy convencido de que el señor Ford actúa de buena fe. Quizás hay personas que se sienten consoladas y animadas con estas cosas, pero está claro que tú no te cuentas entre ellas. Trata de dormir un poco más.

– Quisiera un cigarrillo -dijo Alex sentándose en el sofá.

La habitación parecía resbalarse hacia un lado y por un momento se vio mirando una de las paredes; seguidamente se enderezó con un esfuerzo que le revolvió el estómago.

– No te sientes todavía, querida. Sigue echada unos minutos más.

– Las cosas no fueron como yo había pensado -confesó Alex alzando los ojos para mirar a Ford.

– Nunca lo son -afirmó éste sonriendo amablemente.

– La presencia de Fabián era tan clara.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó David.

– Fabián.

– ¿Fabián? -repitió David con un eco débil.

– Sí, Fabián, cariño; estoy segura de que lo oíste.

Alex observó la sorpresa en el rostro de David, vio cómo éste se volvía a Ford y después de nuevo hacia ella.

– ¿Oírlo?

– Sí. Y a Carrie, ya… -hizo una pausa y enrojeció.

– No ocurrió nada, querida, debes de haberlo imaginado.

David miró de nuevo a Ford y se dio cuenta de que éste apartaba la mirada para fijarla en su esposa.

– Fabián me habló -insistió ella.

– Pues no lo hizo conmigo. La única persona que habló fue el señor Ford. Y aquellos dos tipos; uno de ellos parecía estar enfermo y el otro como si lo estuvieran estrangulando.

De nuevo, repentinamente, Alex se sintió asustada; asustada y aislada. Sola.

– ¿Quieres decir que no oíste nada?

– No podía, señora Hightower -le explicó Ford tranquilizador-. No es una persona sensible -Ford tosió y se volvió a David-, pero su papel fue esencial, puesto que esta noche estábamos rodeados de un ambiente maligno. Usted nos mantuvo unidos al mundo terrenal; sin su ayuda los resultados hubieran sido mucho menores.

– ¿Resultados? -exclamó David con incredulidad-. ¿Qué diablos consiguió usted?

– Creo que será mejor que se lo pregunte a su esposa -le dijo Ford.

Alex vio que su marido la miraba con fijeza.

– Querido -le pidió dándose cuenta de que se ruborizaba-, ¿te importaría mucho si tengo unas palabras a solas con el señor Ford? -David los miró; primero a ella, después al médium-. ¿Podrías hacernos unas tazas de té?

David se levantó de mala gana y se frotó la barba.

– Sí… voy a poner agua a calentar. -Miró a su alrededor, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y la sacó casi de inmediato.

Salió fuera de la habitación y Alex oyó el ruido del pestillo de la puerta al cerrarse. Se levantó y tuvo la sensación de que el suelo se inclinaba bajo sus pies. Vaciló un momento, recuperó las fuerzas y cruzó la habitación hacia el armarito de las bebidas.

– ¿Te encuentras ya mejor, Alex?

La dueña de la casa sacó un cigarrillo de la caja y se dio cuenta de que era la primera vez que Ford la tuteaba y usaba su nombre de pila.

– Gracias. Creo que sí. Ha sido una experiencia agotadora que ha exigido mucho de mí. -Sus ojos vieron la rosa que David había dejado sobre un lado de la mesa; se acercó a ella y la tocó cariñosamente-. ¿Es cierto que Fabián la envió?

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