– Todavía falta una persona que tiene que venir.
– Creo que ya está aquí.
Ford movió la cabeza y todos entraron en la sala de estar.
– No estaba segura -le dijo a Ford- de si nos está permitido beber o fumar.
– Lo mejor es evitarlo, si se puede. -Se quedó mirando a David-. Bien. Este señor debe de ser su esposo, ¿es así?
– Sí -respondió Alex.
– Excelente, perfecto.
– ¿Por qué? -inquirió, curiosa.
– Es exactamente como había imaginado. Carente de poderes psíquicos. Es importante tener una toma de tierra. Lo mismo que los enchufes eléctricos deben tener una toma de tierra, en una reunión de este tipo, en un círculo, debe haber una persona que no sea receptiva; es una gran ayuda para la protección del círculo.
– Muy inteligente por tu parte, querida. No podías haber traído a una persona mejor -dijo Sandy.
Se quitó la capa para dejar que una túnica, también púrpura, flotara igualmente en torno a su figura.
Ford suspiró modestamente, o al menos trató de aparentar modestia, pensó Alex.
– ¿Puedo ver la habitación, señora Hightower?
Condujo a Ford escalera arriba. Iba inmaculadamente vestido de gris, como siempre. Todo en él tenía un aspecto limpio y fresco; incluso sus calcetines grises.
– Perfecto -dijo dejando el magnetófono. Miró el retrato de Fabián-. Exactamente como me lo imaginaba. Eso está muy bien. Sí, la habitación es apropiada, noto aquí su presencia y sé que aquí se sentirá cómodo. Conoce bien esta estancia.
Paseó por la habitación y miró los pósters de las paredes, el telescopio y examinó las cortinas.
– ¿Hay un enchufe por aquí? -preguntó.
Ella se lo mostró.
– Ahorraremos pilas. -Sonrió y desenrolló el cable de la grabadora-. Fabián ya está aquí, ¿sabe?, esperándonos. -Se dio la vuelta y volvió a sonreír.
Alex sintió el repentino impulso de arrojarlo fuera de su casa, a él y a todos los demás. Ford la disgustaba, arrodillado en el suelo, manipulando la grabadora, demasiado roñoso para utilizar sus propias pilas.
Miró el retrato de la pared y Fabián pareció devolverle la mirada, frío y arrogante; pensó en su cuerpo abrasado y se estremeció, invadida por la duda.
– ¿Estamos haciendo lo apropiado? -preguntó de repente.
– Depende de usted, señora Hightower. Si no quiere que sigamos adelante, no tiene más que decirlo. No hay otro motivo, en absoluto, para celebrar esta reunión salvo que usted desee comunicarse con su hijo. -Apretó un botón en el aparato y se encendió una luz verde-. Estoy listo -dijo.
– ¿Quiere que vaya a buscar a los demás?
– Gracias.
Bajó la escalera lentamente y oyó el rumor de las conversaciones. Se detuvo poseída por cierta sensación de temor. No estaba bien lo que estaba haciendo. Nada estaba bien. Lo más probable era que Iris Tremayne fuera una chiflada; Philip Main quizás un excéntrico, pero en ningún caso estúpido. Y algo había asustado a aquel hombre al que ella siempre creyó por encima del miedo; había algo extraño en su casa. Algo terrorífico. ¿Lograrían destruirlo aquella noche? ¿Se estaba volviendo loca? De nuevo sintió la corriente de aire helado recorriendo su nuca. Aún no era demasiado tarde, pensó, para detenerlo todo.
Sandy apareció en el pasillo.
– Tengo que ir al lavabo, querida.
– Arriba, al final de la escalera.
– Será sólo un segundo.
– Sandy -preguntó Alex bajando el resto de las escaleras-, ¿has visto recientemente a Iris Tremayne?
Sandy la miró con expresión extraña.
– No, querida.
¡Estaba mintiendo!
Temblando, Alex entró en la sala de estar. ¿Por qué le había mentido Sandy? Cogió un paquete de cigarrillos y fue a sacar uno; sus manos temblaban tanto que no pudo abrir el encendedor. De pronto vio a David frente a ella con una cerilla encendida en la mano. Saboreó la primera chupada y después inhaló otra más profunda.
– Creo que ya está todo listo -anunció-. ¿Quieren ustedes subir, por favor?
