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– Mi moco es asunto mío, muchas gracias.-Lubov se limpió el bigote con la manga-. Ahora ve a traerme al viejo para que yo no tenga que ensuciarme más los pies en este abrevadero de animales.

– Más bien para que no nos ensucies el suelo con tus pezuñas -dijo Olga, contenta de seguir ganando tiempo.

Con el rabillo del ojo vio que Maks avanzaba con sigilo por la pared más cercana a Lubov.

Lubov frunció la cara.

– Y te lo digo ahora: no me obligues a ir yo misma a despertar a tu marido.

– No te quiere ver -dijo Olga. Vio que se acercaba la mano de Maks con la palanca.

– ¡Y no te molestes en echarte encima de mí desde detrás de la pared, muchacho! -Lubov dio un golpe en la pared que tenía detrás-. No creáis que mis ojos han estado vacíos todos estos años que he sufrido mirándoos. -Lo dijo en tono demasiado osado para ser una mujer sola en una casa llena de enemigos. Los Derev sopesaron su tono, se miraron entre ellos y luego se volvieron para echar un vistazo a través de la ventana de la cocina. Y en efecto, en el exterior se bamboleaba una sombra abultada, y otra más a su lado. Los zopencos de Lubov estaban allí.

Maks dejó con cuidado la palanca en un rincón de la sala principal. Volvió a adentrarse en las sombras y salió a la luz por otra zona de penumbra.

– ¿Y tan aburrida estás de robarnos en el almacén que ahora vienes a robar en nuestras camas?

– Ve a por tu abuelo. Hazlo antes de que mande a mis hombres a por él.

– ¡Ja! -Maks se rió-. ¡Eso si pueden parar de mearse en las botas!

– ¡Basta! -Irina se levantó para ponerse a la altura de Lubov-. ¿Para qué quieres a mi padre? ¿Qué ha hecho?

– Ha firmado un cupón antiguo, y se supone que tenéis que traerme uno de la serie nueva.

– Pero tú lo has aceptado -dijo Irina, cruzándose de brazos.

– Porque Dios me ha maldecido con la estupidez de la confianza.

– No hay nada en qué confiar, sigue siendo un cupón registrado.

– ¡Es de la serie antigua! Se lo dije el mes pasado, debe de estar perdiendo el seso. Ahora tráemelo antes de que acabe pillando todas vuestras enfermedades.

– Haré que el mes que viene firme dos -dijo Olga.

– No. -Lubov se adentró un paso más en la sala-. Voy a buscarlo ahora.

Olga levantó una mano.

– Dinos por qué no puede firmar uno a la luz del día. Es un anciano, y no necesita tu cara gorda de compota en su cama. Puede entreverla en la oscuridad y morir atragantado de bilis.

Lubov ahogó un grito furioso.

– Os diré por qué: porque hoy el inspector de la región me ha traído vuestro cupón rancio al almacén con sus propias manos heladas y me ha obligado a abrir mis libros de contabilidad empezando por los tiempos de la fábrica. Y por lo que yo sé sigue allí sentando, haciendo astutas preguntas sobre vuestra contabilidad, mientras nosotros estamos aquí como tontos. -Un matiz de miedo se coló en el fondo de la voz de Lubov. Y salió a la luz en forma de un crujido.

– ¡Ja! -trinó Olga-. Y hasta Kiska Ivanova, que ahora duerme, se moriría de risa si le dijeran que has venido a ayudarnos. ¿Qué hay en tus libros de contabilidad que te trae necesitada de nuestra ayuda? ¿No serán acaso tus treinta años de delitos, esa trama de engaños y crueldades que sufren quienes tienen el castigo de depender de ti?

– Guarda tu lengua, mis libros de contabilidad están más limpios que los platos donde coméis. Simplemente no tengo la misma cara dura que vosotros, que le estáis haciendo perder el tiempo a ese hombre con mis libros cuando lo único que ha venido a investigar es un simple cupón.

– ¡Ja! -Maks se acercó a la mujer-. ¿Y no es más bien trabajo tuyo encargarte de que se presenten los cupones correctos?

Su madre clavó en él una mirada de arpía. «Vigila el terreno que pisas, por el bien de todos nosotros», decía la mirada.

Maks señaló con el dedo a la mujer.

