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Lamb se incorporó.

– No arméis jaleo, anda.

– ¡Bueno, o sea, mírelo, es intolerable!

La chica frunció el ceño y se apartó del barullo, recolocándose el tanga a la altura de las caderas.

Lamb se levantó de la mesa y llevó a Blair cogido del brazo a un lugar vacío y a oscuras que había cerca.

– Oye, tranquilo, no es más que una coña. He calculado mal la situación y me disculpo. Ahora vamos abajo y nos juntamos con la gente de Vitaxis.

– Bueno, lo siento, pero no es una simple coña. Estoy consiguiendo algo aquí y ese hijo de puta…

– Por el amor de Dios, intenta acordarte de dónde estás. Le he pagado cien libras a la señorita para que charle contigo, no te me sulfures, demonios.

– Pero ella… ella es…

– Es una bailarina de strip-tease, Blair. Hace diez minutos que la conoces. -Lamb agarró el brazo de Blair con más fuerza y le miró fijamente a los ojos. Y lo que vio fueron los ojos de un niñito pequeño abandonado en el infierno. Estaba claro que Donald Lamb había calculado mal la situación.

La chica se despegó del banco. La mirada de Blair se deslizó hasta su delta púbico, luego por encima de sus caderas, de su vientre y por fin pasó por dos puñados de pechos que parecían de crema. Pero nunca más volvió a verle la cara. Ella se dio la vuelta y se alejó con la indiferencia de un gato.

– ¡Natasha! -la llamó él.

– Déjalo -dijo Lamb.

– ¡Natasha!

La chica desapareció por una puerta que había junto a la barra. La cara de Blair se desmoronó. Echó un vistazo a su alrededor, perplejo. Luego se le llenaron los ojos de lágrimas. El pum-pum de la música ya no repicaba al ritmo de una vida joven en pleno ascenso. Ahora lo que hacía era clavar tablones sobre la ventana del futuro.

Lamb rodeó con un brazo a Blair, lo llevó hasta el banco de Conejo y dio un paso atrás para contemplarlos a los dos con los ojos entrecerrados. Los Heath habían quedado sentados y unidos, una cara riendo y la otra llorando: una comedia y una tragedia. Poco a poco se sincronizaron temblorosamente. Conejo trazó un círculo en la espalda de su hermano. Su sonrisa empezó a resquebrajarse. Con el quinto círculo se recompuso en forma de grito silencioso, y con el séptimo se desplomó en forma de tristeza. Luego empezó a susurrar y farfullar.

La mirada de Lamb cayó al suelo.

La colisión de los Heath con el nuevo mundo era un espectáculo tan espeluznante como un camión chocando con un cochecito de bebé.

13

– Tienes pinta de que alguien se haya cagado en tu tumba -dijo Oksana.

– ¿Y tú qué sabes? -Ludmila echó la cabeza hacia atrás-. Lo que estoy viviendo es amor, no esas gansadas tuyas. Amor de verdad, con toda una vida esperándonos en el Oeste.

– Oh cielos. Pero él no va a venir ahora, ¿verdad? Además, de nada te sirve pasarte la noche entera vigilando el Kaustik por la ventana, está cerrado. ¿No quieres tomar otra copa? Estoy segura de que el bar te invitará a una.

– Ja, bueno. ¿Cuál es ésa, la que brilla? -Ludmila señaló una copa que brillaba como una boya ártica desde el bar.

– Ginebra -dijo Oksana-. La luz violeta la hace brillar. Es cara. La tienen que traer de Ucrania.

– Ja, parece agua del grifo de Chernobil. Además, no me hace falta beber nada de Ucrania. -Ludmila escrutó la cueva alargada de terciopelo de una punta a otra-. Ni de Moscú, realmente, ahora que he probado el vodka que tenéis por aquí. No reconoceríais un buen vodka ni aunque viniera con un queso.

– No empieces a quejarte otra vez -dijo Oksana-. Mira, ahí lo tienes…

Ludmila se apoyó en la barra y siguió el dedo de Oksana con el ceño fruncido.

– ¿A quién?

– A mi primo, el dueño del Leprikonsi, y tiene también el otro negocio del que te hablé.

– ¿Leprikonsi?

– Es como se llama este bar. ¿Es que tienes pelo en las orejas?

– ¿Necesita a una administradora?

– ¡Oh cielos! ¿No te acuerdas de lo que te dije sobre este sitio?

– ¿Es un extranjero rico? -Ludmila espió a un hombre sin forma que parecía un pulgar con unos rasgos pintados en miniatura. Estaba charlando al final de la barra con dos mujeres demasiado maquilladas, acariciándose el pelo engominado con la palma de la mano y luego secándose la mano en la pernera reluciente de su pantalón negro.

