– De modo que lo único que necesitamos es conocer la identidad de este sujeto y, sea quien sea, eliminarlo antes de que el cabrón de Zigzag vuelva a triturar a alguien… Es evidente que no se eliminará a sí mismo: si no lo ha hecho ya, es que piensa dejarse para el final, adrede o por azar. Tendremos que hacerlo nosotros. -Hubo una pausa. Carter los miraba como desafiándolos. Repitió-: Sea quien sea. ¿Me equivoco?
¿Podía ser ésa la solución? A Elisa se le antojaba horrible, pero al mismo tiempo simple y apropiada.
Una nueva inquietud parecía haberse apoderado del ambiente. Hasta Víctor, que se había mantenido al margen, se hallaba ahora muy involucrado en la conversación.
– Es un hombre… -La voz de Jacqueline resonó como una piedra arrojada al suelo-. Lo sé: es un hombre. -Alzó los oscuros ojos hacia Carter y Blanes.
– ¿Se refiere a que no existen mujeres pervertidas, profesora? -preguntó Carter.
– ¡Me refiero a que sé que es un hombre! ¡Y Elisa también! -Jacqueline se volvió hacia ella-. ¡Tú sientes lo mismo que yo! ¡Vamos, dilo de una vez!
Antes de que Elisa pudiese contestar, Carter dijo:
– Pongamos que tiene razón: es macho. ¿Qué quiere que hagamos? Aún sigue habiendo dos posibilidades. ¿Nos lo jugamos a los chinos, el profesor y yo? ¿Nos cortamos el cuello mutuamente para que usted pueda vivir en paz?
– Tres -dijo Víctor con voz muy suave, pese a lo cual creó otro silencio-. Tres posibilidades: Ric también cuenta.
Elisa pensó que tenía razón. No podían descartar a Valente hasta que no comprobaran que había muerto. De hecho, a juzgar por la clase de «contaminaciones» que padecían Jacqueline y ella, era el candidato más probable.
– Si pudiéramos averiguar qué imagen usó esa noche… -dijo Blanes.
Por un instante, el recuerdo de Ric Valente arrastró a Elisa fuera de la realidad. Era como si no hubiesen pasado diez años: volvió a ver su rostro, su perenne sonrisa; escuchó sus burlas y humillaciones… ¿Acaso no se estaba burlando de todos ellos ahora? De pronto comprendió lo que había que hacer.
– Hay una forma. Claro. Una única forma…
– ¡No!
El grito le permitió saber que Blanes la había comprendido.
– ¡Es nuestra única posibilidad, David! ¡Carter tiene razón! ¡Tenemos que descubrir quién de nosotros es Zigzag antes de que vuelva a matar!
– Elisa, no me pidas eso…
– ¡No te lo estoy pidiendo! -Fue consciente de que también ella era capaz de gritar como nunca antes-. ¡Es una propuesta! ¡Tú no eres el único que decide, David!
La mirada de Blanes en aquel momento era terrible. En medio de la pausa escucharon la voz gastada y cínica de Carter.
– Si quieres ver violencia de verdad, encierra a dos científicos en la misma jaula… -Dio unos cuantos pasos y se situó entre ambos. Había encendido un cigarrillo (Víctor ignoraba que Carter fumara) y le daba largas caladas, como si su deseo de recibir humo fuera mayor que el de expulsar palabras-. ¿Les importaría mucho a ustedes dos, brillantes cerebros de la física, explicar lo que están discutiendo?
– ¡Riesgos: crear otro Zigzag! -exclamó Blanes en dirección a Elisa, sin hacer caso a Carter-. ¡Beneficios: ninguno!
– ¡Aun si fuera así, no sé qué otra cosa podríamos hacer! -Elisa se volvió hacia Carter y habló con más calma-. Sabemos que Ric utilizó el acelerador y los ordenadores de la sala de control esa noche. Propongo filmar unos cuantos segundos en vídeo de la sala de control y abrir las cuerdas temporales para ver lo que hizo y lo que ocurrió después, incluyendo el asesinato de Rosalyn. Sabemos la hora exacta a la que sucedió todo: fue la del corte de luz. Podemos abrir dos o tres cuerdas temporales previas a ese instante. Eso quizá nos permitiera averiguar qué estaba haciendo Ric, o qué imagen usó para crear a Zigzag…
– Y así sabríamos quién es. -Carter se rascó la barbilla y miró a Blanes-. Está bien pensado.