– ¡Estás sugiriendo que despertemos a un pobre anciano que trabaja en un día lo que tú trabajas en un año, cuando tu responsabilidad es comprobar que los cupones sean correctos!

– No lo es -dijo Lubov.

– ¡Nos estás mintiendo en nuestras narices!

– Voy a despertar al viejo.

Kiska salió gimoteando del dormitorio y corrió hasta las faldas de su madre. Maks se interpuso en el camino de Lubov, con un rizo negro agitándose sobre su ojo. Lubov puso las manos a modo de bocina y se volvió hacia la ventana de la cocina.

– ¡Gregor! ¡Karel! -gritó. Un par de patatas esculpidas con caras de perro soñolientas entraron pesadamente en la cabaña. Una de ellas llevaba un rifle. Lubov señaló la puerta del dormitorio-. Traed al viejo.

– ¡No puedes hacer eso! -dijo Irina-. ¡Pondré al distrito entero en contra de ti!

– ¡Bah! Entonces solamente me amenazas con un día más de mi vida normal. -Lubov les hizo un gesto impaciente con el dedo a los chicos.

Maks se interpuso con el ceño fruncido en su camino.

– Quietos ahí antes de que os rompa algo que se parece mucho a vuestra…

Crac. Gregor le atizó con la culata del rifle.

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– Y ésa viene a ser toda la historia -dijo Blair-. Cosquilleó el pezón de la chica con un mechón del pelo de ella-. Un consultor de mercados globales como cualquier otro de la City.

– Oh, oh -dijo la chica-. Tú hombre grande. Hombre rico y listo.

A Conejo le salió un soplido burlón. Blair lanzó una mirada airada por encima de la mesa en dirección al banco donde su hermano estaba sentado con Donald Lamb. Le envió una breve amenaza con la mirada y luego se volvió a girar, intentando empaparse de la chica igual que el pan blanco se empapa de salsa de asado.

Ella quitó la mano de Blair de su muslo y se levantó sobre las rodillas para llevar a cabo un cautivador ajuste de su tanga. Una gradación del marrón al rosa se vio por el canalillo de su trasero.

– ¿Quiere que baile para usted ahora, señor Grande y Listo?

A Conejo se le escapó un chillidito. Se mordió los labios y miró a su alrededor en busca de alguna distracción. El bar para miembros del World amp; Oyster era una cámara neblinosa de espejos, cuero y mujeres jóvenes en ropa interior diminuta que nunca había contenido ningún olor o secreción que no saliera de un frasco. El tamaño de la sala era imposible de calcular. En el aire latía una música vigorosa y una luz almidonada caía en forma de varas hasta el infinito.

– ¿Tú no gusta bailar? -La chica hizo caminar sus dedos sobre el pecho de Blair.

Él llevó a cabo una rápida valoración espacial con la mirada y bajó el tono de su voz.

– Bueno, o sea, yo no bailo en sitios donde me pueda ver todo el mundo.

– ¿Tú solamente quieres mí para tú solo? -Ella se toqueteó un reborde de satén de la entrepierna-. ¿Con nadie, solamente tú y mí? Podemos ir a sala especial, solamente tú y mí, solos.

– Eso me encantaría, Natasha. No te imaginas cuánto me gustaría.

– Uuf, tú eres hombre especial. -Natasha puso los ojos en blanco-. En Rusia no hay hombre como tú. Hombre ruso solamente bebe hasta caer y solamente pega mujer. Si yo veo hombre como tú en Rusia ya nunca habría venido a Inglaterra.

Blair le dio un apretón cariñoso en la mano.

– Bueno, ya me has encontrado. -Se entretuvo en hacerle la raya del pelo con la punta de la nariz-. Nunca más nos separaremos.

A Conejo se le empezaron a mover los hombros de forma entrecortada. Levantó la mano para taparse la boca, pero aun así se le escaparon unos hipidos.

Blair salió disparado de su asiento.

– Mira… ¡Te voy a dar una paliza dentro de un minuto!

– Eh, tranquilos. -Lamb frunció el ceño desde el otro lado de la mesa-. Será mejor que vayamos bajando, el departamento me va a cortar la cabeza por traeros aquí arriba.

Conejo agitó las manos y le empezaron a caer lágrimas por debajo de las gafas.

– ¡A la mierda, Conejo! Vale, se acabó. Conejo está fuera.

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