La anciana inclinó la cabeza en señal de aprobación. En una ocasión Kay se había olvidado de no tomar alimentos antes de recibir la comunión. De eso hacía mucho tiempo, pero Mamá Corleone nunca lo había olvidado; por eso no se fiaba, siempre interrogaba a su nuera.
– ¿Te sientes bien? -quiso saber.
– Sí -repuso Kay.
Aquella mañana soleada la pequeña iglesia estaba prácticamente vacía. Las policromadas vidrieras evitaban que el calor entrara en el templo, donde la temperatura debía ser agradable, como correspondía a un lugar de descanso y recogimiento. Kay ayudó a su suegra a subir las escaleras, y al entrar le cedió el paso. La anciana siempre se sentaba en uno de los bancos delanteros, cerca del altar. Kay dudó antes de entrar. Siempre le ocurría lo mismo, tenía que vencer una leve timidez. Finalmente, se decidió. Mojó la punta de sus dedos en la pila del agua bendita e hizo la señal de la cruz. Alrededor de las imágenes de los santos y del Cristo en la cruz brillaba, temblorosa, la luz de las velas. Antes de sentarse, Kay se arrodilló, y lo mismo hizo antes de tomar la comunión. Después, inclinó la cabeza como si estuviera orando. Pero su estado de ánimo no era el más apropiado para hacerlo.
Era únicamente en la oscura y abovedada iglesia donde Kay se permitía pensar en la otra vida de su marido, en la terrible noche de un año atrás, cuando Michael empleó todos sus recursos para hacerle creer que no había matado al marido de su hermana, lo que era mentira.
Y era precisamente por haberle mentido por lo que Kay lo había abandonado. En efecto, el día siguiente a aquella horrible noche, Kay, acompañada de sus hijos, se había ido a New Hampshire, a casa de sus padres. Sin decir una palabra a nadie, sin darse del todo cuenta de lo que hacía. Michael lo había comprendido de inmediato, y la llamó por teléfono. Pero luego ya no intentó ponerse en contacto con ella. Finalmente, al cabo de una semana, un automóvil procedente de Nueva York se detuvo frente a la casa de los padres de Kay. En el coche iba Tom Hagen.
La tarde que pasó con Tom fue para ella la más espantosa de su vida. El la había llevado a pasear por el bosque, y no se había mostrado precisamente gentil.
Kay cometió el error de mostrarse indiferente, algo para lo que no estaba preparada.
– ¿Mike te ha enviado para que me amenaces? -preguntó cuando lo tuvo delante-. Ya sólo faltaba que te hubieras hecho acompañar por algunos matones y me hubieses obligado a regresar a punta de metralleta. Por vez primera desde que lo conocía, vio a un Hagen irritado.
– Ésa es la tontería más grande que he oído jamás -replicó secamente-. Nunca lo hubiera esperado de una mujer como tú, Kay. Ven conmigo.
– Muy bien, Tom.
Mientras paseaban por el bosque, él le preguntó:
– ¿Por qué te marchaste?
– Porque Michael me mintió. Porque me puso en ridículo al aceptar ser padrino del hijo de Connie. Porque me traicionó. No puedo amar a un hombre así. No puedo vivir con él. No puedo permitirle ser el padre de mis hijos.
– No sé de qué estás hablando -se limitó a decir Hagen.
Con el rostro encendido por la rabia, una rabia completamente justificada por lo demás, Kay repuso:
– Hablo de que asesinó al marido de su hermana. ¿Lo comprendes? -Después de una breve pausa, añadió-: Y además, me mintió.
Siguieron andando, pero ahora en silencio. Fue Hagen quien rompió aquel embarazoso silencio.
– No tienes pruebas de que lo que aseguras sea verdad -dijo Hagen al fin-. Pero, y sólo para evitar discusiones, supongamos que sí, que es cierto. No digo que lo sea ¿eh?; recuérdalo. ¿Y si te explico algo que justificaría su modo de actuar?
Kay le dirigió una mirada de desdén y dijo:
– Es la primera vez que veo al abogado que hay en ti, Tom. Y no me convences. Hagen sonrió.
– De acuerdo. De todos modos, te ruego que me escuches. ¿Qué dirías si supieras que Carlo fue el cebo en el que picó Sonny? ¿Qué dirías si supieras que la paliza que Carlo le propinó a Connie fue una comedia ideada para hacer salir a Sonny de su casa? Y ¿qué dirías si supieras que Carlo recibió dinero por colaborar en el asesinato de Sonny?
Kay no respondió. Hagen prosiguió:
– ¿Qué dirías si supieras que el Don, un gran hombre, no tuvo el valor suficiente para vengar la muerte de su hijo, matando al marido de su hija? En fin ¿qué dirías si supieras que el viejo Don prefirió que fuera Michael quien cargara con la culpa de la muerte de Carlo?
Con lágrimas en los ojos, Kay musitó:
– Todo había quedado atrás. Todos éramos felices. ¿Por qué no perdonar a Carlo? ¿Es tan difícil olvidar?
Habían llegado a un frondoso árbol. Hagen se sentó a la sombra, sobre la hierba. Miró alrededor, suspiró y dijo:
– En nuestro mundo no hay lugar para el perdón.
– Si lo fuera, estaría muerto -repuso Hagen entre risas-. En este momento serías viuda. No tendrías estos problemas que tienes ahora.
– ¿Qué diablos significa eso? -inquirió Kay, furiosa-. Vamos, Tom, habla claro una vez en tu vida. Sé que Michael no puede hacerlo, pero tú no eres siciliano, tú puedes decirme la verdad, puedes tratar a una mujer de igual a igual, como a un ser humano.
Tras otro largo silencio, Hagen sacudió la cabeza y dijo:
– No conoces a Mike. Estás enojada porque te mintió. Bien, recuerda que te dijo que no le preguntases nada relacionado con sus negocios. Te indigna que aceptara ser padrino del hijo de Carlo. Pero tú lo obligaste a ello. Sin embargo, fue lo mejor que podía hacer, si pensaba actuar después contra Carlo: el clásico truco de ganarse la confianza de la víctima. ¿Te basta con lo que te he dicho?
Kay negó con la cabeza.
– Te diré algo más -prosiguió Hagen-. Después de la muerte del Don, alguien planeó asesinar a Michael. ¿Sabes quién fue? Tessio. En consecuencia, Tessio tuvo que ser eliminado. Carlo tuvo que ser eliminado también. Y es que no debe haber clemencia para los traidores. Michael pudo haberlos perdonado, pero ellos nunca se habrían perdonado a sí mismos, por lo que siempre hubieran constituido un peligro. Michael apreciaba mucho a Tessio. Y quiere a su hermana. Pero, si hubiese dejado que Tessio y Carlo viviesen habría faltado a sus deberes para contigo y tus hijos, a sus deberes para con su familia, a sus deberes para conmigo y los míos. Habría sido un peligro permanente para la vida de todos nosotros.
– ¿Es para decirme eso que Michael te ha enviado a verme? -preguntó Kay con lágrimas en los ojos.
Hagen la miró, con expresión de sorpresa, y respondió:
– No. Él me dijo que te explicara que podías hacer lo que quisieras y que nada te faltaría, siempre que te ocuparas debidamente de los niños. Me pidió que te dijera que tú eres su Don. Bueno, eso es una broma.