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– Estoy lleno, estoy lleno.

Siempre que decía eso la gente dejaba de preguntarle o decirle cosas, le dejaban tiempo para que aclarase su cabeza. Pero la «cosa malévola» no era como otras personas. A ella no le importaba que su cabeza estuviese despejada, ella quería sólo respuestas. ¿Quién era Thomas? ¿Quién era su madre? ¿Quién era Bobby? ¿Dónde estaba Julie? ¿Dónde estaba Bobby?

Entonces, la «cosa malévola» dijo:

– Diablos, eres sólo un tonto. No sabes las respuestas, ¿verdad? Eres tan estúpido como pareces.

Apartó a Thomas de la pared y lo mantuvo a distancia del suelo con una mano en su cuello, de modo que Thomas no podía respirar bien. Lo abofeteó con tal fuerza que Thomas no quiso seguir llorando pero no conseguía parar, sintió dolor y miedo.

– ¿Por qué viven las personas como tú? -preguntó la «cosa malévola». Entonces, lo dejó caer al suelo y le miró con tanta maldad que la cólera de Thomas fue casi tan grande como su susto. Fue la primera vez que sintió cólera y miedo al mismo tiempo. Pero la «cosa malévola» le miró como si fuese sólo un bicho o una basura ensuciando el suelo.

– ¿Por qué no matan a las personas como tú en cuanto nacen? ¿Para qué sirves? ¿Por qué no te han matado al nacer para descuartizarte y hacer contigo comida de perros?

Thomas recordó personas, allí fuera, en el mundo, que le habían mirado de la misma manera y le habían dicho las mismas cosas malas, pero Julie las había ahuyentado. Julie le había dicho que no necesitaba ser amable con personas semejantes y que debía decirles que eran salvajes. Ahora, Thomas estaba furioso porque tenía derecho a estarlo, y aunque Julie no le hubiese dicho que podía enfurecerse con aquellas cosas, se hubiera enfurecido con toda probabilidad pues sabía cuándo unas cosas eran buenas o malas.

La «cosa malévola» le dio una patada en la pierna, y cuando se disponía a repetirlo se oyó ruido en la ventana. Varios enfermeros aparecieron en la ventana. Rompieron un trozo de cristal y metieron la mano buscando la cerradura.

Cuando sonó la rotura del cristal, la «cosa malévola» dio la espalda a Thomas y extendió las manos hacia la ventana como si pidiera a los enfermeros que se detuviesen. Pero Thomas sabía que iba a disparar la luz azul.

Quiso advertírselo a los enfermeros pero imaginó que nadie lo oiría ni lo escucharía hasta que fuese demasiado tarde. Por tanto, mientras la «cosa malévola» le daba la espalda, se arrastró por el suelo, lejos de la «cosa malévola», aunque eso le doliera, aunque hubiese de atravesar los charcos de la sangre de Derek, todo mojado, lo que le hizo enfermar además de enfurecerse y asustarse.

Luz azul. Muy brillante.

Algo explotó.

Oyó cristales rotos, y algo peor, como si no sólo toda la ventana, sino también una parte de la pared explotara delante de los enfermeros.

La gente gritó. Casi todos los gritos cesaron pronto, pero uno continuó, como si alguien allí fuera, en la oscuridad, más allá de la ventana, hubiese sufrido mucho daño, incluso más que Thomas.

Thomas no miró hacia atrás porque ahora estaba contorneando la cama de Derek desde donde no podía ver la ventana, aplastado como estaba contra el suelo. Además, sabía lo que necesitaba, adonde quería ir, y tenía que llegar allí antes de que la «cosa malévola» volviera a interesarse por él.

Se arrastró aprisa hasta la cabecera de la cama y al levantar la vista, vio que el brazo de Derek colgaba por un lado chorreando sangre por la manga de la camisa y la mano. No quiso tocar a una persona muerta, ni siquiera a una persona muerta que le gustaba. Pero era lo que debía hacer, y él estaba acostumbrado a hacer toda clase de cosas que no deseaba hacer… pues así era la vida. De modo que aferró el borde de la cama y se aupó tan aprisa como pudo, procurando no sentir el dolor en la espalda y la pierna pateada, porque sentirlo le haría rígido y lento. Allí estaba Derek, ojos abiertos, boca abierta, bañado en sangre, muerto e inmóvil, pues se había ido para siempre al «lugar maldito». Thomas cogió las tijeras y las arrancó diciéndose que estaba bien porque Derek no notaría nada ni ahora ni nunca.

