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VII LA HUIDA

A veces para huir se necesita mucho valor.

MARY EDGEWORTH

25

Madrid,

12 de marzo de 2015,

1.30 h

– Eso fue todo -dijo Elisa-. La reunión finalizó, y decidimos que cuando sucediera algo, David o Reinhard llamarían a los demás y dirían una clave que nos confirmara sin lugar a dudas que debíamos reunirnos de nuevo aquí y que el lugar sería seguro. Elegimos la palabra «Zigzag», como el nombre del proyecto. La reunión sería a las doce y media la misma noche de la llamada. Mientras tanto, David y Reinhard intentarían averiguar más cosas y Jacqueline y yo esperaríamos. Eso fue lo que hicimos, o al menos lo que hice yo: esperar.

Se pasó una mano por el ondulado pelo negro y respiró hondo. Ya había contado lo peor y se sentía más tranquila.

– Por supuesto, no fue una vida fácil. Sabíamos que no podíamos confiar en las entrevistas médicas de Eagle, pero por suerte empezaron a hacerse cada vez más esporádicas. Nos dejaban en paz, como si no les importáramos. De vez en cuando yo recibía mensajes de David en forma de libros de texto con notas ocultas en la encuadernación. Él las llamaba «conclusiones». Eran noticias escuetas sobre si la investigación avanzaba o no… Pero nunca supe qué clase de investigación llevaba a cabo. Supongo que nos lo explicará ahora… -Miró a Blanes, que asintió-. Pasó el tiempo, procuré seguir viviendo. Los sueños, las pesadillas, estaban ahí, pero David insistía en que debíamos comportarnos como si no supiéramos nada… Creo que he soportado estos últimos años porque a veces tenía la esperanza de que todo acabara pronto… Compré un cuchillo, no para atacar ni defenderme, ahora lo sé, sino para evitar sufrir cuando me llegara el turno… Pero al cabo de los años terminé creyendo que estaba a salvo, que lo peor había pasado… -Ahogó un sollozo-. Y hoy por la mañana, mientras daba clase, leí lo de Marini en el periódico. Estuve esperando la llamada todo el día. Al fin sonó el teléfono y escuché a David decir: «Zigzag». Supe entonces que todo había empezado otra vez. Eso es todo, Víctor. Al menos todo lo que yo sé.

Hizo una pausa, pero fue como si continuara hablando. Nadie se movió ni intervino. Los cuatro seguían sentados a la mesa, alrededor de la luz del flexo. Elisa volvió la cabeza hacia Blanes, luego hacia Jacqueline Clissot.

– Ahora me gustaría saber quién de vosotros nos ha traicionado -dijo en otro tono.

Blanes y Jacqueline intercambiaron una mirada.

– Nadie traicionó a nadie, Elisa -dijo Blanes-. Eagle se enteró de la reunión, y punto.

– No es eso lo que dice Harrison.

– Miente.

¿O mientes tú? Sin dejar de mirar a su antiguo profesor, Elisa se despejó el cabello de la cara y se secó las lágrimas que habían fluido mientras revivía aquellos recuerdos. Confiaba en que Blanes no hubiese sido tan estúpido. De cualquier forma, ya no tiene remedio.

Blanes tomó la palabra con cierto apresuramiento.

– Lo más importante ahora es poneros al corriente de lo que sabemos. Reinhard y yo nos hemos enterado de varias cosas: proceden de informes confidenciales que han sido filtrados, datos secretos pero verificables…

– Nos están escuchando, David -advirtió Elisa.

– Ya lo sé, y no importa: no son ellos quienes más me preocupan. Voy a contaros lo que ignoráis. No quisimos deciros nada hasta no tener pruebas, y ni siquiera tenemos muchas aún, pero la muerte de Sergio lo ha precipitado todo. Sobre esa muerte solo poseemos noticias dispersas, aunque creo que no difiere del resto. Empecemos por ti, Jacqueline. -Hizo un gesto hacia la paleontóloga-. A Jacqueline le lavaron el cerebro por primera vez al salir de Nueva Nelson. Estuvo un mes en la base de Eagle en el Egeo, donde se dedicaron a despojarla de los recuerdos mediante drogas e hipnosis. Pero tras su segunda… ¿Cómo las llaman…? «Reintegración»… Tras su segunda reintegración, en 2012, empezó a recordar.

– Para mi desgracia -repuso Clissot.

