Hazte cuenta que se habían sacado la lotería, ¿ajá? Me lo pagaban todo, me llevaban a mil lugares, me emborrachaban, me cuidaban como a su hermanita. Yo pensaba: Cualquier día me voy a tirar al papá de uno de estos güeyes- Pero ése ya era mi lado oscuro, o sea que bingo: la pequeña Violetta ya tenía un lado claro. El chiste era que nunca se juntaran. La primera vez que uno de ellos me besó, como al segundo día de conocernos, me acordé de New York cuando mis travesuras del kiss-and-run. Y aquí también corría, sólo que dentro de un Trans-Am que iba pinche volando por la carretera a Cuernavaca.
Los dos con los que andaba se llamaban Hans y Fritz. Para qué quieres saber sus verdaderos nombres, aparte sus apellidos eran complicadísimos, judíos, claro, pero tan lindos que me soportaban que les dijera Hans y Fritz. Cuando no lavaban sus coches, yo les pintaba esvásticas en todos los cristales. Y se reían, ¿ajá? Te digo, yo era la lotería, porque igual podía irme de viaje con ellos. Nada más le llamaba a Tía Montse y le decía que tenía que ir a visitar a no sé qué familiar, Dios te bendiga, hija, y ya. Entonces ellos ¡guau! encantadísimos. Digo, para que Fritz le hubiera robado el coche a su papá, ya te imaginarás. Creo que el viejo vivía en Francia, Bélgica, Mónaco, algo así. Por cierto, no te he dicho de qué me reía tanto. En primera, estos güeyes eran divertidísimos. Se ponían de acuerdo para ir al súper y cambiarle los precios a las botellas. Hazte cuenta que Hans se metía a cambiar la etiquetita y le llamaba por el celular a Fritz: Dejé una Viuda en el Superama de Horacio, o una Dom Pérignon en el Gigante de Schiller. Una hora después ya estábamos bebiendo burbujitas. En segunda, eran inocentísimos. Robaban por adrenalina, y eso es más divertido que tener que desfalcar al güey con el que acabas de acostarte. Además, yo no era la ratera. Mi papel era ser la princesita: Violetta I, Futura Emperatriz de TelAviv. Así era como les pedía que me dijeran cada vez que querían darme mariguana. Y bueno, ésa era la tercera cosa que me hacía reír: andábamos pachecos todo el tiempo. Y aunque no me lo creas ésa era novedad para mí. En New York siempre había creído que la mariguana era para losers. Y lo sigo creyendo, pues, pero con Hans y Fritz era otra cosa. Las primeras pachecas, aparte: Jajajá-jojojó. Y ya de calenturas ni digamos. Pero no sabes lo increíble que era volver a hacer eso nomás porque tienes ganas. Y porque estás pacheca, que luego ayuda un chingo. Me soltaba del piso, se me iba la cabeza. ¿Tú sabes lo que es ir encuerada con un güey en el asiento de atrás de un Trans-Am mientras el de adelante va gritando ciento treinta, ciento cuarenta, ciento cincuenta? ¿Cuántos kilómetros son ciento cincuenta millas? Es lo de menos, más bien quería explicarte que yo tampoco sé lo que se siente. Venía haciendo el amor, y era tan fuerte todo, empezando por el tremendo estadazo, que yo pensaba: Igual Hans está viendo por el retrovisor. O sea igual nos matábamos, y me valía madres. Yo seguía gritando y dándole besitos y mordiéndole el cuello como loca. Es muy fácil decirlo cuando no te moriste, pero sigo pensando que no me habría importado. Cuando a Hans le tocó manejar, Fritz confesó que no había visto nada en el retrovisor, pero porque venía clavado en el velocímetro. Y aquí es donde me brinca una pregunta que no debería hacerte, pero ni modo, búrlate si quieres: ¿Nunca te has enamorado de dos personas al mismo tiempo?