– ¡Eh, tú! -dijo la «cosa malévola».

Thomas se volvió para ver dónde estaba la «cosa malévola», y estaba detrás de él, echándosele por encima por el otro lado de la cama. Así que le clavó las tijeras con toda su fuerza, y la «cosa malévola» puso una cara de sorpresa. Las tijeras penetraron en el hombro de la «cosa malévola», lo que le sorprendió aún más. La sangre brotó.

Soltando las tijeras, Thomas dijo:

– Eso por Derek. -Y añadió-: Y por mí.

No estaba seguro de lo que iba a suceder, pero se figuró que el hacer salir sangre causaría daño a la «cosa» y tal vez la matara, como había matado a Derek. Mirando a través de la habitación vio que la ventana no estaba ya allí, y parte de la pared no estaba ya allí, y que las cosas rotas despedían algo de humo. Se dijo que debería correr hacia allí y pasar por el boquete aunque la noche estuviese al otro lado.

Pero no imaginó nunca lo que sucedió de verdad, porque la «cosa malévola» actuó como si las tijeras no estuviesen dentro de ella, como si la sangre no le brotara. Lo cogió y lo alzó otra vez. Ahora, lo estrelló contra la cómoda de Derek, lo que le causó más daño que la pared, porque la cómoda estaba hecha con empuñaduras y bordes.

Oyó que algo crujía dentro de su cuerpo, que algo se desgarraba. Pero lo cómico fue que ya no lloraba ni quería llorar más, como si ya hubiera gastado todas las lágrimas que tenía dentro de sí.

La «cosa malévola» acercó la cara a la suya de modo que sus ojos quedaron sólo a dos centímetros. No le gustó mirar los ojos de la «cosa malévola». Eran amedrentadores. Azules pero parecían oscuros, como si bajo el azul hubiese un color tan negro como la noche, más allá de la ventana.

Pero la otra cosa cómica fue que ya no estaba tan asustado, como si hubiese gastado todo su susto, igual que las lágrimas.

Miró los ojos de la «cosa malévola» y vio aquella gran negrura, más grande que la oscuridad que llegaba cada día al mundo cuando el sol se iba, y supo que quería dejarla muerta, y lo haría, y que eso estaba bien. No temió quedar muerto como pensó siempre que ocurriría. La muerte era todavía un «lugar maldito». Deseaba no tener que ir allí pero, de repente, tuvo una sensación cómica y agradable del «lugar maldito», la sensación de que tal vez no estuviera allí tan solo como se había figurado, ni siquiera tan solo como estaba a este lado. Sintió que quizás hubiese allí alguien que le quería, incluso más que Julie, incluso más de lo que le había querido su papá, alguien que era todo brillante, no todo oscuro, alguien tan brillante que sólo podías mirarle de costado.

La «cosa malévola» mantuvo a Thomas contra la cómoda con una mano y con la otra se arrancó las tijeras.

Luego, hundió las tijeras en Thomas.

La luz empezó a inundar a Thomas, esa luz que le quería, y supo que se iba hacia allá. Esperaba que, cuando se hubiese ido, Julie supiera lo valiente que había sido hasta el final, cómo había dejado de llorar y asustarse, cómo había luchado. Luego, recordó súbitamente que no había televisado un aviso a Bobby, que la «cosa malévola» podía ir también a por ellos, y entonces empezó a hacerlo.

… las tijeras penetraron otra vez…

Luego, repentinamente, supo que debía hacer algo todavía más importante. Debía hacer saber a Julie que el «lugar maldito» no era tan malo después de todo, que allí había una luz que te quería, lo podías adivinar. Ella necesitaba saberlo, porque en lo más profundo de su corazón no lo creía. Ella creía que todo era oscuro y solitario, tal como lo había imaginado Thomas, así que contaba cada tictac del reloj, y se preocupaba por todo lo que debía hacer antes de que se le acabara el tiempo, todo lo que necesitaba aprender, ver y sentir, todo lo que debía hacer por Thomas y por Bobby, de forma que ambos estuvieran bien si algo le sucedía a ella.

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