No podía parar de reírme. Y por supuesto los que más se reían conmigo eran los que ganaban. Por eso cuando me dí cuenta ya tenía amiguitos por todas partes. No sé bien cómo le hice, si es que hice algo. Estaba bien arriba, ¿ajá? No tenía idea cómo controlarlo, ni siquiera quería controlarlo. ¿Te acuerdas cuando fuimos a la montaña rusa? ¿Verdad que el descontrol tiene su encanto? Sólo que los efectos de la coca no los había planeado. No sé si debería decírtelo, pero todo el evento de la montaña rusa me lo saqué de la manga para comprarte. Y a lo mejor también porque necesitaba que alguien me abrazara. Nunca he reconocido todo lo que te necesito, me molesta la idea de tener que justificarme frente a mí. ¿Quién se iba a imaginar que la noche de la montaña rusa tanto tú como yo traíamos estrategia? Puede que más utilitaria la mía que la tuya, pero también menos tramposa. No tengo nada que inventar, todo se va inventando frente a mí. Si ahora mismo tuviera que mentirte, no habría más que checar en la pantalla mi menú de mentiras, elegir la que fuera y disparar. Las mentiritas pasan frente a mí como las notas musicales en los cuentos, y yo voy agarrando las que necesito. Siempre me las he dado de ser así, muy libre, pero nadie que necesite soltar patrañotas puede presumir de eso. Dime cuántas mentiras cuentas y te diré qué tan esclavo eres. Suena un poco a consejo de viejita de pueblo. ¿Me imaginas de chal y bastón? Una adorable viejecilla que vende manzanas bajo la nieve al grito de I need some lovin’, like a fastball needs control ¡Qué asco de puta vieja limosnera! Y aquí si que me sale durísimo la clase media: no soporto la idea de parecer patética.
¿Ves? Tampoco se puede ser libre mientras tenga una miedo a los papelazos. Y hablando de papelazos, ¿te dije a cómo me vendía Snoopy cada papel? Doscientos, el muy mierda. Pero ni modo de pararle al cochecito. Hazte cuenta una mano que sale de otro mundo y te jala: Ven para acá, amor mío. Los hombres te dan coca para ya no tener que preocuparse por tu orgasmo. They know drugs always get the job done. Aunque nadie te explique las putas condiciones de pago. De pronto te despiertas y zas: ¡Órale, muerta de hambre, ya te cayó el chahuistle! Cuando según tú habías pagado la factura, te llega el verdadero estado de cuenta.
Ahora que yo más bien estaba hablando de estadazos. Creo que me veía más patética que la viejita de las manzanas, pero ya ves que Vegas es como una fiesta, y en las fiestas la gente la caga todo el tiempo. Y aun así tú dime cuántas cosas no se arreglan en las fiestas. Tú crees que yo en Las Vegas nomás me hice viciosa, porque no te imaginas la cantidad de cosas que aprendí, pero si me preguntas qué es lo más importante de Las Vegas, te diré que ese pueblo me enseñó a ubicarme en mis dominios. Lo mío son las fiestas, la noche, el movimiento. La ruleta que de verdad importa no se juega en la mesa, y si no estás jugando nadie te va a explicar las reglas. Tienes que pensar rápido, no hay de otra. Si yo trataba de jugar en la mesa, me arriesgaba a que cualquier empleadillo me pidiera un id. Ni modo que sacara el pasaporte: qué tal que me encerraban por falsificadora. Por cheesy, en realidad. Los falsificadores cheesy no merecemos ni derecho a fianza. Además, ni siquiera me sabía las reglas de la ruleta. Parecía muy confuso, fichas por todos lados. Hasta que algunas fichas empezaron a pasar por mis manitas.
La risueña Violetta repartía su buena suerte entre los ganones. ¿Te has fijado en el parecido que hay entre los escotes y las alcancías? Pues yo esa noche me sentía toda una invitación al ahorro, sobre todo cuando me daba por contar el número de ojos que habían caído en la ranura mágica. Unos porque no dejan de mirarte, otros porque no paran de parpadear, y otros porque se ponen a fingir que están checando cualquier otra cosa, pero una sabe bien que aquí los tiene. Y que no se te ocurra devolverles la mirada, porque no va a haber modo de quitártelos de encima. ¿Ves cuál es la ventaja de las gafas? Nobody knowsyour number, honíy. ¿Cómo van a saber qué es lo que quieres si no ven lo que ves? Lo único que miran es la alcancía, ¿ajá? ¿Qué más quieren saber? ¿No está bien claro?
Pero tampoco soy tan ambiciosa. Mi única ambición es seguir jugando. Pero eso no tenían por qué saberlo allí en la mesa, ni en el casino, ni en todo Las Vegas. No quería venderme tan barato. Aunque claro, el orgullo no venía al caso, menos si te pusiste en el lugar de la alcancía. Así como un ganón te daba cien de un golpe, otros apenas se ponían guapos con un dólar. Y ni hablar, yo estiraba la mano. Una sabe dónde y con quién hacerse la muy digna. Hay tipos que primero te dan uno o dos dólares y terminan pagándote la party. Nunca sabes, querido. Necesitas paciencia, pensar: Estoy pescando, y aguantarte. Yo, que soy impaciente, no sabes todo lo que aguanto cuando sé que no hay de otra. Ni modo, soy corrupta. No quiero vender nada pero lo alquilo todo. ¿Lo alquilo o lo hipoteco? Tengo la horrorosísima impresión de que me ahogo en deudas que nunca firmé. De que por más que gano sigo perdiendo. Déjame que me explique: A mi el dinero me ha elegido solamente como intermediaria. El dinero es como los hombres: si se queda a dormir te jode la existencia.
