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Miró directamente a Alex, quien respondió con un gesto afirmativo.

Ford apagó la luz y la oscuridad invadió la habitación. Alex estaba tranquila. De repente la habitación se hizo cálida y amistosa; todo iría bien, pensó. Juntó las manos y se inclinó hacia adelante.

– Dios mío -rezó Ford en voz alta con un marcado y dulce acento galés-. Te rogamos que protejas nuestro círculo para que no nos ocurra mal alguno a los que en él participamos.

Alex cerró los ojos respetuosamente y se sintió ligeramente mareada.

– Guíanos a salvo en esta noche.

Los rezos parecieron prolongarse durante toda una eternidad. Ford rezó por la salvación de personas cuyos nombres Alex jamás había oído, por la paz del mundo, por la pierna de alguien llamada señora Ebron, que debía ayudarlos a caminar más deprisa.

Finalmente dejaron de rezar y la habitación quedó en silencio. Alex oyó una sirena en la distancia y después el sonido cesó, incluso el tráfico pareció callar. Volvió a pensar en el terror expresado en el grito de Sandy. ¿Qué estaba sucediendo en el lavabo?, se preguntó. Abrió los ojos y miró nerviosa a su alrededor, aunque sólo podía ver las sombras de las siluetas de los presentes. Volvió los ojos hacia la ventana y vio una leve franja de luz a un lado. Confiaba en que la habitación estuviera lo suficientemente a oscuras. Todo seguía en silencio y se preguntó si Fabián los estaría observando. Trató de imaginarse su presencia, pero no logró sentir nada.

Se produjo el cric de un interruptor y de repente oyó las notas de «La Primavera», de las Cuatro Estaciones de Vivaldi, ligeras, airosas y tristes.

– Ahora debemos comenzar nuestras meditaciones -dijo Ford amablemente-. Quiero que todos cierren los ojos y se imaginen que andan sobre un prado de hierba suave. Es un cálido día de primavera, de cielo claro, y percibimos cómo el sol calienta el aire y la suavidad de la hierba bajo los pies. Es agradable pasear y disfrutar del paseo, respirando al aire fresco y frío, anuncio de un gran día. El prado asciende levemente por una ladera; caminan por él; imagínense la hierba bajo los pies y el cielo sobre sus cabezas. Ahora, una senda se abre delante de ustedes.

Alex se imaginó un prado en los viñedos de David y trató de imaginárselo tal y como el médium se lo había descrito, de sentir la hierba bajo sus pies, olvidándose de su autoconsciencia y procurando seguir sus palabras, relajada por la suavidad de su voz.

– Sigan esa senda, es muy agradable caminar por ella, por un camino firme, y de nuevo disfrutamos de ello. Pueden ver una puerta blanca delante de ustedes; la abren, la cruzan y se encuentran delante de un río, una corriente ancha que discurre plácida entre árboles, juncos y lirios. Reina la paz, una gran paz. Un puente cruza el río. Todos ustedes pueden verlo claramente.

Alex pensó en un río que había visto un día, cruzado por un puente de piedra arqueado y ruinoso.

– Al otro lado del río encuentran a un grupo de personas. Son sus amigos que los esperan para saludarlos y darles la bienvenida. Cruzan el río, los abrazan, los saludan y se reúnen para charlar y divertirse. No tengan miedo, vayan tranquilos, serán felices con ellos.

Alex vio blancos fantasmas en la otra orilla del río que parecían flotar en el aire con los brazos abiertos. Vio las cuencas vacías de lo que fueran sus ojos, como en el cuadro de los tres fantasmas que había visto en la pared del despacho de Ford, y tuvo un momento de vacilación. Creyó ver a Philip Main entre aquellos fantasmas, vestido con un viejo traje de pana, y se dio cuenta de que también Ford estaba allí. ¿A qué amigos se refería?, se preguntó intrigada. ¿Vivos o difuntos? Cruzó el puente y los fantasmas se dirigieron hacia ella, con los brazos abiertos y extendidos, como monjes encapuchados, sin rostro. Entonces vio a Fabián mezclado con ellos y su hijo desvió la mirada con la cabeza baja, como si estuviera avergonzado y no quisiera verla.

