– Sí -musitó Víctor.
Carter se quedó mirándolo.
– Pero no se preocupe: esto no va con usted. Va con nosotros. Si sus colegas no encuentran pronto una solución, nos matará a todos, pero no a usted… Usted solo se volverá loco. -Hablaba con repentino desprecio-. De modo que no se preocupe más por las jodidas cucarachas y siga abriendo cajas. Dio media vuelta y salió de la despensa.
Despertó con un sobresalto. Se encontraba en su casa. Ric Valente y él estaban haciendo pedazos los pantalones de las chicas. Todo lo demás (la isla, los horrendos asesinatos) había sido un mal sueño, por suerte. Los caminos del inconsciente son inescrutables, pensó.
– Mira esto -le decía Ric, que había inventado un aparato ultrarrápido para destrozar los pantalones.
Pero no era así. En realidad se hallaba en el suelo, con la espalda desnuda apoyada en una fría pared de metal. Reconoció la angosta cocina de la estación científica. Por la ventana penetraba la luz del amanecer, pero no era la luz lo que le había despertado.
– ¿Víctor…? -murmuraba la radio en la repisa-. ¿Víctor, estás ahí? ¿Puedes avisar a Carter y venir ambos a la sala de proyección?
– ¿Tenéis algo? -preguntó incorporándose con dificultad.
– Venid cuanto antes -dijo Blanes a modo de respuesta. A juzgar por su tono de voz, Víctor pensó que parecía aterrorizado.
29
– La imagen de la izquierda procede de una grabación de vídeo; la de la derecha, de una cuerda temporal del pasado reciente, unos veinte minutos antes… Se abrió usando esa grabación. Observad la sombra que rodea el lomo…
Blanes se acercó a la pantalla y deslizó el dedo índice por la silueta de la imagen derecha. Las fotos eran muy similares: mostraban a una rata de laboratorio con su pelaje castaño, las finas púas del hocico, las patitas rosáceas. Pero la que ocupaba el margen derecho de la pantalla tenía un color ligeramente sepia y estaba bordeada de un halo oscuro, como si la figura hubiese sido sobreimpresa varias veces.
Y había otras diferencias.
– Los ojos de la segunda… -murmuró Elisa.
– Luego comentaremos eso -cortó Blanes-. Ahora, fijaos. -Volvió a cruzar la sala y proyectó otra imagen-. Ésta es una copia del Vaso Intacto. ¿Notáis algo?
Los cuellos se inclinaron hacia delante. Hasta Carter, de pie en la puerta, se acercó.
– ¿Una… sombra rodeando el vaso, como en la rata? -apuntó Jacqueline.
– En efecto. Lo achacábamos a la falta de nitidez, pero es el desdoblamiento.
– ¿Qué es el desdoblamiento? -preguntó Elisa.
– Sergio Marini lo cuenta todo en sus archivos… Lo descubrió él, yo jamás lo supe… -Blanes se hallaba nervioso, casi angustiado: Elisa nunca lo había visto así. Mientras hablaba hacía desfilar las imágenes en la pantalla con rápidos tecleos en la consola del ordenador-. Al parecer, cuando obtuvimos el Vaso Intacto le sucedió algo extraño. Vio el mismo vaso a los veinte minutos, tres y diecinueve horas después de realizar el experimento. Aparecía en cualquier sitio frente a él: un autobús, su cama, la calle… Solo él lo veía. Cuando intentaba cogerlo, desaparecía. Creyó que era una alucinación, por eso no me dijo nada. Pero empezó a experimentar por su cuenta y pronto comprobó que las imágenes de cuerdas temporales recientes producían ese efecto en los objetos. Probó entonces con seres vivos; ratas, al principio. Las filmaba y abría cuerdas del pasado reciente. A partir de ese momento, la misma rata se le aparecía cada cierto período de tiempo, igual que el vaso: en su casa, en el coche, no importaba el sitio donde estuviera… Siempre a él. No hacían nada especial: solo dejarse ver. Pero las luces en un área de unos cuarenta centímetros de diámetro alrededor de la aparición se apagaban. A Marini le resultó evidente que utilizaban esa energía para aparecer. Las llamó «desdoblamientos». Supuso que eran la consecuencia directa del entrelazamiento entre el pasado reciente y el presente.
