– ¡Eh, oye, frénate!
– No, pero…
– Para y recobra la compostura, Ivan, por el amor de Dios.
La mujer estiró el cuello hasta tener la cara a dos centímetros de la pantalla, murmurando para sí misma.
– Debe estar en un inglés muy culto, porque ni siquiera me suena esta ortografía: «chirca», articuló. «Batrimmonio, mercaos ggglobales». Podría ser otro de la fábrica de Liberty, parece que el americano no para de mandarlos.
– Sí. -Ivan se acarició la barbilla-. Sí, y a éste lo tenemos que sacar del agua como si fuera una beluga de primera, sacarlo del agua para dejarlo caer en nuestra barquita y recuperar un poco de dinero. Ahora verás, mamá, que nuestra inversión en la carta, en aquellas palabras mágicas tan conmovedoramente redactadas, nos va a devolver el dinero multiplicado por mil.
– ¿Y de qué carta me hablas?
– Te hablo, por supuesto, de la carta de respuesta, la de Kherson… ¿no te acuerdas? De aquella respuesta calculada para hacer que hasta un muerto se levantara de su tumba.
– Bueno, pues te podrías haber ahorrado los gastos, cualquier idiota sabe que el que mandó la petición ahora debe de estar esperando algo más que palabras. La siguiente promesa tiene que ser concreta, tiene que salirse de la página y oler a sudor perfumado. Quien le está escribiendo ahora es la mujer de sus sueños, con timidez, con incertidumbre, con una foto sencilla de sí misma en bañador, en el bañador más pequeño que podamos convencerla de que se ponga.
– ¡Sí! -Ivan dio un golpe en la mesa-. Vamos a hacerla ahora mismo, de inmediato, y añadirla a la carta. ¡Dime qué mujer nos está pidiendo!
La madre de Ivan se volvió a inclinar sobre la pantalla y frunció los labios.
– La número dieciséis, ¿dice? La dieciséis… Ludmila.
Ivan manoseó el bikini rojo con sus manos húmedas de sudor. Le había llegado como un mensaje del más allá, a través de una cadena de parientes y de conocidos de Anya, su madre. Cómo aquella cadena había llevado hasta el cajón de las prendas íntimas de una joven esbelta era algo que Ivan no conseguía imaginar.
Oksana tardó un momento en conseguir llamar su atención cuando llegó por fin a lo alto de las escaleras.
– Aquí estoy -dijo por fin.
– ¡Ahora apareces! -Ivan miró el reloj con furia.
– Ahora mismo acaba de llegar el tío Sergei con el mensaje, he hecho la mayor parte del camino corriendo.
– Sí, por eso respiras más despacio que una morsa y tienes el maquillaje seco y en su sitio.
– ¡Oh cielos! -Oksana se retorció en la puerta.
– Bueno, entra, entra… ¡Dios bendito, me da la sensación de que tengo que ir y manipular tus brazos y piernas para que hagan algo! Siéntate aquí, siéntate. Aquí… ¡mira! -Ivan dejó caer pesadamente su trasero en forma de pera, una especie de uni-nalga, en el banco que había delante del ordenador, y se inclinó con el ceño fruncido hacia la cara inexpresiva de su sobrina-. Muy bien, lo que pasa es lo siguiente: ya sé lo difícil que es la montañesa, la mente se me entumece solamente de pensar en la amarga batalla que presentaría si yo acudiera a ella en persona, pero lo que pasa es lo siguiente. Tú ya llevas unos días viviendo con ella, y si eres una chica lista, habrás encontrado una forma de ganarte su confianza, de mujer a mujer…
– ¿De qué chica hablas, perdona?
Ivan abrió la boca y los ojos como platos.
– ¡De la fierecilla… Ludmila!
– Oh, sí.
