DBC Pierre
El inglés macarrónico de Ludmila
Título original: Ludmila's Broken English
Traducción de Javier Calvo
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y la siguiente…
PRÓLOGO
El bombazo llegó en la maternidad. Aquella primera mañana la enfermera jefe intentó distraer a los gemelos Heath, hizo el payaso bajo aquella luz mortecina y disipó el olor de la leche para lactantes con sus arrumacos. Pero de nada sirvieron sus cloqueos. Los niños no pudieron evitar darse cuenta de que el resto de criaturas no estaban unidas por parejas.
Aquello desencadenó una sensación de caída en picado, como si alguien estrujara la esponja donde estás para hacerte salir.
Ya de bebés, los Heath captaron con claridad la esencia de su situación; casi les llegó acompañada de una pequeña fanfarria de arpas. Blair Albert y Gordon-Marie Heath eran onfalópagos: estaban unidos por el tronco. Compartían ciertos órganos pero no el corazón. En una época o una cultura distintas podríamos habernos preguntado qué crimen cometido en una vida pasada, o qué pecado de los padres, habría provocado que les cayera semejante sentencia a dos chavales por lo demás listos y sanos.
Debió de ser algo espectacular.
Ni siquiera en la avanzada Gran Bretaña los médicos quisieron separar a los gemelos al nacer. Ciertamente, se contaban entre los pocos monocigotos que habían sobrevivido al nacimiento. Algo lo bastante curioso como para merecer una fotografía en el periódico. Puede que vieran ustedes aquella fotografía si abrieron el periódico por aquella época. Allí estaban ellos, un enredo de michelines con ojos esperanzados de cachorrillos.
Después de que les hicieran la foto, los envolvieron en toallas y los mandaron a una institución. Las autoridades decidieron que era lo más piadoso. Aunque nunca se dijo en voz alta, la suma de las conductas de todo el mundo les dijo a los Heath que su naturaleza asombrosa les confería poder. Y debía de ser verdad, a juzgar por lo mucho que todos se esforzaban en protegerlos de la curiosidad del mundo.
Y sin embargo, pese a todo, no eran más que niños. Niños que nunca eliminarían a un bateador en el campo de críquet de Lord's. Que nunca se elevarían pilotando cazabombarderos Dagger del aeródromo de Leeming. Que ni siquiera llegarían a ser basureros. El darse cuenta gradualmente de aquello les fue empañando el brillo de los ojos. Los pósters con imágenes de acción se desprendieron de sus paredes, dejando atrás restos de cinta adhesiva, recordatorios de lo único que podían esperar de forma razonable.
Y lo más devastador de todo: sus padres nunca más volvieron para verlos.
Con la sabiduría perfecta de quienes no tienen alternativa, los gemelos se replegaron en sí mismos para orientar los protocolos de su extraña coexistencia. El suyo era un infierno dividido en los niveles imaginados por Dante: la forza y forda. Mientras que Blair poseía la energía física de los gemelos -la forza-, la astucia de la pareja residía en Gordon y hacía que éste fuera el dominante en la mayoría de situaciones, a pesar de ser el gemelo más débil.
Más allá de estos detalles clínicos, el desarrollo más profundo de los chicos siguió oculto. A nadie le interesaba dar publicidad al curso de sus vidas; ya se había producido un conflicto oficial después de la publicación de aquella primera foto como bebés. En adelante, no se volvió a saber nada de ellos fuera de los muros de la Albion House Institution, aquel revoltijo centenario de arquitecturas amenazantes agazapado en las profundidades de la campiña norteña, entre cuyos olores de antiséptico o de coliflor estofada pasaban sus días los gemelos.
A favor del lugar hay que decir que Albion House siempre parecía estar marinándose en una luz plateada que recordaba al resplandor de las nubes reflejado en el pabellón de un instrumento de viento. Y que ciertos placeres interrumpían de forma esporádica la rutina del centro: sabemos que los niños tenían acceso a los Lacasitos, por ejemplo, y que Gordon desarrolló un modelo matemático para racionarlos basándose en los colores según caían en su mano. Sabemos que a espaldas de Gordon -como no podía ser de otra manera- Blair jugaba con muñecas, aunque nunca lo admitió, y que éstas le acabaron siendo confiscadas después de que les aplicara ungüentos desagradables en sus recovecos íntimos. En la Albion House había incluso el suficiente buen humor como para que a Gordon lo apodaran Conejo, debido a sus orejas generosas y a sus dientes salidos.
Pero después de esto, no se volvió a saber nada más de los gemelos Heath.
Y no volvió a suceder nada más hasta hace un par de años, aquella primavera oscura y bochornosa en que el servicio sanitario, recién privatizado, decidió que Conejo estaba parasitando recursos de su hermano. Aquel parasitismo solamente empeoraría con el paso de los años, y acabaría poniéndolos en peligro. Los jefes de la Seguridad Social decidieron -tal como debían de haber hecho hacía treinta y tres años- intentar sacar por lo menos a un inglés digno de aquella pareja. Estaba claro que una vida robusta e independiente era mejor que dos vidas a medias.
Y así es como separaron a los Heath y los hicieron libres. Deprisa y en secreto.
Ya eran mayores para una operación así. No existían precedentes ni siquiera en el hospital de Great Ormond Street, en Londres, donde se reunió una panoplia de talentos quirúrgicos procedentes de todas las Islas Británicas. Un martes de mayo, los expertos se afanaron como chefs durante catorce horas y veintitrés minutos sobre una jaula rotatoria construida especialmente para los gemelos.
Pero ya eran mayores. Durante la primera semana después de la operación quedó claro que la dependencia mutua de los Heath llegaba a extremos que nadie había imaginado. Seguían siendo territorio inexplorado, un enredo de zarcillos parecido a la hiedra que estrangulaba las torretas y las gárgolas de Albion House.
Al cabo de quince días de estar separados, las personalidades de los gemelos empezaron a divergir. Al cabo de seis semanas, la misma carne que habitaban empezó a cambiar, suministrando a toda una rama de la ciencia unos descubrimientos insospechados. El despliegue de los gemelos fue al mismo tiempo espléndido y espeluznante, como un ballet de polluelos recién nacidos a base de instantáneas.
Pero aquello les llegaba tarde.
Tal como se había predicho, Conejo es el que se llevó la peor parte, al no poder ya extraer vitalidad de su gemelo. Nunca llegó a recuperarse de la operación. Los dos tuvieron la sensación de que no sobreviviría a la primera Navidad. Blair, entretanto, floreció como unos fuegos artificiales una vez liberado del dominio de Conejo. Se encontró a sí mismo en un mundo atiborrado de oportunidades, donde todo el mundo charlaba bulliciosamente sobre cosas como la libertad, la globalización y la autoayuda.