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-¡No! -exclamó Sonali, incrédula.

-Sí -prosiguió Urmila-. Incluso ha puesto una placa en la puerta. Lo malo es que nadie la ve hasta que sube las escaleras, así que no tiene ningún huésped todavía.

-¿Cómo se le ocurrió eso?

-Se lo pregunté, y me dijo que se le ocurrió porque un constructor está reformando una casa vieja en la acera de enfrente de su calle para convertirla en un hotel. Me dijo: «El muy tunante ha tenido la desfachatez de poner un cartel en el césped. Más feo que un dolor. “Emplazamiento del Hotel Robinson”. Si lo hace él, ¿por qué no puedo hacerlo yo?»

Y de pronto Urmila se tapó la boca abierta con la mano, inmovilizándose con una expresión consternada.

Sonriendo, Sonali sacó un cigarrillo del bolso.

-Se refería a Romen, supongo -dijo en tono seco, abriendo el mechero con un chasquido-. Romen me enseñó el otro día esa casa de la calle Robinson. Está muy orgulloso de ella; en realidad va a reconstruirla enteramente.

Aspiró sobre la llama y dejó escapar volutas de humo entre los labios fruncidos.

Urmila empezó a mascullar apresuradas disculpas.

-No te preocupes -rió Sonali-. En realidad no me importa lo que la gente diga de Romen. Tenías que oír a los chistosos de su club. Claro que el Wicket Club de Calcuta es el último lugar del mundo donde aún hay bromistas, y para eso están, para gastar bromas. Deberías oírlos cuando se meten con Romen.

Dio a Urmila una alentadora palmadita en el brazo.

-¿Conoces a Romen? -le preguntó.

-No -repuso Urmila, sacudiendo la cabeza-. Sólo le vi aquella vez en los viveros, contigo.

-Creo que te caería bien. Ha tenido una vida agitada, ¿sabes?

-¿Ah, sí? -repuso Urmila en tono evasivo. Recordaba haber oído que Romen Haldar había empezado de la nada; que había llegado a la estación Sealdah de Calcuta sin un céntimo en el bolsillo.

-Ya verás -dijo Sonali, asintiendo con la cabeza-. Es completamente distinto de lo que la gente piensa. Esta noche le conocerás: es a él a quien espero. Me dijo que vendría a casa a última hora de la tarde.

El taxi se detuvo frente a una sólida puerta metálica de dos hojas. Sonali hurgó en el bolso, buscando dinero para pagar al taxista.

De una caseta salió un chowkidar. Observó detenidamente el taxi antes de permitirle la entrada en el selecto complejo residencial. En la urbanización había cuatro bloques de viviendas, a cierta distancia unos de otros y colocados en ángulo, de modo que cada terraza tuviese buenas vistas sobre el parque de Alipore.

Mientras el taxi avanzaba a buen ritmo por el complejo, Sonali echó un vistazo a una zona de estacionamiento. Urmila siguió su mirada hasta un discreto cartel que colgaba sobre un sitio vacío. Decía: Reservado R. Haldar.

-Romen no ha llegado todavía -anunció Sonali, suspirando-. Podemos hablar hasta que llegue.

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