– Bueno, vale, entonces, lo que pasa es…
– Bueno, pero no tengo puerta abierta para ganarme su confianza, de hecho, porque…
– No, bueno, escucha… Tú escúchame, ¿quieres? Da igual a qué nivel hayas conseguido tratar con ella, tengo para ti el trabajo más importante que has tenido en tu joven vida. Te lo digo porque está claro que yo le soltaría una lluvia de bofetadas en cuanto dijera la primera palabra. Así que escúchame, lo que pasa es lo siguiente: tienes que convencerla para que se ponga este bañador y pose para una fotografía. Hasta es posible que tengas que hacerle la fotografía tú misma, si termina poniéndose tan testaruda como preveo. Todo esto es muy urgente, se tiene que hacer de inmediato. Usa cualquier excusa que puedas encontrar, ¿oyes los detalles de lo que te estoy diciendo? Aquí está la cámara y aquí está el bañador. Foto. ¿Me oyes? Sacando culo, sobre todo haz que saque culo. ¡Y ahora largo, deprisa, corre! -Ivan se levantó dando tumbos del banco y azuzó a Oksana hasta la puerta.
Ella cogió el bikini, que estaba húmedo de las manos de él, recogió la cámara y echó a corretear hasta las escaleras. Allí se detuvo.
– ¿Y dónde la voy a encontrar?
– ¿Cómo?
– Bueno, después de que el tío Sergei la echara del apartamento…
Ivan se quedó boquiabierto. Su cabeza se giró a un lado y al otro. Un dedo salió disparado de su manga y le arrebató el bikini de la mano a Oksana.
– Dame la cámara. Y quítate la ropa.
18
El mundo conocido terminaba en el aeropuerto de Heathrow. Los túneles que conectaban la estación de metro con las terminales de Heathrow eran una extensión de las entrañas húmedas de Londres, los afluentes vaginales de una puta vieja y encantadora, que mimaba a sus clientes hasta el mismo fin del mundo pero evitaba imponerles el cambio demasiado deprisa para que no sufrieran un shock. Así que, el aeropuerto empezaba lentamente a mostrarse, desde el cemento desnudo, pasando por el brillo efervescente de la zona comercial, hasta llegar a la luz del sol angelical.
Y más allá, los cielos.
El armamento del ejército que rodeaba el aeropuerto no era visible desde el túnel. Aquello ya le iba bien a Blair, que estaba intentando facilitar el avance de su hermano hasta la zona de salidas. Los Heath se movían inseguros, arrastrados como esperma por un flujo de gente vestida para viajar. Delante de ellos brillaba una luz blanca que se reflejaba sobre acero pulido. Más adelante, al otro lado de la luz, había un mundo nuevo.
Ahora iban a recorrer los cielos, alejándose de aquel lugar vocinglero y tumultuoso. Iban a echar por la borda todo lo diabólico y a flotar libres por encima de la albúmina baja y gris de los cielos de Londres.
El aeropuerto era una catedral.
El paso irregular de Conejo le empezó a fallar en el túnel. Se estremeció y miró a su alrededor. Tenía los hombros encorvados, como los de un niño pequeño que acaba de quedarse a oscuras.
– A ver si se me entiende, Blair…
Blair se ajustó la entrepierna, arqueando un poco las piernas.
– Vamos, Nejo, no nos va a pasar nada. Vamos.
– Debemos de estar como cabras, colega. ¿Qué demonios estamos haciendo? -La boca de Conejo se frunció para formar un dosel sobre sus dientes sólidos. Detrás de sus gafas de sol, unos ojos muy abiertos y trémulos se encogían de miedo ante el horizonte que le esperaba. Su vieja bolsa de deporte le colgaba del hombro, toda rozada y arrugada. El asa le resbaló hasta la parte interior de su codo, pero permaneció allí, inmóvil.
– Nejo, todo va a ir bien. -Blair se le acercó furtivamente-. No nos va a pasar nada malo, te lo prometo. Y piensa en esto: vas a estar lejos de la amenaza del terrorismo. Eso es un plus, ¿verdad? Ya sabes que tú odias la amenaza del terrorismo.
– Pero a ver si se me entiende. ¿Qué coño estamos haciendo?
– Nos vamos de vacaciones, Nejo. Nuestras primeras vacaciones lejos de casa. ¡Nos lo vamos a pasar bomba!
– ¿No podríamos empezar yendo a Scarborough?
Blair sacó a su hermano de la corriente de viajeros al tiempo que lo tranquilizaba y lo puso contra la pared del túnel.
– Colega, ábrete un poco de miras. Me apuesto a que han hecho lo mismo con otros pacientes clave, mandarlos a que respiren algo de aire fresco.
– Pero… me cago en la leche.
– No, Nejo, escucha, no tiene nada de siniestro. Nos piramos de vacaciones, colega. ¡A pasarlo bomba!