– ¡Ja! ¡Supongo que te refieres al regalo de no ver más tu culo!
Maks chasqueó la lengua. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó el guante que le faltaba a Ludmila, todavía pegajoso de la garganta de Aleksandr.
– Estarás más caliente con esto -dijo, lanzando una mirada desde debajo del ceño. Le asestó un último empujón con la barbilla, se dio la vuelta y se alejó escupiendo.
Pilo se encogió de hombros y se montó en el tractor.
– ¿Cómo se arranca?
A Ludmila se le llenaron los ojos de lágrimas. Se mordió el labio, se apretujó como pudo detrás del asiento y estiró el brazo junto a Pilosanov para pulsar el arranque. La máquina se despertó con un estornudo. Maks desapareció tras la puerta verde y la cerró con un portazo.
El haz de luz del faro derramó té con leche sobre el camino que salía de Ublilsk. Ludmila se arrebujó en sus abrigos y se hizo una bola detrás del asiento del conductor. Con un bulto que era como una albóndiga de gelatina alojado en la garganta.
– ¡Ja! ¡Oh, qué gloria, jo, jo, jo! -dijo Pilosanov con voz atronadora mientras el villorrio desaparecía a sus espaldas-. ¡No hay un ganso más grande en el mundo entero! Lo he dejado ahí plantado con las manos vacías. ¡Tengo su tractor y él se ha quedado con nada de nada! -A Pilo le temblaban los hombros de la risa. Se volvió para dedicarle a Ludmila una sonrisita de complicidad-. Ya estás a salvo, gatita. Ya no vas a tener que repartir tus encantos entre tu familia.
– No confundas mi familia con la tuya.
– ¡Ja! Pero hay que admitir lo que está más claro que el agua: que ninguna casa donde haya hombre o perro puede permanecer seca de los jugos de una perita como tú, ni por una sola noche.
– ¿Y acaso ves que haya nacido en mi familia una sola cara de mongol, o aunque sea un solo ojo bizco? ¡No! Pues cierra ese agujero inmundo.
– ¡Bueno, tu hermano hay que decir que no es muy espabilado! -Pilo se rió un poco más, soltando gemiditos de reflexión y de disfrute de aquel momento. Luego se metió la mano en el regazo y se sacó por entre la ropa la punta de su pene medio inflado-. Estoy orgulloso de darte por fin la oportunidad de probar a un hombre de verdad, que es lo que se merece una chica tan húmeda. Ven. Ven con el encantador Viktor.
8
Cinco gatos merodeaban por la porquería que se extendía entre las esquinas de Scombarton y Milliner Road. Tres de ellos eran negros. Y a todos les ponía nerviosos el sótano del 16A.
La visita inminente hacía que las energías ansiosas bulleran por el piso. Conejo intentaba no hacer caso de ellas y rondaba como una viuda entre el fregadero y la mesa de la cocina. Llevaba sus tres albornoces de siempre combinados con zapatos y calcetines de vestir y unas gafas de sol Balorama de gran tamaño. Parecía una viuda beduina albina. La luz de la sala era de un color sepia insulso. Su voz tenía un tono plomizo a juego.
– A ver si se me entiende. Lo que va a pasar seguramente es que para mañana a la hora del desayuno estemos de vuelta en Albion House. Así que será mejor que te prepares, chaval. No quiero ni pensar en qué les habrá dicho Nicki. Cuanto más pienso en ello, más seguro estoy de que no nos van a mandar a uno en sábado por la noche solamente para invitarnos a una pinta, seguro que es un evaluador. -Conejo levantó la vista hacia la bombilla que colgaba como una estrella oscura sobre la sala de estar y sonrió para sí mismo con expresión plácida.
– Tú limítate a lavar los putos platos -dijo la voz amortiguada de Blair. Sus piernas sobresalían del armario que había debajo de la mesa de la cocina, con los pantalones del traje negro tensándose sobre sus nalgas.
Conejo retrajo la mirada y se dio media vuelta.
– ¿Te encuentro un pañuelo y unos rulos? Me gustaría tener una puta cámara: ¿te imaginas lo que dirían los colegas de Albion si te vieran limpiar un armario? ¿Te imaginas lo que diría Gladdy?