No creas que no sabía quiénes son las típicas clientas de los judíos. Más bien, las proveedoras. Todas las nacas sueñan con un hijo güerito que se llame Jacobo. Pero yo no quería casarme con ninguno de ellos. Tenía un lado oscuro demasiado grande para pensar en esas pendejadas, aparte que mi carne nunca ha sido kosher. Eso si, había una cosa de la que podía estar segura: nunca me los iba a topar en la misa del domingo. Me había hecho un lado dato hebreo, y uno oscuro catoliquísimo. En uno era una loca que vivía sola, en el otro era una hija de familia cristiana. Y como siempre, lo más oscuro estaba del lado familiar. Lo más falso, también. Meterme a mí dentro de una familia es como llevar drogas a una estudiantina. Como decía el Nefas: No es que sea disoluta, es que soy disolvente.
Claro que había clientes judíos de Tía Montse, pero ninguno con menos de veinte años. Más bien la mayoría cincuenteaba o sesenteaba. Treinteaban, cuando mejor me iba. El único peligro era encontrarnos en una despedida de soltero. 0 que alguno de sus amigos me viera en esos dengues. No era tanto que fueran a decir: Pinche puta. Eso como que estaba claro, de cualquier manera. El rollo es que ninguno usaba condón, y según ellos yo no me tiraba a nadie más. Les había pegado el cuento de la familia hipercatólica y el colegio de monjas en New York. En Búfalo, según esto. Nunca supe si de verdad había una high school que se llamara Sacre Coeur, pero ni modo que se pusieran a investigar. Se lo querían creer, ése era el chiste. Cuando hay una persona que te agrada, lo que más quieres es creerle cualquier cosa que te cuente. Sobre todo si en ese momento te está besando encuerada. No es que yo fuera a hacerlos perder la cabeza, más bien tenía que interesarlos en pensar con la otra. Y en un galán de dieciocho años eso es piece of cake. El problema es cuando te los quieres quitar de encima. No sé si captes el toque romántico: me tiraba a los dos para no darle alas a ninguno. Eran lindos y no quería joderlos. Finalmente, mientras más puta es una, más tiene que medir las putas consecuencias. Esas estupideces de estrellarte en un puente sin darte cuenta sólo le pasan a Wyle E. Coyote. Y es más, voy a ponerte nuestro ejemplo favorito: tú decidiste enamorarte de mí, no porque no te imaginaras las cosas que yo hacía, sino al contrario. Bien que lo sospechabas, por eso me escogiste. Yo, que andaba puteando, era la que podía sacarte de putear. Yo era tu puta tesis de novelista. Yo te iba a dar permiso de contar la historia, tenía que educarte a chicotazos hasta que te graduaras. Mistress Violetta, Grand Master of Domination. Y aquí estoy, encerrada en un baño de un pinche hotel piojoso, dictándole a mi pimpadrote su novela. Mira que necesitas tener mucha cara dura para hacerme trabajar tanto y de gratis. Aunque claro, tú ya sabrás cómo pagarme. Pero ésos son asuntos comerciales, y andábamos en el amor. ¿No crees que es suficiente prueba de amor que yo esté aquí contándote mi vida sin haberme comido una pizza desde ayer? No sé ni qué hora es, ¿ajá? Mediodía, a lo mejor. El caso es que ese triángulo con Hans y Fritz echaba chispas de aquí a Tel Aviv. Por eso nos teníamos que pachequear todo el tiempo, porque si no me iba a acabar saliendo lo terrorista. Al papá de Hans lo habían matado en un atentado. ¿Sabes cuál era su chiste favorito? Cuando yo le decía: Ven, vamos a vengar a tu papá. Which means, vamos a echarnos un palestino. ¿Así está bien o quiere otro fuetazo, Mister Image Maker?