Apagó su cigarrillo de mala gana y los condujo al vestíbulo. En esos momentos se oyó un grito espantoso y después el ruido del correr del agua del retrete y Sandy cruzó la puerta con el rostro pálido y desencajado. Todo el mundo se la quedó mirando. Ella miró a su alrededor, asustada, y se pasó la mano por el pecho.
– Lo siento -se excusó-, el papel de la pared… se desprendió un buen trozo y cayó sobre mí.
– Tenemos un problema de humedad -explicó Alex titubeando.
– ¡Qué susto me ha dado!
Alex se dirigió al lavabo y abrió la puerta. Se oyó un fuerte crujido y el resto del papel se desprendió del muro y cayó sobre el retrete. Cerró la puerta de golpe y se volvió a mirar a los demás, que esperaban en silencio, observando con atención.
– La humedad -repitió tratando de sonreír, y con un dedo les indicó la escalera.
Ford había preparado las sillas formando un círculo apretado. Hizo que Alex se sentara a su derecha y les dijo a los demás que se sentaran como mejor quisieran. Cerró la puerta con firmeza, como quien realiza un acto final, y se quedó de pie, frente a ella.
– Creo que entre los presentes hay algunos que nunca participaron en un círculo, ¿tengo razón? -Se quedó mirando a Alex y a David, que respondieron con una afirmación silenciosa.
– Nunca puede saberse con anterioridad si va a ocurrir algo, así que hay que tener paciencia. Ésta es una buena noche, clara, y no creo que haya muchas interferencias. ¿Alguien tiene algo que objetar a que sea yo quien presida el círculo? -Miró a su alrededor-. Bien. -Habló con amabilidad, pero en tono autoritario-. Ustedes deben hacer exactamente lo que yo les diga, si me parece que las cosas se salen de su cauce terminaré el círculo.
Miró a su alrededor y vio que todos le daban su aprobación.
Alex se sintió un poco ridícula, fuera de lugar, sentada en el dormitorio de su hijo y rodeada de todas aquellas personas extrañas y serias. Estaba contenta de que David estuviera allí y por un momento deseó la presencia de otros amigos; se sentía vulnerable y muy asustada. Levantó los ojos al retrato de Fabián. «No me hagas daño, cariño», le suplicó en silencio.
– Realizamos nuestros círculos en tres etapas. Comenzamos rezando para proteger al círculo contra los espíritus del mal o, simplemente, mal intencionados. Seguidamente entramos en meditación. Después de eso trataremos de comunicarnos directamente con los espíritus. En esta ocasión queremos comunicarnos con Fabián y creemos que él también desea comunicarse con nosotros, así que debemos tratar de darle nuestra energía. -Miró a Alex y después a David-. Los espíritus, como deben saber, no tienen energía propia, pero les es posible utilizar la energía que nosotros creamos para ellos en nuestros círculos y, a veces logran incluso aparecerse. -Sonrió y cruzó las manos amablemente, «como el maestro que da una lección a sus escolares», pensó Alex-. Si en cualquier momento quieren hablar o hacer alguna pregunta pueden hacerlo.
– ¿A qué llama usted espíritus del mal? -preguntó David.
– Lo que vamos a hacer es tratar de abrir canales para que los espíritus puedan llegar hasta nosotros. Queremos comunicarnos con espíritus del bien, pero al abrir esos canales, al ofrecer nuestra energía para que la use el espíritu, nos exponemos a que se haga un mal uso de esa energía. Existen espíritus del mal, fuerzas diabólicas que tratan de salir de su mundo y llegar al nuestro por esos canales y haciendo uso de nuestra energía. Para evitarlo protegemos nuestros círculos con la oración, y por la misma razón debemos terminar la prueba de inmediato, si advertimos la presencia de las fuerzas del mal.
– ¿Qué ocurre si las fuerzas del mal logran pasar? -preguntó David.
Ford sonrió.
– Normalmente son espíritus traviesos, malintencionados, pero no diabólicos, y lo que hacen es emplear trucos y bromas tratando de confundirnos, haciendo que sean sus mensajes los que llegan a nosotros, mensajes de espíritus de gentes que nos son extrañas y desconocidas, pero que se valen de nosotros para hacer llegar sus mensajes al plano terrenal y a sus parientes o amigos. Pero estaremos protegidos; el poder de la oración es muy fuerte. Esto explica por qué resulta tan peligroso que los aficionados intenten entrar en contacto con el mundo de los espíritus como, por ejemplo, a través del tablero de la Ouija. -Sonrió de nuevo y preguntó-: ¿Estamos preparados?