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Clint fue hacia dentro sin decir más, y Bobby le siguió hasta la ventanilla de recepción. Una atractiva rubia estaba sentada ante el mostrador.

– Hola, Lisa -dijo Clint.

– Hola. -Ella subrayó la respuesta masticando fuertemente su chicle.

– Dakota amp; Dakota.

– Lo recuerdo. Tu material está listo. Voy a por él.

Diciendo esto, la joven miró a Bobby y sonrió. El le devolvió la sonrisa aunque la expresión de ella se le antojaba un poco peculiar.

Cuando Lisa volvió con dos sobres grandes cerrados, uno con la palabra MUESTRAS y el otro ANÁLISIS, Clint entregó el segundo a Bobby. Ambos se retiraron a un rincón apartado del mostrador.

Bobby abrió el sobre y hojeó los documentos de su interior.

– Sangre de gato.

– ¿Hablas en serio?

– Sí. Cuando Frank despertó en aquel motel estaba Cubierto con sangre de gato.

– Sabía que no era un asesino.

– Tal vez el gato opine de otro modo sobre eso -dijo Bobby.

– ¿Y qué es la otra materia?

– Bueno… Aquí hay un montón de términos técnicos…, pero se viene a decir en definitiva que es lo que parece. Arena negra.

Volviendo al mostrador de recepción Clint dijo:

– Escucha, Lisa, ¿recuerdas haberme hablado de una playa de arena negra en Hawai?

– Kaimu -respondió ella-. Ese lugar es dinamita pura.

– Sí, Kaimu. ¿Y es la única?

– ¿Quieres decir playa con arena negra? No. Está Punaluu que es también un lugar precioso. Ambas están en la isla grande. Supongo que habrá más en las otras islas porque hay volcanes por todas partes, ¿no es así?

Bobby se reunió con ellos en el mostrador.

– ¿Qué relación tienen los volcanes con eso?

Lisa se sacó el chicle de la boca y lo puso en un envoltorio de papel.

– Bueno, según he oído decir, la lava hirviente fluye hacia el mar y cuando encuentra el agua hay enormes explosiones que esparcen trillones y trillones de esas minúsculas cuentas negras, y luego al cabo de un largo período las olas agrupan las cuentas hasta que se transforman en arena.

– ¿Hay playas de ésas por todo Hawai? -preguntó Bobby.

Ella se encogió de hombros.

– Probablemente. Escucha, Clint, ¿es amigo tuyo este tipo?

– Sí -dijo Clint.

– Quiero decir, ya sabes, ¿amigo íntimo?

– Sí -respondió Clint, sin mirar a Bobby.

Lisa guiñó un ojo a Bobby.

– Oye, haz que Clint te lleve a Kaimu porque te diré una cosa… Es verdaderamente fantástico ir a una playa negra de noche y hacer el amor bajo las estrellas, porque, para comenzar, es suave, y sobre todo porque la arena negra no refleja la luz lunar como la dorada. Te da la impresión de estar flotando en el espacio, todo negro alrededor, y eso agudiza los sentidos, si sabes lo que quiero decir.

– Parece terrorífico -repuso Clint-. Cuídate, Lisa. -Y se encaminó hacia la puerta.

Cuando Bobby se volvía para seguir a Clint, Lisa le dijo:

– Haz que te lleve a Kaimu, ¿oyes? Pasaréis un rato estupendo.

Fuera, Bobby dijo:

– Escucha, Clint, necesito una explicación.

– ¿No la oíste? Esas menudas cuentas de cristal negro…

– No estoy hablando de eso. ¡Vaya, te estás riendo entre dientes! No te he visto nunca reír entre dientes. Y creo que no me gusta.

Capítulo 42

A las nueve en punto, Lee Chen llegó a la oficina, abrió una botella de gaseosa aromatizada de naranja y se instaló en la sala de ordenadores, entre sus queridas máquinas, donde le esperaba Julie. Medía un metro ochenta, era flaco pero nervudo, con una tez bronceada y el pelo negro azabache. Llevaba zapatos de tenis y calcetines rojos, pantalones negros de algodón con cinturón blanco, una camisa negra y gris con un dibujo sutil de hojas y una chaqueta negra de solapas estrechas y anchos hombros. Era el empleado más elegante de Dakota amp; Dakota, incluso comparado con Cassie Hanley, su recepcionista, la cual era una desvergonzada exhibidora de modelos.

