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Alargó la mano hacia el día.

Ella estaba allí. Todavía muy lejos.

No quiso acercársele.

Sintió miedo.

Pero debería dejar de asustarse por Julie, Bobby y el bebé, acercarse más, y asegurarse de que sabía en todo momento dónde estaba la «cosa malévola» y si se proponía venir hacia aquí.

Capítulo 45

Jackie Jaxx no llegó a las oficinas de Dakota amp; Dakota hasta las cuatro y diez de la tarde del martes, una hora antes de que Bobby y Clint regresaran, y para disgusto de Julie se pasó media hora creando una atmósfera propicia para su trabajo. Opinó que la habitación estaba demasiado iluminada y por tanto cerró las persianas de las grandes ventanas, aunque el inminente crepúsculo invernal y unos nubarrones provenientes del Pacífico hubiesen arrebatado ya al día una buena parte de su luz. El hombre probó diferentes arreglos con las tres lámparas de bronce, cada una de las cuales estaba provista con una bombilla trifásica, lo cual le proporcionaba al parecer un número infinito de combinaciones; por último dejó una de ellas a setenta vatios, otra a treinta y la tercera apagada. Pidió a Frank que se trasladara desde el sofá a una de las sillas. Luego pensó que eso no funcionaría y entonces corrió la gran butaca de Julie fuera de la mesa y lo sentó en ella; acto seguido colocó frente a él cuatro sillas en semicírculo.

Julie pensó que Jackie podría haber trabajado igual o mejor con las persianas abiertas y las lámparas encendidas. Sin embargo, él seguía siendo un actor aunque estuviera fuera del escenario, y no podía resistirse a la tentación de ser teatral.

En años recientes, los ilusionistas habían renunciado a los seudónimos espectaculares como el Gran Blackwell o Harry Houdini por preferir nombres que al menos parecieran los verdaderos, pero Jackie era un tradicionalista. Así como el verdadero nombre de Houdini era Erich Weiss, Jackie había sido bautizado como David Carver. Como él practicaba la magia cómica, había procurado evitar los nombres misteriosos. Y como desde la pubertad ansiara formar parte de los clubes nocturnos de Las Vegas, había elegido una nueva identidad que para él y los de su círculo social sonaba a realeza de Nevada. Mientras otros chicos aspiraban a ser maestros, médicos, agentes inmobiliarios o mecánicos de automóviles, el joven David Carver soñaba con ser alguien como Jackie Jaxx; ahora, a Dios gracias, su sueño se había consumado.

Aunque se moviera entre un contrato de una semana en Reno y un trabajo de poca monta como acto inicial del espectáculo de Sammy Davis en Las Vegas, Jackie no se presentó en vaqueros ni vistiendo un traje ordinario, sino luciendo una indumentaria que podría haber llevado durante sus actuaciones: un sobrio traje negro con ribete verde esmeralda en la solapa y los puños de la chaqueta, una camisa verde para hacer juego y zapatos negros de charol. Jackie tenía treinta años, medía un metro cincuenta, era flaco, mostraba un bronceado canceroso, se teñía el pelo de un color negro tinta y exhibía unos dientes de una blancura feroz, poco naturales.

Tres años antes, Dakota amp; Dakota había sido contratada por un hotel de Las Vegas con el que Jackie tenía un contrato a largo plazo: entonces se le encomendó la ardua tarea de descubrir la identidad de un chantajista que intentaba despojar al ilusionista de casi todos los ingresos. Aquel caso tuvo muchos lances imprevistos, pero cuando ellos lo solucionaron, lo que más sorprendió a Julie fue el haber superado su antipatía hacia el ilusionista hasta el extremo de simpatizar con él. O casi.

Ahora Jackie se acomodó, por último, en la silla situada delante de Frank.

– Escucha Julie, tú y Clint os sentaréis a mi derecha, Bobby, a mi izquierda, por favor.

Julie no vio por qué razón no podría sentarse en la silla que le apeteciese, pero le siguió la corriente.