– ¡Se olvidan de un pequeño detalle! -Blanes se encaró con Carter-. ¡Zigzag apareció porque Ric abrió una cuerda temporal del pasado reciente! ¿Quieren que ocurra lo mismo ahora? ¿Dos Zigzags?
– Tú mismo lo dijiste -objetó Elisa-: se necesita que el sujeto esté inconsciente para que el desdoblamiento sea peligroso. No creo que Ric estuviera dormido mientras manipulaba el acelerador esa noche, ¿verdad? -Clavó los ojos en Blanes y habló con suavidad-. Míralo de esta forma: ¿qué otra opción tenemos? No podemos defendernos. Zigzag seguirá matándonos horriblemente hasta que se mate a sí mismo, si es que lo hace…
– Podemos estudiar la manera de evitar que utilice la energía…
– ¿Por cuánto tiempo, David? Si consiguiéramos detenerlo ahora, ¿cuánto tardaría en regresar? -Se dirigió a los demás-. He estado calculando el intervalo entre cada ataque y la energía utilizada y consumida: el período de ataque se ha reducido por dos. El primero se produjo ciento noventa millones de segundos después de la muerte de Méndez, y el segundo noventa y cuatro millones quinientos mil segundos después de la muerte de Nadja, casi la mitad. A este paso, a Zigzag aún le quedan cuarenta y ocho horas de actividad antes de «hibernar» de nuevo durante, probablemente, menos de un año. Ha matado a cuatro personas en apenas cuarenta y ocho horas. Todavía puede matar a dos o tres más en el mismo tiempo, hoy o mañana, y acabar con el resto en menos de seis meses… -Miró a Blanes-. Estamos condenados, David, da igual lo que hagamos. Yo solo quiero elegir mi propia pena de muerte.
– Estoy de acuerdo con ella -dijo Carter.
Elisa buscó a Jacqueline con la mirada: se hallaba de pie a su lado, pero de alguna forma parecía remota; algo en su postura o su expresión la empequeñecía.
– No puedo más… -murmuró-. Quiero acabar con ese… ese monstruo. Estoy de acuerdo con Elisa.
– No voy a opinar -se apresuró a decir Víctor cuando Elisa se volvió hacia él-. Sois vosotros quienes debéis decidir. Solo deseo haceros una pregunta. ¿Estáis completamente seguros de que podréis matar a sangre fría a la persona de la cual ha surgido el desdoblamiento cuando sepáis quién es?
– Con mis propias manos -le espetó Jacqueline-. Y si soy yo, lo tendré más fácil.
– Tranquilo, señor cura. -Carter palmoteó a Víctor en el hombro-. Yo me puedo encargar de eso. He matado a gente por toser hacia el lado equivocado.
– Pero la persona de la cual ha surgido el desdoblamiento no es responsable de nada -dijo Víctor sin arredrarse, mirando a Carter-. Ric hizo mal al realizar ese experimento sin permiso, pero aun si se tratase de él, no merecería morir. Y si no es Ric, entonces ni siquiera ha tosido.
Toda su culpa ha consistido en estar durmiendo. Elisa le daba la razón a Víctor, pero no quería abordar ese problema en aquel instante.
– En cualquier caso, es necesario que sepamos quién es -Se volvió hacia Blanes-. David, solo quedas tú. ¿Estás de acuerdo?
– ¡No! -Y abandonó la habitación mientras repetía, gritando angustiado-: ¡No estoy de acuerdo!
Durante un instante nadie reaccionó. Se oyó la voz de Carter, lenta, densa:
– Tiene demasiado interés en que no se lleve a cabo esta prueba, ¿no les parece?
Decidió seguirle. Salió al pasillo a tiempo de verle girar hacia el corredor de acceso al primer barracón. De repente creyó saber adónde se dirigía. Torció hacia la izquierda, cruzó frente a las puertas de los laboratorios y abrió la que daba paso a su antiguo despacho. Se trataba de una de las zonas más dañadas por la explosión, y ahora era poco más que una tumba oscura y vacía. Por entre las rendijas de las paredes, sujetas con contrafuertes, gemía el viento. Solo quedaba una pequeña mesa.
Blanes apoyaba los puños sobre ella.
De repente le pareció que volvía a interrumpir su recital de Bach para enseñarle el resultado de sus cálculos. Cuando hallaba un error, él le decía: «Ve y corrige este maldito error de una vez».