Capítulo 27
Lunes por la tarde. Thomas sentado ante su mesa de trabajo, haciendo un poema pictórico.
Derek le ayudaba. O creía hacerlo. Clasificaba los recortes de revistas que llenaban una caja. Elegía fotografías y se las entregaba a Thomas. Si una fotografía era aceptable, Thomas la recortaba y la pegaba en la página. La mayoría de las veces no era la fotografía adecuada, así que la ponía a un lado y pedía otra y otra hasta que Derek le daba algo utilizable.
No revelaba a Derek la tremenda verdad. Y la tremenda verdad era que Thomas quería hacer los poemas solo. Pero no quería herir los sentimientos de Derek, pues Derek estaba ya bastante herido. Demasiado. El ser tonto hacía daño de verdad, y Derek era más tonto que Thomas. Además Derek tenía aspecto de tonto, lo cual dolía aún más. Su frente estaba más inclinada que la de Thomas que tenía una forma aplastada y su nariz era más chata. La tremenda verdad.
Más tarde, cansados de hacer poemas pictóricos, Thomas y Derek se trasladaron a la sala de juego, y allí fue donde sucedió todo. Derek resultó lastimado. Tan lastimado que lloró. Lo hizo una chica, Mary. En la sala de juego.
Unos estaban jugando a las canicas en un rincón. Otros veían la televisión. Thomas y Derek se habían sentado en un diván, cerca de las ventanas, procurando «ser sociables» con cualquiera que se les acercara. Los ayudantes querían siempre que los inquilinos del Hogar «fueran sociables». El «ser sociable» era bueno para ti. Cuando nadie se les acercaba para darles la oportunidad de «ser sociables», Thomas y Derek optaban por contemplar los colibríes que no zumbaban verdaderamente pero iban como balas de un lado a otro y eran divertidos de ver. Mary, que era nueva en el Hogar, no iba como una bala de un lado a otro ni era divertida de ver, pero zumbaba mucho. No, ella matraqueaba. Matraqueaba y matraqueaba todo el tiempo.
Mary sabía decir tacos con los ojos. Según ella, los tacos con los ojos importaban mucho, y tal vez fuera así, pero Thomas no había oído mencionarlos jamás y no entendía lo que eran, si bien muchas de las cosas que él no entendía eran importantes, al fin y al cabo. Sabía lo que eran los ojos, por descontado. Y sabía que un taco era un bastón con el que golpeabas las bolas, pues ellos tenían una mesa de billar allí mismo, en la sala de juego, cerca de donde él y Derek estaban sentados, pero nadie la utilizaba demasiado. Él se figuraba que golpearse el ojo con un taco sería una cosa mala, mala de verdad, pero esa Mary aseguraba que decir tacos con los ojos era muy bueno y que ella tenía uno muy grande para un chico Down.
– Yo soy una subnormal de altura -decía ella muy satisfecha consigo misma, como podía verse.
Thomas no sabía lo que era subnormal, pero tampoco podía ver ninguna altura en Mary porque era gorda y se caía por todas partes.
– Probablemente, tú eres también un subnormal, Thomas, pero sin tanta altura como yo. Yo soy casi normal, y tú no eres ni mucho menos tan normal como yo.
Esa explicación sirvió sólo para confundir a Thomas.
Y, como se pudo ver, confundió aún más a Derek, quien dijo con su voz espesa y a veces difícil de entender:
– Yo no soy subnormal. -Negó con la cabeza-. Sino vaquero. -Y sonrió-. Vaquero.
Mary se rió de él.
– Tú no eres un vaquero ni lo serás jamás. Lo que eres es un imbécil.
Los dos necesitaron pedirle que lo repitiera unas cuantas veces para poder captarlo, pero ni así lo comprendieron.
Pudieron pronunciarlo y, sin embargo, su significado fue para ellos tan oscuro como el de aquellos tacos con los ojos.
– Tenemos la gente normal -explicó Mary-, luego los subnormales, luego los imbéciles, quienes son más tontos que los subnormales, y luego los idiotas, quienes son aún más tontos que los imbéciles. Yo soy una subnormal de altura, y no voy a estar aquí para siempre. Seré buena, me comportaré bien, trabajaré mucho para ser normal y algún día llegaré a medio camino.
