– Sí, lo sé, Thomas, lo sé.
¡Era tan amable! Thomas no se explicaba por qué comenzó a llorar cuando ella se mostró amable, pero lo hizo. Tal vez fuera porque ella era tan amable.
Cathy acercó su silla a la de él. Thomas se recostó sobre ella. Cathy le rodeó con ambos brazos. Él lloraba y lloraba. No era un llanto tan terrible como el de Derek. Manso. Pero le era imposible detenerlo. Hizo cuanto pudo por no llorar, porque el llanto le hacía sentirse tonto, y él aborrecía eso.
– Aborrezco sentirme tonto -dijo, a través de sus lágrimas.
– Tú no eres tonto, cariño.
– Sí, lo soy. Y lo aborrezco. Pero no puedo ser otra cosa. Procuro no pensar en mi tontería, pero no puedes dejar de pensarlo cuando es eso lo que eres y cuando otras personas no lo son y van por el mundo cada día y viven, pero tú no sales al mundo ni quieres hacerlo siquiera… ¡ah!, sí quieres hacerlo aunque digas que no. -Aquello fue un largo discurso para él. Le sorprendió haber sido capaz de soltarlo pero también le frustró, porque anhelaba explicarle lo que significaba sentirse tonto y tener miedo de salir al mundo, pero había fracasado, había sido incapaz de encontrar las palabras justas, así que ese sentimiento seguía embotellado dentro de su ser-. ¡El tiempo! Cuando eres tonto y no puedes salir al mundo tienes montañas de tiempo, montañas de tiempo para llenar, y sin embargo no hay «bastante» tiempo, no el suficiente para aprender cómo no asustarse de las cosas, y yo necesito aprender a no asustarme para poder volver con Julie y Bobby, lo que deseo hacer de verdad antes de que se agote el tiempo. Hay gran cantidad de tiempo y no el suficiente, lo cual suena tonto, ¿verdad?
– No, Thomas. No suena tonto.
Él no hizo nada para escapar de sus brazos. Quería que le abrazaran.
– Mira, a veces la vida es difícil para todo el mundo -dijo Cathy-. Incluso para las personas inteligentes. Incluso para las más inteligentes de todas.
Él se secó los ojos húmedos con la mano.
– ¿De verdad? ¿Es difícil a veces para ti?
– A veces. Pero yo creo que hay un Dios, Thomas, y que él nos ha puesto aquí por alguna razón, y que cada una de las dificultades que afrontamos es una prueba, y que salimos mejor librados por soportarla.
Él levantó la cabeza para mirarla. ¡Qué bonitos ojos! Estupendos ojos. Ojos que mostraban cariño. Como los de Julie o los de Bobby.
– ¿Me hizo tonto Dios para probarme? -preguntó.
– No eres tonto, Thomas. En ciertos aspectos, no. Y no me gusta nada oírtelo decir. No eres tan listo como algunos, pero eso no es culpa tuya. Eres diferente, eso es todo. El ser… diferente es tu dificultad, y estás soportándola muy bien.
– ¿De verdad?
– Magníficamente. Mírate. No estás amargado. Ni entristecido. Te comunicas con la gente.
– El «ser sociable».
Ella sonrió, sacó un papel de la caja de Kleenex que había sobre la mesa y secó las lágrimas de su rostro.
– Entre todas las personas inteligentes del mundo, Thomas, no hay ni una que afronte sus dificultades mejor que tú, y muchas no tan bien.
Él comprendió lo que ella quería decir y sus palabras le hicieron feliz, incluso aunque no creyera que la vida resultara difícil para las personas inteligentes.
Cathy permaneció allí un poco más. Se aseguró de que se encontraba bien. Luego, se marchó.
Derek continuaba roncando.
Thomas se sentó ante la mesa. Intentó hacer más poemas.
Al cabo de un rato, se acercó a la ventana. Ahora, la lluvia caía. Resbalaba por los cristales. La tarde se extinguía. Pronto llegaría la noche encima de la lluvia.
La «cosa malévola» seguía todavía allí fuera. Podía sentirla. Un hombre pero no sólo hombre. Algo más que hombre. Muy malo. Feo, repugnante. Lo había sentido durante días, pero desde la semana pasada no había televisado ningún aviso a Bobby porque la «cosa malévola» no se acercaba más. Se hallaba muy lejos, ahora mismo Julie estaba a salvo, y si él hubiese televisado demasiados avisos a Bobby éste habría dejado de prestarles atención, y cuando la «cosa malévola» se presentara al final, Bobby no creería ya en ella, y entonces la «cosa malévola» apresaría a Julie porque Bobby habría perdido todo interés.
Lo que más temía Thomas era que la «cosa malévola» llevara a Julie al «lugar maldito». Su madre había ido al «lugar maldito» cuando Thomas tenía dos años. Así que él no la había conocido. Más tarde, su papá fue también al «lugar maldito» dejándole solo con Julie.
Él no se refería al «infierno». Él sabía acerca del «cielo» y del «infierno». El cielo era de Dios. El diablo poseía el infierno. Si hubiese un cielo, él estaba seguro de que sus papas se encontrarían allí. Uno quería subir al cielo si podía. Allí las cosas marchaban mejor. En el infierno, las ayudantes no eran amables.
Pero para Thomas el «lugar maldito» no era el infierno. Era la «muerte». El infierno era un lugar malsano, pero la muerte era «el lugar maldito». La «muerte» era una palabra que no podías pintar. La «muerte» significaba que todo se detenía, desaparecía, todo tu tiempo finalizaba, se esfumaba. ¿Cómo podías pintar tal cosa? Una cosa era real si podías pintarla. Él no podía ver la «muerte», no podía tener en la cabeza una imagen de ella, no si la tomaba por lo que otras personas parecían tomarla. Él era demasiado tonto, tenía que pintarla en su cabeza como un «lugar». Se decía que la «muerte» llegaba para llevarte consigo, y ella había llegado una noche para llevarse a su padre, cuyo corazón le había atacado, pero si ella llegaba para llevársete consigo tendría que llevarte a algún «lugar». Y ése era el «lugar maldito». Era el sitio adonde ibas para no regresar nunca más. Thomas no sabía lo que le sucedía allí a una persona. Quizá nada malo. Excepto que no se permitía regresar para ver a las personas queridas, lo que ya era bastante malo aunque la comida fuese buena allí. Tal vez algunas personas fueran al «cielo» y otras al «infierno», pero no podías regresar de ninguno de los dos, así que ambos formaban parte del «lugar maldito», tan sólo eran habitaciones diferentes. Y él no estaba seguro de que el «cielo» y el «infierno» fueran reales, de modo que tal vez todo cuanto hubiera en el «lugar maldito» fuese oscuridad y frío y tanto espacio vacío que cuando fueras allí no encontrarías a las personas que se te adelantaron.
Eso era lo que más le asustaba. No sólo perder a Julie en el «lugar maldito» sino también, y sobre todo, no poder encontrarla cuando él fuera allá.
Por lo pronto le asustó ya la noche. ¡Todo aquel inmenso vacío! La tapadera del mundo. Así, pues, si la noche era tan temible, el «lugar maldito» lo sería mucho más. Con toda seguridad el «lugar maldito» sería mucho mayor que la noche, y la luz del día no lo iluminaría jamás.
Fuera, el cielo se oscureció.
El viento sopló entre las palmeras.
La «cosa malévola» seguía muy lejos.
Pero iba a acercarse. Y pronto.