– ¡No, tonta! Trabaja de tecnólogo para asociaciones internacionales: tiene cientos de socios ricos y serios de América y Suecia.

– Ja. Y eso explica por qué veo vuestras calles abarrotadas de socios ricos extranjeros. Escúchame, para hablar de cuestiones prácticas: ¿no podemos tomarnos esta copa ya y marcharnos? Mi hombre es soldado y puede llegar en cualquier momento del día o de la noche.

– Sí, podemos beber. -Oksana le hizo un gesto al barman. Éste se deslizó hacia ellas y les llenó dos vasos de vodka. Nadie dio dinero a nadie-. Mira -dijo Oksana-. En esos países ya no quedan chicas virtuosas, el tráfico de dinero es tan fácil que las mujeres se han vuelto perezosas y vulgares. Estos hombres son ricos, y están desesperados por un romance sensible. Tienen casas, y mandan regalos y dinero. Cuando Ivan te cuente los detalles, lo cubrirás de besos para agradecérselo, por muy gordo que esté. Sé que lo harás. -Le dio un apretón a la mano de Ludmila y se desprendió el taburete del trasero para ir a buscar al pulgar engominado.

– Pero, escúchame -gritó Ludmila-, ¿qué he estado diciéndote las últimas doce horas? ¡Que ya tengo un hombre!

Oksana se alejó. Revoloteó por la barra y llamó la atención del engominado con una sacudida nacida de la mano y una risita. Él bajó una oreja en dirección a ella, echó una mirada de ojos negros al dedo con que ella estaba señalando, después miró a Ludmila y por fin se volvió para dedicarle una sonrisa lasciva al barman mientras señalaba los vasos vacíos de las chicas con las que estaba. El hombre se despidió de ellas con una palabra ahogada entre risas y siguió a Oksana hasta su taburete, parándose junto a cada cliente para darle un codazo y dedicarle una risa. A través del reflejo del vodka, a Ludmila el tipo le pareció una masa de tela negra que se acercaba giroscópicamente hacia ella, como la versión ejecutiva de una planta venenosa.

– Vaya, que me salven del infierno. -Su mano rosada y gordezuela se desplegó-. Otra que viene de Osetia.

– De Ublilsk -murmuró Ludmila con el vaso en los labios.

El aliento del hombre le palpó la cara y ella notó que sus ojos le correteaban por todo el cuerpo como ratones. Él hizo una señal al barman y luego le cogió la mano y le toqueteó las yemas de los dedos.

– Soy Ivan -dijo.

– Un nombre dejado de los santos como no he oído otro.

– ¿Cómo? -vociferó él-. ¡Querrás decir perdonado por los santos!

– ¿Ves lo que te he dicho de ella? -Oksana soltó una risita.

– Una verdadera cabra de las montañas, pero tiene morbo.

– Escúchame -Ludmila le dedicó al hombre su mirada más torva-. No voy a ir nunca a ver tu casa ni la de tus amigos suizos. Mi hombre es un soldado más grande que tres de vosotros atados juntos, así que ¿por qué no vuelves con los bollos de mermelada con los que estabas hablando?

– ¡Juaaa! -rugió Ivan-. ¡Qué joya! Bueno, como veo que te gusta hablar con rudeza, déjame que te explique algo. Empezaré adivinando una cosa, que es algo que se me da muy bien. Oksana, creo que tienes que ir al baño. -Hizo una pausa mientras Oksana cogía la idea, se ponía de pie y se alejaba meciéndose junto a la barra. Luego dijo con voz ronca y tono jovial al oído de Ludmila-. Empecemos siendo amigos con la verdad por delante. Mira, adivino, adivino que, mientras tú estás ahí sentada echándote un vaso de vodka por la garganta, y mirando a todas partes en busca de provecho fácil, tu madre, y probablemente tus abuelos, están en una chabola hecha de hojalata y carbón preguntándose qué salsa ponerles a los gusanos. Se acerca una guerra que los va a matar, a ellos y al resto de las familias, y por lo que yo sé probablemente también a tus hijos, a menos que les envíes el suficiente dinero como para comprar su fuga. Tu amigo el soldado no te va a ayudar en nada, de hecho probablemente te resulte más fácil encontrar un pedazo de oro en la sopa que volver a verle la cara. Solamente has probado un plátano dos veces en la vida, te crecen pelos por todas las piernas como a un mono porque no hay ningún salón de belleza en un radio de mil kilómetros a la redonda de tu chabola, y robas bolsitas de té usadas del almacén más cercano y las usas para tu higiene íntima, algo que los miembros de tu familia se han planteado más de una vez hervir después para bebérselo.

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