– Y yo quiero complacerle, señor, pero…
– Ha recibido usted órdenes directas de la Sección Táctica…
– Se me ordena que siga sus instrucciones, repito, pero soy yo quien decide cómo y cuándo arriesgar la vida de mis hombres. Esto es una empresa, no un ejército.
– Sus hombres me obedecerán, teniente. También han recibido órdenes directas.
– Mientras yo esté aquí, mis hombres, señor, me obedecerán a mí.
Harrison desvió la vista, como si hubiese perdido todo interés por la conversación. Se dedicó a mirar el suave mediodía amarillo y azul sobre el mar, más allá de la ventana hermética del despacho. Casi lloró al pensar que antes, mucho antes de ocuparse del Proyecto Zigzag, antes de que sus ojos y su mente entraran en contacto con el horror, paisajes como aquél lograban conmoverlo.
– Teniente -dijo tras larga pausa, mirando aún hacia la ventana-. ¿Conoce las jerarquías de los ángeles? -Y enumeró, sin esperar respuesta-: «Serafines, Querubines, Tronos, Potestades…» Yo tomaré el mando. Soy una jerarquía superior, infinitamente superior a la suya. He visto más horror que usted, y merezco respeto.
– ¿A qué se refiere con «tomaré el mando»? -Borsello frunció el ceño.
Harrison dejó de contemplar el paisaje y miró a Jurgens. Borsello, entonces, hizo algo sorprendente: se irguió en el asiento y quedó rígido, como si hubiese entrado un militar de alta graduación. El orificio entre sus cejas dejó escapar una gota rojo oscura que descendió sin obstáculos por el puente de la nariz. La pistola con silenciador desapareció en la chaqueta de Jurgens con la misma centelleante rapidez con que había aparecido.
– Me refiero a esto, teniente -dijo Harrison.
30
Se habían trasladado al comedor. La luz grisácea de la mañana subrayaba los contornos de objetos y cuerpos, mezclándolos. Carter bebió un sorbo de café.
– ¿No podría haber una explicación más fácil? -dijo-. Un loco, un sádico, un asesino profesional, una organización terrorista… Una explicación algo más… no sé, más real, joder… -Debió de notar la mirada que le dirigieron los otros, porque alzó la mano-. Es solo una pregunta.
– Ésta es la explicación más real, Carter -repuso Blanes-. La realidad es física. Y usted sabe tan bien como yo que no hay otra explicación. -Fue levantando los dedos de una mano conforme hablaba-. En primer lugar, la rapidez y el silencio: matar a Ross le ocupó menos de dos horas, a Nadja la destrozó en cuestión de minutos y con Reinhard le bastaron unos segundos. Luego está la increíble variedad de lugares: el interior de una despensa, una barcaza, un apartamento, un avión en pleno vuelo… Es evidente que no le importa cambiar de espacio, porque no se mueve a través del espacio. En tercer lugar, el estado de momificación de los restos, que indica que el tiempo transcurrido fue distinto para las víctimas que para el resto de cosas que las rodeaban. Y en cuarto lugar, el shock que se produce al contemplar el escenario del crimen, y que sufre hasta la gente acostumbrada a ver cadáveres. ¿Sabe por qué? Se debe al Impacto. En los crímenes de Zigzag hay Impacto, igual que en las imágenes del pasado… Marini y Ric lo sufrían cuando veían desdoblamientos. -Blanes le mostró aquellos cuatro dedos como si tratara de señalar una puja en una subasta-. Para usted está tan claro como para todos: el asesino es un desdoblamiento. Y todo indica que procede de uno de nosotros. Ésa fue la conclusión a la que llegó el pobre Reinhard.
– Es decir, que uno de los que estamos aquí puede ser eso. Y ni siquiera lo sabe.
– Elisa, Jacqueline, usted o yo -afirmó Blanes-, o bien Ric. Uno de los que estábamos en la isla hace diez años. Uno de los que hemos sobrevivido. A menos que fuera Reinhard, en cuyo caso ya habrá muerto. Pero lo dudo.
Jacqueline permanecía inclinada hacia delante en el asiento con los codos en los muslos y la mirada perdida, como si no estuviera escuchando nada, pero de pronto parpadeó e intervino.