Mientras Lee se acomodaba frente a sus ordenadores sorbiendo gaseosa, Julie le puso al corriente de lo ocurrido en el hospital y le enseñó los impresos de la información que Bobby adquiriera aquella misma mañana. Frank Pollard se sentó con ellos, en la tercera silla, donde Julie pudiera vigilarlo. A lo largo de su conversación, Lee no se sorprendió de lo que estaba oyendo, como si sus ordenadores le hubiesen infundido tan enorme sabiduría y clarividencia que nada, ni siquiera un hombre capacitado para el «teletransporte» pudiera asombrarle. Julie sabía que Lee, así como todos los demás de la familia Dakota amp; Dakota, no diría nunca a nadie ni una palabra sobre los asuntos de cualquier cliente; pero no sabía cuánto de su impávido comportamiento era natural y cuánto era una imagen prefabricada que él se ponía cada mañana junto con su ropa ultramoderna.

Aunque aquella inmutabilidad inalterable pudiera ser ficticia, su talento para los ordenadores era auténtico, sin lugar a dudas. Cuando Julie hubo concluido su versión resumida de los últimos acontecimientos, Lee dijo:

– Vale. Y ahora, ¿qué necesitas de mí? -No había la menor duda por parte de ambos de que, a su debido tiempo, él podría proporcionarle lo que ella solicitara.

Julie le entregó un bloc de taquigrafía. Sus diez primeras páginas tenían en doble columna números de serie de billetes.

– Éstos son muestras escogidas al azar de los billetes de las bolsas que le guardamos a Frank. ¿Puedes averiguar si es dinero sucio…, robado…, tal vez producto de una extorsión o el pago de un rescate?

Lee hojeó aprisa las listas.

– ¿No hay números consecutivos? Eso lo hará más difícil. Por lo general, los polis no tienen un registro de los números de serie del dinero robado, a menos que sean billetes flamantes que estén todavía formando paquetes y tengan números consecutivos…, vamos, recién salidos de la prensa.

– La mayor parte de ese papel moneda ha circulado lo suyo.

– Hay una lejana probabilidad de que corresponda a un rescate o a una extorsión, como has dicho. Entonces los polis anotarían todos los números antes de que la víctima soltara la pasta, por si el delincuente lograra escapar. Parece estar bastante negro, pero lo intentaré. ¿Qué más?

– En Garden Grove -dijo Julie-, una familia entera apellidada Farris fue asesinada el año pasado.

– Por culpa mía -terció Frank.

Lee apoyó los codos sobre los brazos de su butaca, se apoyó y unió los dedos de ambas manos. Parecía un sapiente maestro Zen obligado a ponerse la ropa de un artista vanguardista por haberse confundido de maleta en el aeropuerto.

– Nadie muere de verdad, señor Pollard. Simplemente se va de aquí. La manifestación de dolor es algo bueno, pero la de culpabilidad es inútil.

Aunque Julie conocía a pocos fanáticos del ordenador para estar segura, sospechaba que eran muy pocos los que sabían combinar las frías realidades de la ciencia y la tecnología con la religión. Pero, de hecho, Lee había llegado a creer en Dios por medio de su trabajo con ordenadores y su interés en la física moderna. Cierta vez, le había explicado por qué el conocimiento profundo del espacio sin dimensión dentro de una red de ordenadores, combinado con la noción del universo sustentada por un físico moderno, conducía inevitablemente a la fe en el Creador, pero Julie no había podido seguir ninguno de los razonamientos que le hizo.

Ahora, dio a Lee Chen los datos y pormenores de los asesinatos de los Farris y los Román.

– Creemos que todos fueron asesinados por el mismo hombre. No tengo ninguna pista sobre su verdadero nombre, y por eso le llamo señor Luz Azul. Considerando el salvajismo de los asesinatos, sospechamos que es un asesino reincidente con una larga serie de víctimas. Si eso es cierto, los asesinatos han distado tanto entre sí o el señor Luz Azul ha borrado tan bien su rastro, que la prensa no ha establecido nunca una conexión entre los crímenes.

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