– No, no para tu desgracia -corrigió Blanes-. La mentira te hubiera hecho más daño. -Se volvió hacia los demás-. Al principio Jacqueline veía imágenes dispersas, fragmentadas… Luego, cuando le enviamos los primeros informes de las autopsias, recordó cosas concretas. Por ejemplo, los hallazgos en el cadáver de Rosalyn Reiter. ¿Por qué no nos hablas de eso, Jacqueline?

Clissot apoyaba los codos en la mesa y juntaba las yemas de los dedos contemplándose las manos bajo la luz del flexo como si se tratase de una frágil obra de arte. Entonces hizo algo que a Elisa, de alguna manera, le provocó escalofríos: sonrió. Estuvo sonriendo todo el tiempo que duró su intervención, con una tensa y desagradable mueca.

– Bien, yo no disponía en la isla de los medios necesarios para realizar una autopsia, pero, en efecto, encontré… cosas. Al principio, lo esperable: eritemas intensos y escaras debido a la ley de Joule, ya sabéis, el intenso calor producido por el paso de una corriente eléctrica… En la mano derecha tenía la marca de los cables, había metalizaciones y precipitados en la piel… Todo eso era lo normal ante una descarga de quinientos voltios. Pero bajo las quemaduras hallé destrozos no achacables a la electricidad: mutilaciones, áreas del cuerpo que habían sido cortadas o arrancadas… Y había detalles aún más raros en el estado de conservación del cadáver… Quise comentárselo a Carter, y entonces vino la explosión. Me sorprendió regresando a los barracones, de modo que no sufrí ningún daño. Incluso colaboré en la evacuación del resto del equipo.

– Sigue -la invitó Blanes.

– Antes de marcharnos, Carter me pidió que le echara un vistazo a… a lo que había en la despensa. Soy antropóloga forense, pero al ver aquello perdí la noción de mí misma. Fue como si un velo me nublara. Así estuve hasta que los informes de David me hicieron recordar. -Jacqueline dibujaba círculos sobre la mesa mientras sonreía. Parecía divertirle la conversación-. Por ejemplo: vi la mitad de una cara en el suelo, creo que era la de Cheryl, y la habían seccionado a trozos, capa a capa, como si… como si fueran las páginas despegadas de un libro. Jamás había visto eso en mi vida, ni sé qué clase de cosa pudo hacerlo. Desde luego, no un cuchillo ni un hacha. ¿Ric Valente? No… No sé quién pudo hacer eso… ni quién arrancó sus vísceras y empapó con sangre las cuatro paredes, el suelo y el techo por completo, como una decoración… No sé quién lo hizo, ni cómo… pero, desde luego, no era alguien cualquiera… -Guardó silencio.

– Entonces te envié los informes de Craig y Nadja -la animó a seguir Blanes.

– Sí, había más cosas. El cerebro de Colin, por ejemplo, fue extirpado y cortado en capas. Las vísceras habían sido arrancadas y sustituidas por partes amputadas de sus extremidades, como si… como si se tratara de un juego, y toda su sangre se hallaba esparcida por el salón de la casa, que además presentaba destrozos considerables. En cuanto a Nadja, su cabeza había sido tallada. Los bordes de su cráneo fueron como limados hasta hacerlos irreconocibles… Ninguna máquina puede lograr eso en tan poco tiempo. Es como el efecto que causa el agua en la roca: requiere años. Cosas así de curiosas…

– También había sorpresas en los análisis, ¿no es cierto? -señaló Blanes cuando el silencio volvió a posarse en los labios de Jacqueline. La paleontóloga asintió.

– La total ausencia de glucógeno en las muestras de hígado, el hallazgo de un páncreas sin autolisis y la ausencia de lipoides en las cápsulas suprarrenales indicaban una agonía muy lenta. El nivel de catecolaminas en las muestras de sangre también apuntaba a lo mismo. No sé si esto es muy técnico para ti, Víctor… Cuando un individuo es sometido a tortura se produce un violento estrés en el organismo, y unas glándulas que tenemos sobre los riñones, las cápsulas suprarrenales, segregan sustancias llamadas catecolaminas, que provocan taquicardia, aumento de la tensión arterial y otros cambios físicos destinados a protegernos. La cuantía de estas hormonas en sangre puede revelar, en cierta medida, el grado de sufrimiento soportado y su duración. Pero los análisis practicados a los restos de Colin y Nadja arrojaban resultados inconcebibles: tan solo ciertos prisioneros de guerra sometidos a torturas muy prolongadas podían compararse… El tejido glandular suprarrenal se hallaba hipertrófico y parecía haber estado trabajando al límite de manera crónica, lo que indica un sufrimiento de… quizá semanas, quizá meses.

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