– El desdoblamiento de Ric no era tan violento, ¿no es cierto? ¿Por qué Zigzag es… así?
Blanes la miraba gravemente.
– Es la pregunta clave. La única respuesta que se me ocurre es la que Reinhard le dio: uno de nosotros no es lo que aparenta ser.
– ¿Qué?
– Todos esos sueños que tenemos… -Blanes enfatizaba las palabras con gestos-. Estos deseos ajenos a nosotros, los impulsos que nos dominan… Zigzag nos influye a lo largo del tiempo, aunque no lo veamos… Penetra en nuestro subconsciente, nos obliga a pensar, soñar o hacer cosas. Eso no había ocurrido con ningún desdoblamiento anterior. Reinhard opinaba (y le parecía espantoso) que debía de proceder de una mente enferma, anormal. Al desdoblarse estando dormida, ha… ha adquirido una fuerza enorme. Tú empleaste una palabra, Jacqueline: «contaminación», ¿recuerdas? Es apropiada. Estamos contaminados por el inconsciente de ese sujeto.
– ¿Quieres decir -preguntó Jacqueline en tono de incredulidad- que uno de nosotros está engañando a los demás?
– Quiero decir que se trata, probablemente, de un perturbado.
Hondo silencio. Las miradas giraron hacia Carter, aunque Elisa no comprendió muy bien por qué.
– Si se trata de un perturbado, seguro que es profesor de física -dijo Carter.
– O bien un ex soldado -replicó Blanes mirándolo-. Un tipo con bastantes traumas como para que su inconsciente viva en una perenne pesadilla…
Carter hizo un gesto con los hombros, como si se riera, pero sus labios no se movieron. Dio media vuelta, entró en la cocina y se sirvió algo más de café recalentado.
– ¿Y a qué se debe que deje de dar señales de vida durante años y vuelva después? -inquirió Jacqueline.
– Esa expresión, «durante años», no tiene sentido desde el punto de vista de Zigzag -precisó Blanes-. Para Zigzag todo está transcurriendo en un abrir y cerrar de ojos, y esos períodos equivalen a los intervalos que emplea en moverse a través del tiempo, como cualquier otro desdoblamiento. Para él, nosotros todavía nos hallamos en la estación esa noche, acudiendo a la sala de control mientras suena la alarma. En su cuerda temporal, en su mundo, seguimos en ese preciso instante. Por eso sufrimos su influencia aunque no lo veamos. De hecho, estoy seguro de que nos escoge según un determinado orden… ¿Recordáis quién llegó primero a la sala de control, sin contar a Ric…? Rosalyn. Fue la primera que murió. ¿Y después? ¿Quién llegó después?
– Cheryl Ross -murmuró Elisa-. Ella misma me lo dijo.
– Fue la segunda víctima.
– Méndez fue el primero de mis hombres en llegar -dijo Carter-: estaba de guardia y… Esperen… Él fue la tercera víctima… ¡Por todos los…!
Se miraron entre sí. Jacqueline parecía muy nerviosa.
– Yo llegué después que Reinhard… -gimió. Se volvió hacia Elisa-. ¿Y tú?
– Hay un error -dijo Elisa-: yo llegué junto con Nadja, pero Reinhard ya estaba allí, y Nadja murió antes de… -De repente se detuvo. No: Nadja me dijo que se había levantado antes. Incluso descubrió que Ric no estaba en la cama. Se corrigió-: No, es verdad… Nos está matando según el orden en que nos despertamos y salimos al pasillo…
Por un instante nadie miró a nadie y cada uno pareció sumido en sus propios pensamientos. A Elisa le resultó espantoso sentir cierto alivio al recordar que Jacqueline y Blanes ya estaban levantados cuando ella llegó.
– Escuchen todos. -Carter alzó una de sus pesadas manos. Su cara había perdido color, pero en su voz había un nuevo matiz de autoridad-. Si esta teoría suya es correcta, profesor, ¿qué ocurrirá cuando esa… eso se elimine a sí mismo?
– Cuando asesine a su alter ego, ambos morirán -respondió Blanes.
– Y si su alter ego muriese por cualquier causa…
– Zigzag también morirá.
Carter hizo un gesto con la cabeza, como si ya poseyera todas las claves.