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Había un pequeño claro por delante y de cuando en cuando el muchacho y los que le rodeaban alargaban la mano y tocaban algo. Sonali no distinguía lo que era: le tapaban la vista varias cabezas muy juntas. El denso gentío se arqueaba hacia lo que allí hubiera; todos los congregados parecían tener la vista fija en aquel espacio.

Sonali cerró los escocidos ojos y apoyó la cabeza en el suelo. Tenía el sari empapado y apenas podía mover los miembros. El suelo parecía dar vueltas bajo ella: sabía que estaba a punto de perder el conocimiento.

Entonces hubo una conmoción entre el gentío y Sonali se esforzó por mirar abajo. Una persona había salido de las sombras para sentarse junto al cuerpo de Romen. Era una mujer vestida con mucha sencillez: un sari impecablemente almidonado y una pañoleta atada en torno al pelo. Era de corta estatura y tenía aspecto de matrona, Sonali calculó que era de mediana edad. Le resultaba muy familiar; estaba segura de que se trataba de alguien que conocía pero no había visto en años.

Llevaba una bolsa de tela colgada al hombro, una jhola de algodón corriente, de las que los estudiantes llevan a la universidad. De su mano izquierda colgaba una jaula de bambú. Se sentó junto a la lumbre y dejó la bolsa y la jaula a su lado. Luego, hurgando en la bolsa, con movimientos bruscos y eficaces, sacó dos escalpelos y dos bandejitas de cristal.

Colocó bandejas y escalpelo en un paño blanco, delante de ella, y volvió a buscar algo en la bolsa. Sacó una figurita de arcilla y se la llevó a la frente antes de dejarla en el suelo, a su lado. Luego extendió los brazos, colocó las manos sobre lo que estuviera tendido frente al fuego y sonrió: una expresión de extraordinaria dulzura se apoderó de sus rasgos.

Alzando la voz, la mujer, en un bengalí rústico y arcaico, dijo al gentío:

- Ya ha llegado el momento, rezad para que todo le vaya bien a nuestro Laakhan, una vez más.

De pronto Sonali tuvo una horrible sensación de premonición. Alzando la cabeza tanto como se atrevió, volvió a mirar a la zona cercana al fuego. Vislumbró un cuerpo tendido en el suelo.

El tamborileo creció hasta alcanzar un crescendo: hubo un brillante destello metálico y brotó un collar de sangre que cayó crepitando al fuego.

La cabeza de Sonali chocó contra el suelo y todo se volvió oscuro.

El día siguiente

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