– Tienes razón, hace mucho calor en la casa. Un calor increíble.
Se inclinó para besarla, dio un traspiés y estuvo a punto de caerse.
– ¡Vaya!
La pincharon pelos duros del bigote, olió su aliento empapado de alcohol, sintió cómo intentaba forzar su lengua entre sus labios y retrocedió.
– ¡David! -le reprochó Alex.
– Sólo quiero besar a mi esposa.
– ¿Tienes que emborracharte antes de venir a verme?
David se balanceó incómodo.
– Si te para la policía y te hace soplar lo hubieras pasado mal. ¿Quieres un café?
– Prefiero un whisky.
– Creo que ya tienes bastante.
¿Por qué le había pedido que viniera?, pensó con un sentimiento de culpabilidad: sólo deseaba verse libre de él; no lo necesitaba, no necesitaba a nadie. Todo había sido un error por su parte, trucos de su imaginación, ¿o no? De un modo u otro tenía que estar segura de ello. Al menos resultaba reconfortante tener allí a otro ser humano; y se sentía segura.
Le hizo un café y se lo llevó a la sala de estar. Le arrancó de las manos el vaso de whisky.
– Bébete esto. Te quiero sobrio. Tengo que hablar contigo.
– Puedo quedarme aquí esta noche.
– No, no puedes.
– Ésta es mi casa.
– David, hemos llegado a un acuerdo.
El se quedó mirando el café y arrugó la nariz. «¡Dios mío! -pensó-, David tiene todo el aspecto de uno de esos granjeros bucólicos que aparecen en los libros ilustrados. ¿Cómo es posible que alguien pueda cambiar tanto en tan poco tiempo? Sólo en un par de años.» ¿O se había iniciado ya ese cambio mucho antes sin que ella lo advirtiera? Ahora era como un extraño allí, incómodo y fuera de lugar; tuvo que hacer un duro esfuerzo de concentración para recordar que fue él quien decoró aquella casa, de acuerdo con sus gustos, con sus muebles y sus colores preferidos. Y, al mismo tiempo, se sentía mucho más segura teniéndolo a él allí, a su lado; como bajo la protección de un gigantesco oso cariñoso. Se dejó caer en el brazo del sillón en el que se sentaba su marido, tratando de aclarar la confusión que dominaba sus pensamientos, las violentas oscilaciones de sus emociones y oyendo cómo sorbía ruidosamente para saborear el café. Giró el vaso de whisky entre sus dedos y después, con sentimiento de culpabilidad, volvió a dejarlo a su lado, sobre la mesa.
– Te puede sonar extraño, David, pero tengo la sensación de que Fabián aún sigue por aquí.
David alzó la vista y frunció el ceño.
– ¿Todavía por aquí?
– Sí.
– ¿Quieres decir que no crees que esté muerto?
Alex tomó un cigarrillo y le ofreció el paquete. Él movió la cabeza y sacó del bolsillo una lata de tabaco.
– Yo estuve en el depósito de cadáveres. Me pasé seis malditos días en Francia con el cuerpo de mi hijo… de nuestro hijo.
– Pero no lo viste.
– Gracias a Dios, no tuve que hacerlo; de todos modos no me lo permitieron. Me dijeron que estaba en muy mal estado…
Alex se estremeció.
– Ya sé que está muerto, David. Pero no sé… es como si sintiera su presencia en la casa, a mi alrededor.
– Siempre lo recordarás… los dos lo haremos, es algo natural.
– ¿No crees que hay algo extraño en ese sueño en el que tú lo viste, en el que los dos lo vimos, en la misma mañana en que murió?
Abrió la lata de tabaco y sacó un papel de fumar; Alex miró sus manos mugrientas, sus dedos manchados de amarillo por la nicotina y sus uñas sucias.
– Fue una coincidencia. Quizás un fenómeno de telepatía; mi madre tuvo una experiencia parecida durante la guerra, el día en que murió mi padre. Jura que lo vio caído sobre un seto al final del camino de casa. Consultó con algunos médiums, celebró reuniones de espiritismo en casa y asegura que habló con él regularmente.
– ¿Qué le dijo?
– Nada importante; afirmaba que todo era muy azul en el más allá. Ése es el problema, el muerto nunca parecía tener nada interesante de que hablar. -Pasó la lengua por el borde del papel y acabó de liar el cigarrillo.
