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Yim

Se sabe que durante una época los ilustradores árabes miraban largo rato el horizonte hacia poniente al amanecer para combatir la ansiedad que provoca la ceguera, el miedo eterno, y por lo demás razonable, de todos los ilustradores, y que un siglo después la mayoría de los artesanos de Shiraz tomaba en ayunas una pasta de pétalos de rosa mezclados con nueces. También en esa época los maestros ancianos de Isfahán trabajaban en un rincón en penumbra de sus habitaciones, la mayor parte del tiempo a la luz de los candelabros, para que la luz del sol no diera directamente en sus tableros de trabajo ya que consideraban que ésa era la razón de la ceguera que les afectaba uno a uno como si se tratara de una plaga, y en Bujara, en los talleres de los uzbecos, al terminar la jornada los maestros se lavaban los ojos con un agua bendecida por un jeque. De todas aquellas maneras de enfrentarse a la ceguera la más simple era, por supuesto, la que había encontrado en Herat Seyyit Mirek, el maestro del gran Behzat. Según el maestro ilustrador Mirek, la ceguera no era una maldición, sino la última dicha que Dios le concedía al ilustrador que había consagrado su vida entera a las bellezas por Él creadas. Porque la pintura es la búsqueda por parte del ilustrador de la manera en que Dios ve el mundo y esa visión incomparable sólo se alcanza después de una intensa vida de trabajo, recordándola cuando llega la ceguera una vez que los ojos se han cansado y el artista se encuentra agotado. Eso quiere decir que la visión que Dios tiene del mundo sólo puede comprenderse a través de la memoria de un ilustrador ciego. Cuando esa inspiración le llega al ilustrador ya anciano, o sea, cuando entre los recuerdos y la oscuridad de la ceguera se le aparece ante los ojos el paisaje visto por Dios, él se ha pasado la vida practicando, de manera que la mano puede pasar al papel por sí sola la maravillosa imagen. Según el historiador Mirza Muhammet Haydar Duglat, que también escribió sobre los ilustradores de la Herat de la época y sobre sus leyendas, el maestro Seyyit Mirek propuso el ejemplo del artesano que quería pintar un caballo para aclarar aquella forma de entender la pintura. Según su razonamiento, incluso el ilustrador de menos talento, cuando pinta un caballo observándolo porque tiene la cabeza tan vacía como los pintores francos de hoy día, en realidad está pintando de memoria. Porque nadie puede mirar a la vez al caballo y al papel en el que se está dibujando su imagen. Primero el ilustrador mira al caballo y luego pasa al papel lo que tiene en la memoria. Aunque sólo pase el tiempo de un parpadeo, lo que el ilustrador pasa al papel no es el caballo que está viendo, sino el recuerdo del caballo que acaba de ver, lo cual es la prueba de que incluso para el más mísero de los ilustradores la pintura sólo es posible gracias a la memoria. Como resultado de aquella forma de entender la pintura, que consideraba la vida activa del artista como una preparación para la futura y gozosa ceguera y los recuerdos que implicaba, los maestros de la Herat de la época veían las pinturas que hacían para monarcas y príncipes aficionados a los libros como una especie de ejercicio de la mano, una práctica, y aceptaban el trabajo, el dibujar sin parar y el observar las páginas sin interrupción durante días a la luz de los candelabros como algo gozoso que conducía al ilustrador a la ceguera. El maestro ilustrador Mirek se pasó la vida buscando el momento más apropiado en que le llegara ese final feliz, bien sea acelerando la ceguera intencionadamente dibujando árboles con todas sus hojas en uñas, granos de arroz e incluso cabellos, o bien retrasando precavidamente la llegada de la oscuridad pintando jardines alegres y soleados. Cuando cumplió setenta años, el sultán Hüseyin Baykara decidió premiar a tan gran maestro y le abrió su tesoro, donde se guardaban bajo siete llaves miles de páginas de libros que había ido reuniendo. El maestro Mirek estuvo tres días y tres noches contemplando sin parar las páginas maravillosas de los libros legendarios de los antiguos maestros de Herat a la luz de los candelabros de oro de aquel tesoro repleto de armas, telas de seda y terciopelo y monedas de oro, y luego se quedó ciego. Aceptó su nueva condición con tanta madurez y resignación como si hubiera recibido a los ángeles de Dios y el gran maestro ya no volvió a hablar ni a pintar. Mirza Muhammet Haydar Duglat, autor de la Historia del que sigue el camino recto , lo explica diciendo que un ilustrador que ha alcanzado a ver el paisaje del tiempo inmortal de Dios ya nunca puede regresar a las hojas de los libros, hechas para los vulgares mortales, y prosigue: «Allí donde los recuerdos de un ilustrador ciego alcanzan a Dios, reinan un silencio absoluto, una oscuridad absoluta y la infinitud de la hoja en blanco».

Por supuesto, yo era consciente de que si Negro me había planteado la pregunta del Maestro Osman sobre la ceguera y la memoria era más para poder estar tranquilo mientras observaba mis cosas, mi habitación y mis pinturas, que para saber mi respuesta. No obstante, me alegró ver que las historias que le había contado le habían conmovido.

– La ceguera es un mundo feliz en el que no pueden entrar el Demonio ni el crimen -le dije.

– En Tabriz -me explicó- sigue habiendo algunos ilustradores a la antigua que, por influencia del Maestro Mirek, consideran la ceguera como la mayor virtud que puede conceder la gracia divina, se avergüenzan de no estar aún ciegos aunque ya son bastante ancianos y, como temen que se crea que es debido a su falta de habilidad y talento, aparentan estarlo. A causa de esa convicción moral, también influida por Cemalettin de Kazvin, algunos, para aprender a ver el mundo como los ciegos aunque ellos no lo estén en realidad, se sientan en la oscuridad entre espejos y miran durante semanas, sin comer ni beber, las páginas de los antiguos maestros de Herat a la pálida luz de un candil.

Llamaron a la puerta. Abrí y era un apuesto aprendiz del taller con los ojos enormemente abiertos. Me dijo que el cadáver de nuestro hermano el iluminador Maese Donoso había sido encontrado en un pozo ciego y que el funeral se celebraría a la hora de la oración de la tarde en la mezquita de Mihrimah y echó a correr para llevar la noticia a los demás. Dios mío, protégenos.

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