– ¿Medio camino, adonde? -preguntó Derek. Precisamente lo mismo que se preguntaba Thomas.
Mary se rió en sus narices.
– Medio camino de ser normal, mucho más de lo que tú serás jamás, maldito imbécil.
Esta vez Derek se dio cuenta de que ella le estaba despreciando, burlándose, y se esforzó por no llorar, pero lo hizo. Se puso muy rojo y lloró mientras Mary sonreía algo aviesa y se excitaba como si hubiera ganado un gran premio. Había utilizado una palabra fea, maldito, y debería avergonzarse, pero se vio que no lo hacía Por el contrario, repitió la otra palabra, imbécil, y entonces Thomas comprendió que era también una palabra fea. Y ella siguió diciéndola hasta que el pobre Derek se levantó y huyó corriendo, e incluso así ella se la gritó a sus espaldas.
Thomas regresó a su habitación buscando a Derek, y lo encontró encerrado en el retrete y berreando. Algunas de las ayudantes acudieron y dijeron cosas muy amables a Derek, pero éste no quería salir del retrete. Tuvieron que hablar mucho tiempo con él para hacerle salir de allí, pero no pudieron hacerle callar, así que al cabo de un rato le hicieron «tomar algo». Algunas veces, cuando estabas enfermo, como con la gripe, las ayudantes te pedían que «tomaras algo», lo que significaba una píldora de una forma u otra, de un color u otro, grande o pequeña Pero cuando ellas tenían que «darte algo» eso significaba casi siempre una aguja, lo que era una cosa mala. Ellas nunca habían necesitado «dar algo» a Thomas, porque siempre era bueno. Pero algunas veces Derek, aun siendo bondadoso como era, se sentía tan mal acerca de sí mismo que no podía parar de llorar, y a veces se golpeaba la mano hasta abrírsela y llenarse de sangre, e incluso así no se detenía, y entonces ellas tenían que «darle algo» por su «propio bien». Derek no golpeaba nunca a nadie, era bondadoso, pero resultaba preciso «por su propio bien» hacerle tranquilizarse o incluso dormir. Y esto fue, precisamente, lo que sucedió el día en que Mary, la subnormal de altura, le llamó imbécil.
Después de hacer dormir a Derek, una de las ayudantes se sentó al lado de Thomas en la mesa de trabajo. Era Cathy. Thomas simpatizaba con Cathy. Era mayor que Julie pero no tan vieja como para ser la madre de alguien. Era guapa. No tanto como Julie pero guapa, tenía una voz agradable y unos ojos que no te importaba mirar de frente. Cogió una mano de Thomas entre las suyas y le preguntó si se encontraba bien. Él dijo que sí, pero no era verdad y ella lo sabía. Ambos hablaron durante un rato. Eso era una ayuda, el «ser sociable».
Ella le habló de Mary para hacerle comprender todo, y eso fue también una ayuda.
– Ella se siente muy frustrada, Thomas. Durante algún tiempo estuvo fuera, en el mundo, a mitad de camino, e incluso consiguió un empleo a tiempo parcial y ganó un poco de dinero para sus gastos. Se esforzó cuanto pudo pero la cosa no funcionó, tuvo demasiados problemas, tantos que fue preciso ingresarla aquí otra vez. Creo que lamenta lo que ha hecho a Derek. Era tanta su decepción que necesitaba sentirse superior a alguien.
– Yo… estuve… estuve una vez ahí fuera, en el mundo -dijo Thomas.
– Lo sé, cariño.
– Con mi papá. Luego con mi hermana. Y Bobby.
– ¿Te gustó estar ahí fuera?
– Algunas cosas… me asustaban. Pero cuando estaba con Julie y Bobby…, eso me gustaba.
Ahora Derek roncaba en la cama.
La tarde declinaba. El cielo tenía un aspecto feo, tormentoso. La habitación se llenaba de sombras. Sólo la lámpara de la mesa estaba encendida. La cara de Cathy parecía bonita al resplandor de la lámpara. Su piel era como el satén de color melocotón. Sabía lo que era el satén. Una vez, Julie había venido con un vestido de satén.
Durante un rato, él y Cathy permanecieron callados.
Por fin, él dijo:
– Algunas veces es difícil.
Ella puso la mano sobre su cabeza y le alisó el pelo.