De pronto la puerta se abrió varios centímetros; Alex dio un salto y el corazón le latió apresuradamente… La puerta se movió un poco más; sintió como un viento helado en la nuca y se giró.
Las cortinas se agitaban.
– ¿Has abierto la ventana?
– Sí -le respondió David.
Una sensación de alivio la envolvió, como un baño caliente.
– Estás muy nerviosa -le dijo David-. Deberías tomarte unas vacaciones… irte a alguna parte.
– No dispongo de tiempo en estos momentos; estoy pendiente de resolver dos contratos de importancia.
– Vente al «Castillo Hightower»… tendrás una habitación para ti sola y podrás hacer lo que quieras. Aquello es muy tranquilo. Puedes resolver tus asuntos por teléfono.
– Todo irá bien.
– Si quieres ir a verme puedes hacerlo cuando quieras. No tienes más que bajar. Siempre serás bien recibida.
– Gracias. -Sonrió-. Quizá lo haga. -Vaciló, se agachó y rozó el vaso de whisky-. Ven, quiero enseñarte algo.
Lo precedió hasta el laboratorio fotográfico y tomó la hoja con los contactos que estaba sobre la mesa; los miró con incredulidad; las fotos se habían difuminado por completo en una especie de neblina de tonos blancos y grises. Después tomó los negativos y los colocó bajo la luz del proyector. No había nada en ellos, nada en absoluto. Era como si nunca hubieran sido expuestos.
– No debiste fijarlos bien después del revelado -dijo David.
– No seas ridículo. ¡Claro que lo hice!
– Quizás utilizaste una solución demasiado vieja… se había debilitado. Son cosas que ocurren a veces con el revelado. ¿Qué había en la película?
– Esa es la cuestión; eran unas fotos que me fueron enviadas por uno de mis clientes… un rollo entero. Es un tipo excéntrico. Eran las fotos de los genitales de un animal.
Vio la mirada divertida de David y se ruborizó.
– Sabe mi interés por la fotografía. Bien, el caso es que revelé el carrete, hice una hoja de contactos y las fotos estaban bien; las puse a secar y cuando regresé para comprobarlas, el rostro de Fabián estaba en cada una de las fotografías… Había aparecido en ellas, sin más ni más.
David la miró y se encogió de hombros.
– Doble exposición.
Ella negó con la cabeza.
– No, de ningún modo.
– Ese cliente tuyo, ¿conocía a Fabián?
– No. No tenía motivo alguno para fotografiar a Fabián. Además la imagen de Fabián no estaba en los negativos, sino en los contactos.
– Quieres decir que no la viste en los negativos.
– No. Lo que digo es que no estaba en los negativos.
– ¿Estás segura de que no es todo pura imaginación?
Alex negó con la cabeza.
– Alex, ya sabes que estabas muy nerviosa y llena de ansiedad en aquellos momentos…
– Eso no tiene nada que ver -le replicó furiosa-. Dios mío, ¿qué es lo que quieres? ¿Convencerme de que estoy loca?
– Tal vez deberías ir a ver a un médico.
– David, estoy perfectamente bien. Estoy resistiéndolo todo; se trata simplemente de que está pasando algo muy extraño. Tengo la sensación de que Fabián está rondando por aquí, y es por eso que su cara apareció en las fotografías.
– Y fue él quien después veló las fotografías…
– Quizá. -Se encogió de hombros.
– ¿Y qué más?
– Cosas raras. -Movió la cabeza-. Probablemente nada. Sólo que me pregunto… si no debería ir a ver a un médium. Si me decido a hacerlo, ¿vendrías conmigo?
David sacudió la cabeza.
– Olvídalo, cariño, no harías más que empeorar las cosas para ti. Si vieras un médium y lograras entrar en contacto con Fabián, ¿qué ibas a decirle?
Miró a su marido y después apartó la vista, con el rostro enrojecido. «Ya sé lo que le preguntaría», pensó.
– ¿Y qué esperas que él iba a decirte?
Alex se encogió de hombros.
– Siempre fui bastante escéptica sobre ese tipo de cosas, David, sólo que ahora… -Hizo una pausa-. Tal vez tienes razón y necesito unas vacaciones. Ayúdame a subir el baúl al piso de arriba.