– Gladstone es ciego y autista -gruñó Blair.
– Pues conmigo charla normalmente. Se va a partir de risa cuando se lo cuente.
Gruñido.
Los hombres pasaron unos momentos más en medio del suave claqueteo y golpeteo que normalmente le infunde calidez a las cocinas en fin de semana. Luego Conejo hizo una pausa y dejó su trapo. Se mordió el labio.
– Creo que veo acercarse una ginebra. -El silencio fue puntuando sus palabras-. ¿No notas que acecha un líquido reconstituyente con toques de enebro?
La cara de Blair se elevó desde el armario.
– ¿Quieres vestirte de una puta vez? El tipo va a llegar en cualquier momento.
– No seas memo, no voy a limpiar trajeado.
– Bueno, mirar las tazas del té no es limpiar.
– A ver si se me entiende, coño, espero con ansia el día en que pueda entenderte. Por un lado dices que no va a ser ningún evaluador, que solamente viene a sacarnos por ahí con la correa, y por el otro lado te pones a fregotear como una puñetera asistenta. -Conejo pescó otra taza de té del fregadero-. O sea, creo que cualquier evaluación que hagan se basará en criterios un poco más clínicos que el estado de los armarios. ¿De verdad crees que van a mandar a alguien para revisar los armarios? ¿Que tienen una especie de escuadrón de la limpieza?
– Mira, Conejo, no me hables. No pienso hacer nada por ti. Tú haz lo que quieras y yo haré lo mismo. Cuando venga ese tipo, me voy a limitar a fingir que somos expedientes distintos.
– ¿No somos expedientes distintos?
– Bueno, si haces un balance de la mitad de las cosas que pasan donde estás tú, sabrías que ése es uno de los errores administrativos y humanos cruciales que probablemente hayan causado que nos suelten. O sea, mira lo que ha dicho la oficina del registro sobre los certificados de nacimiento.
– Pero eso no quiere decir que no podamos tener uno, solamente que no han podido encontrar el registro. Es la burocracia, Blair.
– Bueno, pero es sintomático. El expediente sanitario es nuestra vida, Blair. Vivimos y morimos según el expediente. Por el amor de Dios, ¿por qué crees que no te he dicho simplemente que te vayas a tomar el culo por tu cuenta? ¿Te doy la impresión de que quiero vivir contigo? O sea, que no me hables. Ahora eres un expediente aparte.
– Gracias. -Conejo sacó pecho-. Mira, tal vez podamos jugar una especie de bingo con el tipo, a ver quién gana más beneficios. Espera, ya lo sé, cuando venga, ¿por qué no le cuentas lo devastador que es compartir el mismo expediente, y yo le mencionaré lo del bebé de la realeza?
– No me atormentes, Conejo.
Conejo se detuvo, puso los brazos en jarras y se flexionó a un lado y hacia atrás. Levantó y bajó los hombros. Canturreó un momento. Luego cogió la ginebra.
– Vas de sobrado a más no poder, ¿sabes? Ojalá tuviera dinero para apostar a que este tipo es un evaluador.
La cabeza de Blair salió del armario.
– Bueno, si estás tan seguro como para hacerte el gallito, ¿por qué no nos apostamos el resto del mes? Si el tipo ese se nos lleva, tú harás el programa de actividades de las próximas tres semanas en Albion House. Pero Conejo, si su visita nos proporciona algún beneficio, si lo único que hace es llevarnos a la fiesta de Vitaxis, soy yo quien hará los planes aquí.
– Estás de broma. ¿Eres capaz de mantener eso?
– Bueno, te lo acabo de decir, joder.
– ¿Al pie de la letra?
– Al pie de la letra.
Conejo soltó una risita sombría.
– Aceptado. ¿Es demasiado temprano para que sirvas una ginebra?
– ¿Y es demasiado temprano para que te calles de una vez? -Blair desapareció en el siguiente armario.
Conejo se deslizó por la cocina durante unos momentos más, antes de volver al banco con cara pensativa. Apoyó un codo en el mismo y echó un vistazo a la sala de estar.
– ¿Y dónde diablos está el dinero que teníamos en el banco? Ahora siempre que llamo sale un contestador automático, a ver si se me entiende.