Las ratas en la pantalla se convirtieron en perros y gatos. Blanes prosiguió:
– Ensayó con animales mayores… Observó otras propiedades. Aunque la imagen contuviera varios animales, solo uno se desdoblaba, y no siempre el mismo. Lo atribuyó al azar. Podía prever cuál se desdoblaría por las sombras que rodean su imagen en la cuerda abierta: es como si el desdoblamiento apareciera en ese instante… Descubrió también que si el animal moría no se producía el desdoblamiento. Es decir, no podían coexistir el animal muerto y el mismo animal vivo, ni siquiera en cuerdas temporales diferentes. Con todos esos datos, reclutó a Craig. Hicieron más pruebas, y concluyeron que los desdoblamientos eran reales, aunque solo aparecían en el espacio-tiempo de quienes realizaban la prueba.
– ¿Cómo es posible? -preguntó Víctor-. Quiero decir, ¿cómo puede un objeto o un ser vivo aparecer a la vez en dos sitios distintos?
– No olvides que cada cuerda temporal es única, Víctor, y todo lo que hay en ella, incluyendo objetos y seres vivos, también. Reinhard lo explica de forma muy curiosa. Dice que cada fracción de segundo somos alguien distinto. Nuestra ilusión de ser los mismos es producida por el cerebro, para impedir que enloquezcamos. Quizá los esquizofrénicos capten las diferencias entre los múltiples seres que conforman nuestro yo a lo largo de la dimensión tiempo… Pero al aislar una cuerda temporal del pasado reciente, los objetos y criaturas únicos que hay en ella también quedan aislados de la corriente del tiempo y… viven por su cuenta durante períodos proporcionales.
Carter resopló sonoramente y cambió de postura, apoyando una mano en el marco de la puerta.
– Si no entiende algo me lo pregunta, Carter -dijo Blanes.
– Tendría que empezar preguntándole cómo me llamo -rezongó Carter-. Desde que ha empezado a hablar usted me siento como una embarazada de trillizos.
– Espera un momento -interrumpió Elisa. En sus piernas desnudas se reflejaban los colores de las fotos. Las mantenía abiertas, el respaldo de la silla frente a ella-. Pon la imagen anterior… No, ésa no… La anterior, la ampliación de la rata herida… Ésa.
La foto, en color sepia, ocupaba toda la pantalla. Mostraba a una rata con una profunda hendidura en el hocico y una brecha en el lomo. Sin embargo, eran heridas limpias y no sangraban.
– ¿No te recuerdan algo esas mutilaciones, Jacqueline? -Elisa comprendió que la paleontóloga ya se había dado cuenta.
– La Mujer de Jerusalén…
– Y las patas de los dinos. Nadja me lo hizo notar…
– Observad, además, que a varios perros y ratas no se les ven las pupilas -indicó Blanes-. Tú lo ibas a decir antes, Elisa.
Los ojos blancos. Elisa contuvo el aliento.
– ¿Qué significa todo eso? -preguntó Víctor.
– Marini y Craig dieron con la respuesta. En realidad, no solo ocurre con las extremidades y el rostro. Esperad. -Retrocedió hasta la imagen del Vaso Intacto y la amplió-. Fijaos en el costado derecho. Faltan trozos de cristal… Incluso… Mirad esos agujeros en el centro… No son burbujas sino porciones de materia ausentes. Nuestro cerebro solo percibía los defectos, digamos, más antropomórficos: la cara o los dedos… Pero todos los objetos del pasado, incluyendo la tierra y las nubes, todos presentan agujeros, mutilaciones… La explicación es asombrosa… y muy simple.
– El Tiempo de Planck -murmuró Elisa, comprendiendo de repente.
– Exacto. Pensábamos que estas imágenes eran fotografías o películas. Sabíamos que no era así, pero de manera inconsciente lo pensábamos. Sin embargo, se trata de cuerdas temporales abiertas. Cada cuerda es un Tiempo de Planck, el intervalo más breve de la realidad, un lapso tan mínimo que la luz apenas puede recorrer un espacio durante el mismo. La materia está hecha de átomos: núcleos de protones y neutrones con electrones girando alrededor, pero en un intervalo tan breve los electrones no han tenido tiempo de rellenar todo el objeto, por sólido que sea: quedan agujeros, vacíos… Nuestro rostro, nuestro cuerpo, una mesa o una montaña presentarían la apariencia de estar inacabados, mutilados. No nos dimos cuenta hasta ver el rostro de la Mujer de Jerusalén.