Perdóname. Nunca he sido capaz de confesarte que te quiero sin clavarte después un aguijón. Es la costumbre, qué quieres que le haga, ni modo que te diga que no me gusta hacerlo. Sonarían más bonito las mentiras, pero como que no es de personas educadas bullshitear a su Diablo Guardián. Además, yo no soy de las que se perdonan sus cursilerías. Cualquier día amaneces convertida en gatita melosa, y eso ni a ti ni a mi nos vendría bien. De hecho lo único que todavía nos viene a ti y a mi son estas cintas, y lo que luego vayas a hacer con ellas. No te extrañe que se te pegue lo puta y las conviertas en comerciales, ya ves que de por sí eres hijo de la mala vida. Y en fin, que cuando menos lo pensé ya andaba en puras fiestas súper nice. Muchas eran como de adolescentes, ya sabrás: todos de la manita y yo con Fritz, que era el novio oficial. Ni modo que trajera de la mano a los dos, ya bastante famita me hacía entre los papás para encima certificaría entre los hijos. Finalmente nos movíamos todos en la misma zonita: Lomas, Polanco, Palmas, Teca. Imaginate si mis amiguitos judíos me veían puteando vestida de novia. ¿Qué les iba a decir? ¿Que iba para una fiesta de disfraces? ¿Y qué hacía con el pelón libidinoso que me venía manoseando? No way, darling. Si me agarraban, adiós doble vida. Y eso hacía que mi destino pareciera no sé, campo minado. Podía volar en pedazos a cualquier hora, en cualquier lugar, pero igual yo seguía poniendo minas. Y ya ves que eso luego crea un hábito. Siempre que tengo un plan, pongo una mina. No lo puedo evitar. Es mi manera de meterle presión a la suerte, o más bien mi manera de joder las cosas.
No necesito enemigos, para eso me tengo a mí. Pero a veces las cosas salen bien, y esos días todo salía a mi medida. Era como si Nefastófeles y mis mariditos y los feligreses y todos los demás, hasta Tía Montse, no hubieran existido nunca. Estaba viviendo en un mundo artificial, ajá, eso lo sabía, pero no te imaginas lo pinche convincente que era la mentirota. Total, como te dije, lo otro era más mentira. Ni la señora Montserrat era mi tía, ni yo andaba con sus clientes por guapos, ni me fumaba los domingos en la iglesia porque fuera muy devota. Toda mi vida era de mentiras. Y qué, ¿ajá? Yo había conocido a cientos de pendejos que llevaban viditas completamente falsas, y además no tenía ni la décima parte del dinero que necesitaba para comprarme una vida de verdad. Quiero decir una en la que no debiera más de cien mil dólares y pudiera cualquier día llamarle a mi familia.
No digo que quisiera llamarles, qué hueva, la verdad, pero necesitaba saber que podía. Que no iban a colgarme, ni a decirme ratera, mala hija, esas cosas. ¿Qué es una vida de verdad? ¿Cuando vas a la escuela? ¿Cuando tienes trabajo? ¿Cuando vas al trabajo y dejas a tus hijos en la escuela? ¿Cuando tienes las suficientes fotos para llenar un álbum? Cuando puedes contarla, supongo. Cuando. No necesitas platicársela a una grabadora en un baño de mierda de un cuarto de mierda de un hotel de mierda. Cuando no tienes que esconderte de nadie. Pero a mi entonces me importaba un pito si tenía que esconderme la mitad del día, porque la otra mitad era maravillosa. Me reía todo el tiempo, bebía champaña, fumaba mariguana, tenía dos novios que no podían vivir sin mí, andaba todo el día de un carrazo a otro… ¿Nada de eso era real? ¿No existía, sólo porque yo había decidido hacer unas cuantas trampitas? Claro que si existía, pero claro que se iba a acabar. No lo pensaba y según yo no me importaba, iba muy rápido para fijarme en pequeñeces. Iba sonriendo, aparte. Iba sonriendo mucho, todo el día, en todos lados. ¿Te digo exactamente lo que me pasaba? Estaba como emponzoñada de felicidad, quería más y no podía parar. Yo, Violetta, feliz. ¿Checas el notición?