Se vio a sí misma corriendo ansiosa; tropezó en un ladrillo suelto y cuando volvió a levantar los ojos, los fantasmas cerraron filas y Fabián había desaparecido. Alex permaneció entre ellos, contemplando sus cabezas encapuchadas, sin rostros. «¿Fabián?», preguntó temblando, tratando de dar con su hijo. A empujones se abrió paso entre los encapuchados y vio a uno más alto que los demás, de la estatura de Fabián, que volvía la cabeza y trataba de apartarse de ella. «¿Fabián?», le dio un golpecito en el hombro. «¿Querido?»

Lentamente la aparición se volvió. Debajo de la capucha había un cráneo quemado, unas cuencas vacías que la miraban con desesperación, casi con una expresión de disculpa en su rostro desfigurado.

Se dio cuenta de que estaba a punto de gritar y se sentó erguida, abrió los ojos y miró a su alrededor. ¿Dónde estaba? ¿Dónde diantres estaba? Oyó su propia respiración; debía de ser bien entrada la noche, pensó. ¿Se lo habría imaginado todo? ¿Era cierto que estaban celebrando una sesión de espiritismo? ¿Dónde estaban los demás? Sintió que el sudor la inundaba. Miró a su alrededor, tratando de ver en la oscuridad. Pudo ver una línea de luz; ¿la cortina? ¿La raya de luz que había visto antes? Quiso gritar, decir algo, pero tuvo miedo de hablar en una estancia vacía. ¿Dónde se habían ido todos? No podían haberla dejado sola. Pero ¿por qué no podía oírlos?

De nuevo se oyó la música; los tonos de «El Verano» de Vivaldi invadieron la habitación; los altavoces eran ligeramente chillones y por encima de la música podía oír el débil rasguear del paso de la cinta. Respiró expulsando el aire en silencio, lentamente, y sintió una profunda sensación de alivio. Todo había sido una ilusión, hipnotismo; un truco barato en un escenario cuidadosamente elaborado. Alex cerró los ojos, pensó de nuevo en el cráneo quemado y se estremeció. Volvió a abrir los ojos, inquieta, la espalda rígida en su silla y quiso moverse, pero tuvo miedo de romper el silencio. Presintió la presencia de David, también inquieto, como ella. ¿Qué estaría pensando?

Oyó el roce de un pie sobre la alfombra; el crujir de un muelle, el rasguear de tela y olió el penetrante perfume de Sandy. ¿Qué esperaban que hiciera en esos momentos? ¿Aparecería Fabián de repente? De nuevo miró a su alrededor a las oscuras siluetas. ¿Qué estaría haciendo cada uno de ellos? ¿Se encontraban en trance hipnótico? ¿Adormecidos? ¿O simplemente como ella, sentados en la oscuridad y entregados a sus propios pensamientos?

Alex volvió a cerrar los ojos, una vez más, y trató de concentrarse en el río. Pero había desaparecido, sustituido por el lago de la finca de David, por el gran estanque medieval con su superficie de aguas planas y negras de las que sobresalían las puntas de los juncos como los dedos de los muertos y la ruinosa isla octogonal situada en su centro.

Trató de imaginarse un puente que uniera la isla con la orilla del lago, pero no consiguió hacerlo. Sólo aparecía en su mente el túnel que transcurría bajo las aguas. Pensó en su entrada, con unas escaleras parecidas a las de un refugio de protección antiaérea, pero cubiertas por hierba y moho. Vio la puerta de roble medio podrida, con dificultad hizo girar la llave en la oxidada cerradura y empujó la puerta hasta abrirla. La oyó rozar sobre el suelo de cemento, gemir de sus goznes y vibrar al abrirse, con una serie de chasquidos como los graznidos de una bandada de cuervos. Pudo oler el moho y la humedad y, desde mucho antes de llegar, oyó el gotear del agua. Hacía frío allí, mucho frío. Cautelosamente avanzó, escuchando el eco de sus propios pasos y el salpicar del agua como disparos de pistola.

Llegó a la puerta interior, la abrió y se dirigió al oscuro pasaje, arrastrando sus pies sobre el suelo invisible, preguntándose si a su paso sus pies aplastaban ranas y sapos o simplemente limo y agua. Por debajo del lago alcanzó la siguiente puerta, la que conducía a la sala de baile con su techo de cúpula. Era una pesada puerta de hierro, hermética; la puerta que, de obedecer los consejos de David, nunca debería ser abierta. Si había alguna filtración de agua en la sala de baile y ésta estaba inundada, al abrir aquella puerta… Giró una gran rueda giratoria parecida al volante de un coche, cuatro, cinco, seis veces y la puerta se abrió como si dentro la estuvieran esperando.

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