La mitad de la actuación de Jackie en Las Vegas incluía el hipnotismo y la explosión cómica del auditorio. Sus conocimientos sobre la hipnosis eran tan amplios y su saber sobre el funcionamiento del pensamiento en estado de trance tan profundo, que se le solía invitar a participar en las conferencias científicas con médicos, psicólogos y psiquiatras que exploraban las aplicaciones de la hipnosis. Quizá ellos pudieran haber persuadido a un psiquiatra para que les ayudara a bucear en la amnesia de Frank mediante una terapia de regresión hipnótica, pero resultaba dudoso que un médico estuviera tan capacitado como Jackie Jaxx para aquella tarea.

Además, por muy sorprendentes que fueran las averiguaciones de Jackie acerca de Frank, se podría contar con su silencio. Jackie debía mucho a Bobby y Julie, y a pesar de sus defectos era un hombre que pagaba sus deudas y tenía por lo menos una noción mínima de la lealtad, lo cual era una rareza en la cultura del espectáculo.

Bajo la melancólica luz ambarina de las dos lámparas de bronce y con el mundo oscureciéndose aprisa más allá de las persianas echadas, la voz suave y bien modulada de Jackie, llena de tonos bajos y ocasionales vibraciones dramáticas, solicitó la atención no sólo de Frank sino también de todos los presentes. Jackie utilizó una lágrima de cristal biselada, colgando de una cadena de oro, para atraer la atención de Frank, y rogó a los demás que miraran el rostro de Frank en lugar de la baratija para evitar un trance no deseado.

– Por favor, Frank, observa la luz que parpadea en el cristal, es una luz suave, encantadora, fluctuando de una faceta a otra, de una faceta a otra, una luz muy cálida y atrayente, fluctuando…

Al cabo de un rato, Julie, también algo adormecida por la cantilena deliberada de Jackie, observó que los ojos de Frank se ponían vidriosos.

A su lado, Clint abrió la pequeña grabadora que usara en la tarde del día anterior cuando Frank les había contado su historia.

Retorciendo todavía la cadena entre el pulgar y el índice para hacer girar la lágrima de cristal, Jackie dijo:

– Está bien, Frank, ahora te deslizas hacia un estado muy relajado, un estado profundamente relajado en el que escucharás sólo mi voz, ninguna otra, y responderás sólo a mi voz, a ninguna otra…

Cuando hubo puesto a Frank en estado de trance profundo y acabado de darle las instrucciones relacionadas con el inminente interrogatorio, Jackie le pidió que cerrara los ojos. Frank obedeció.

Jackie retiró la lágrima de cristal y preguntó:

– ¿Cómo te llamas?

– Frank Pollard.

– ¿Dónde vives?

– No lo sé.

Julie le había alertado por teléfono a primeras horas del día y le había contado la información que ellos intentaban sonsacar a su cliente, así que Jackie preguntó:

– ¿Has vivido alguna vez en El Encanto?

Un momento de vacilación. Luego:

– Sí.

La voz de Frank fue extrañamente monótona, el rostro tan macilento y lívido que el hombre semejaba casi un cadáver exhumado y revivificado por arte de magia para servir de puente entre los participantes de una sesión espiritista y aquellos con quienes deseaban hablar en la tierra de los muertos.

– ¿Recuerdas tus señas en El Encanto?

– No.

– ¿No eran Pacific Hill Road 1458?

Una expresión ceñuda alteró el rostro de Frank y al instante desapareció.

– Sí. Eso es lo que… Bobby lo averiguó… con el ordenador.

– Pero, ¿recuerdas de verdad ese lugar?

– No.

Jackie se ajustó su reloj Rolex y luego empleó ambas manos para alisarse el pelo negro y espeso.

– ¿Cuándo viviste en El Encanto, Frank?

– No lo sé.

– Debes decirme la verdad.

– Claro.

– No puedes mentirme, Frank, ni ocultarme nada. Eso es imposible en tu estado actual. ¿Cuándo viviste allí?

– No lo sé.

– ¿Irías solo allí?

– No lo sé.

– ¿Recuerdas haber estado anoche en el hospital, Frank?

– Sí.

– Y… ¿desapareciste?

– Ellos dijeron que lo hice.

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