Hasta ese día había medido mi grado de alegría por la envidia que según yo tenían que tenerme los demás. Me alegraba pensando en el coraje que les daría. Y así en lugar de pensar: ¡Qué feliz soy!, pensaba: ¡Que se jodan, por pinches envidiosos! Y eso era lo que más feliz me hacía. O sea muy poquito, y todavía menos comparado con la Gloriosa Navidad del Noventaicuatro. Que me saquen los ojos si eso no era real.