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Una enorme y brillante lágrima rebosó el brillante ojo de Kalbiye, se deslizó por su mejilla y la bienintencionada Ester decidió que a la primera oportunidad que tuviera le encontraría un marido mucho mejor que su difunto esposo.

– Mi marido no compartía conmigo así como así todas estas preocupaciones -dijo Kalbiye cuidadosamente-Yo fui ensamblando en mi mente todo lo que podía recordar y así fue como decidí que todo ocurrió a causa de las ilustraciones para las que fue a casa del señor Tío la última noche.

Aquello era una especie de disculpa. A cambio yo le recordé cómo los destinos y los enemigos de Seküre y Kalbiye eran comunes diciéndole que posiblemente hubiera sido el mismo «infame» quien había matado al señor Tío. Y los dos huérfanos cabezones que me observaban desde un rincón hacían que la situación de ambas se pareciera aún más. Pero la despiadada lógica de casamentera de mi corazón me recordó de inmediato que Seküre era mucho más bonita, rica y misteriosa. Le dije de repente lo que sentía:

– Seküre dice que si ha cometido algún error, te pide perdón. Te ofrece su amistad como hermana y como alguien que comparte tu suerte y quiere que pienses en lo siguiente por si te sirve de ayuda. ¿Mencionó el difunto Maese Donoso si iba a ver a alguien aparte del señor Tío cuando salió de aquí esa última noche? ¿Has pensado en algún momento si iba a encontrarse con alguien más?

– Esto estaba en un bolsillo de mi pobre Donoso -me respondió.

Sacó de una caja con la tapa de esparto, llena de agujas de coser y trozos de tela, un papel doblado y me lo alargó.

Cuando cogí aquel papel basto y arrugado y lo observé de cerca pude ver muchas formas en la tinta corrida por el agua. Empezaba a darme cuenta de a qué se parecían cuando Kalbiye dio voz a mis pensamientos.

– Son caballos -dijo-. El difunto Maese Donoso llevaba años haciendo sólo decoraciones, nunca dibujaba caballos y nadie le pidió que lo hiciera.

Vuestra anciana Ester miraba aquellos caballos dibujados a toda velocidad pero con la tinta corrida por el agua y no entendía nada.

– Si le llevo este papel a Seküre, le alegrará mucho.

– Si lo quiere que venga aquí por él -contestó orgullosa Kalbiye.

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