Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Parábola del Buen Pastor

¿Cómo quieres que empiece? Daddyhadalittlelamb? Soy oveja, ya sé, mi destino es vivir entre el rebaño. Pero eso sí: primero negra que mestiza. Mis papás son ovejas mestizas, yo salí negra y con modales de cabra. Soy la vergüenza del rebaño, y en eso estamos más que correspondidos. Por mi, ni los conozco. Soy el cordero que le saca lo cerdo al buen pastor, pero también lo buen pastor al cerdo. ¿No te parece lógico que a mi diablo guardián le digan Pig?

Las ovejas mestizas se tiñen el pelo, como si las ovejas blancas no se supieran de memoria ese cuento.

Afortunadamente las ovejas negritas somos menos ingenuas. Llevamos más camino recorrido, ¿ajá? Nos ponemos pelucas, nos cambiamos el nombre, le apostamos a no sé cuántos números y jugamos en todas las mesas que podemos. Y eso es lo que no te perdonan las ovejas mestizas, que cambies de rebaño, que te vayas con tu lana a otro corral. Que dejes en la puerta de la iglesia al buen pastor para irte a la ruleta con el mejor postor.

Mi papá quería que me llamara Guadalupe o Genoveva, que eran nombres de mujer buena. Pero mi mamá opinó que así sólo se llaman las jodidas, y se empeñó en ponerme Violetta. Sólo que luego apareció mi abuelo, que igual que ellos tenía su teoría de los nombres, y dijo que Violetta era nombre de piruja. Creo que había visto una película, o a lo mejor fue sólo por chingar a mi madre. No sé, el caso es que el papá de mi papá sugirió que me pusieran Rosalba, y ya al final en eso quedaron de acuerdo: Rosa del Alba. Imagínate yo, con ese nombre. Pero mi mamá me llamaba a escondidas Woletta, aunque me hubiera registrado como Rosa del Alba. Y a lo mejor de ahí viene mi maldición, porque el alba es mi peor momento del día. A esas horas lo fácil es llevarme al Infierno, ¿ajá? Porque si el diablo existe debe tener claro que yo en la mañanita no sirvo para nada, que no tengo ni fuerzas en las piernas y soy como esas Barbies que están siempre hasta el fondo de la caja de juguetes, con los brazos y piernas chuecos o arrancados, esperando a que un duende venga a componerlas; sería suficiente con empujarme suavecito, como desde lo alto de una resbaladilla. Y yo me iría de cabeza, bocabajo, con las palabras mágicas tatuadas en la frente: Las Violettas jamás se van al Cielo.

De niña me gustaba decir que la segunda t era una cruz, que mi nombre traía su propio crucifijo. Pero tampoco tengo que ir tan lejos para decirte cómo me llamo. Y además tú no quieres saber mi vida entera. Tú sólo vas a masticar lo que puedas comerte, ojalá que sin mucho envenenarte. Era mi papá el que decía eso de las Violettas. Y como yo en el fondo no quería irme al Cielo, decidí hacerle caso a mi mamá y llamarme como ella me había querido bautizar. Pero siempre en secreto, porque mi papá me ponía morada a cinturonazos si llegaba a enterarse de que yo me presentaba como Violetta. Claro que a estas alturas del bochorno familiar, y es más, desde mucho antes, mi mamá ya tampoco soporta que me llame Violetta. Las mujeres que duermen con cerdos poco a poco se van haciendo cerdas.

Mi mamá dice que no les heredé nada. Yo digo que nomás los puros defectos. Me doy un poco de asco cuando recuerdo cuánto me gusta el dinero. Y en eso soy igual a ellos. También soy egoísta, vanidosa, trendy. Sobre todo si en ese momento me llamo Violetta. Entonces necesito que me abraces, que corras tras de mi, que no me dejes Regar hasta el alba esa que a huevo me encajaron en el nombre, porque seguro estaban decididos a joderme como a una Guadalupe o una Genoveva, que ya desde que nacen traen la vida madreada. Y a mi me gustan cosas de verdad horribles, como que me regalen lo más caro de la tienda. Que se metan en broncas por mi culpa, como tú que no sabes ni quién soy y ya estás escribiendo mi vida. ¿De verdad quieres que yo sea tu problema? ¿No te parezco demasiado gorda para problema, y aparte demasiado flaca para solución? Suena como uno de tus anuncios: Pig amp; Company S. A. de C. V.- Soluciones esbeltas a problemas gordos. I mean, ¿realmente no te importa que te haya agarrado de mi juguetito? ¿Vas a venir a recogerme cuando yo sea también juguete y me veas desarmada en el fondo de la caja? ¿Quién va a decirte cómo armarme, Diablo Guardián?

No debería estarte diciendo estas cosas. Soy una pendeja. Eso de «no debería estarte diciendo» lo dicen solamente los pendejos. Yo debería estar diciéndote que soy maravillosa, pero como creo que tú ya te diste cuenta de eso, digo estas cosas para confundirte. Para jugar contigo. Para que seas mi muñequito. ¿Checas las dimensiones de mi egoísmo? ¿Verdad que es robusto, él? O a lo mejor lo digo para que pares de una vez la pinche cinta, lo tires todo y ya no escuches nada. Para que metas toda mi vida en una caja y la quemes completa, sin ponerte a pensar más que en tu propio bien. Pero entonces no serías ya Mi Diablo Guardián. No vendrías tras de mí como coyote hambreado, ni tendrías que haberte puesto la máscara de lobo para que yo te viera interesante.

¿Cómo quieres que empiece, pues? ¿Te cuento del origen de mi mala entraña? ¿Quieres saber en qué columpio enseñé por primera vez los calzones? ¿Cuáles fueron mis primeras palabras mágicas, mi primera escobita de velocidades, mi primer príncipe convertido en sapo? ¿No prefieres que antes de eso te platique el hotel de mierda donde estoy? No creo, porque no te serviría, y además ya bastante incómoda estoy en este chiquero para ponerme desde ahorita en las garras de mi biógrafo. No quiero imaginarme la de tlahuicas y coatlicues que se habrán metido en estas sábanas antes que yo, ni me gustaría nada que me pusieras en tu libro rascándome los piojos. Pero no soy ingenua, insisto, soy quien soy: la oveja negra, la plebeya ambiciosa, la puta de este hotel, la bruja de este cuento. Ni modo de esperar que me pongas de princesa, ¿ajá? No espero nada, de hecho siempre he sido una desesperada: quiero acabarlo todo cuando ni he comenzado. Así que igual empiezo por un cuento. Apunta:

Había una vez un buen pastor, que un día se escapó con la oveja más negra del rebaño. Nadie podía explicarse cómo un hombre tan bueno se había dejado seducir por aquella putilla de mala entraña. Cierta vez, sus antiguas ovejas, que por supuesto eran todas mestizas, los vieron bajar juntos de un Corvette amarillo. Cuando le preguntaron de dónde había sacado ese coche tan lindo y tan cabrón, el pastor les contó que se había ganado el dinero en un casino, apostando la lana de su oveja negra. Y ellas, claro, se derretían del rencor, porque sabían que nunca en sus re corrientes vidas iban a tocar un coche así de lindo y de cabrón. Pero se equivocaban, porque al día siguiente vino el Corvette y las atropelló, por envidiosas. Mientras sus almas de borrego rascuache se elevaban por los aires, se escuchaba una voz en la Tierra diciendo: «Yo soy el Buen Pastor, quien apueste por mí no volverá a ser prángana».

4
{"b":"81763","o":1}