¿Te has fijado lo mal que trato yo al dinero? No lo respeto nada, ¿ajá? Ahí también los billetes se parecen a los hombres. Está bien perseguirlos, pero de respetarlos nada, que se jodan. Personas como yo estimulan el crecimiento económico de los países. Hacemos que el dinero cambie de manos pronto. Qué quieres, no sabe una calentarlo. Luego hay otros que se desvelan empollándolo nomás para que llegue un gavilán a madrugarlos. Y en Vegas al dinero todo el mundo lo trata como puta. Hazte cuenta que hubiera un letrero a la entrada del casino: We fick with your money. A mí se me hizo un poco menos difícil emputecer cuando llegué a la sabia conclusión de que mis mariditos no lo estaban haciendo conmigo, sino con su dinero. Yo era, otra vez, una simple y humilde intermediaria.
Salía del casino con la bolsa repleta de fichas que ni siquiera trataba de cobrar: se las daba directo a Supermario, que en dos horas volvía con billetes y caramelos. Y como yo le compartía de unos y de otros, lo tenía de siervo casi casi full time. No sé cómo le hacía para que no se dieran cuenta en el hotel, pero salía del cuarto trabadísimo, según él a seguir trabajando. El muy zángano me consideraba parte de su trabajo, seguramente porque se daba cuenta de que yo lo veía como parte de mi servidumbre. No te digo que no lo divirtiera, y es más, por eso lo digo: Your slaves are meant to amuse you. A veces le decía Gladiator, en lugar de Snoopy o Supermario, y él hinchaba el pechito muy orgulloso, cuando lo que yo estaba pensando era: Mi gladiador. Mi esclavo, la estrella de mi circo. Acepto que esos grados de mamonería no me iban para nada después de andar en las ruletas ordeñando apostadores, pero una también tiene su derecho a enanear al prójimo. Todos somos cacagrande o cacachica de alguien. Es por ley natural, siempre puedes estar mejor o peor de como estás. Ahora que mejor o peor para quién. Porque yo me sentía maravillosamente bien, pero igual si le preguntabas a mi papá te iba a decir que yo era de lo peor. Y ni siquiera de lo peor, sino Lo Peor. 0 sea del mundo, ¿ajá? No podía haber nada más bajo que yo. Aunque eso todavía estaba por demostrarse, porque de un lado yo seguía rompiendo mis propios record, pero del otro ya iba a entrar en escena Nefastófeles, y a ese cabrón te juro que no le llego. Ni de lejos, ¿ajá? O sea que volvamos a mi amadísimo lacayo.
Supermario no podía creer el gusto que le agarré a la coca. Juraba que era una viciosa de abolengo. Decía: Tú lo traes de familia. No sé si fue el efecto de la coca, o el de los hoffmans, o el de los ecstasies, o el que daba saber que nunca más iba a volver a verlo, el caso es que acabé contándole mi vida a Supermario, y él se reía tanto que yo hasta me engolosinaba platicando, a pesar de que era obvio que estaba pagando por las carcajadas de mi público. Perdón, señor, ¿cuánto me cobraría por reírse de mi putita? ¿Va a querer que le pague por hora o por risotada? ¿Hay algún cargo extra por tirarse al piso? ¿Sabes en qué se fue todo el dinero que saqué de Las Vegas? En Las Vegas, ofcourse. Debería decir que en Supermario, pero como que yo eso no acabo de aceptarlo. Y aparte me compré kilos de ropa. Cuando la gente quiere hablar de mis defectos dice que soy tramposa, egoísta, interesada, manipuladora, y entonces digo bueno, con esos defectazos yo tendría que estar nadando en dólares. ¿Dónde están esos dólares, carajo? Y ahí es cuando de veras brinca el peor de mis defectos: soy una horrorosísima administradora. Una vez le conté a uno de mis mariditos que yo al escote lo consideraba una alcancía, y él opinó que si se trata de dinero, yo no tengo alcancía: tengo drenaje. Y esto era por supuesto una galantería, porque ya ves que a mí nada me dura. Todo lo que me llega es desechable. Soy el mismísimo Drenaje Profundo. Which means Im aIways ínto deep damn shit.
Creo que lo único profundo de mi vida son los abismos. El resto como que lo tengo controlado. Hasta antes de Las Vegas mis abismos no eran tan pinches hondos. Gracias, claro, a la diaria práctica de la inconsciencia, que en mi caso es deporte de alto riesgo. ¿Ves cómo si me fijo en las cosas que me dices? Hasta podría decirte dónde y cuándo me echaste ese piropo. Creo que los abismos crecen conforme una se va alejando de las demás personas. Tratar a los mariditos como perros, a Supermario como gato y al dinero como mierda era mi modo de marcar distancia, como plantar el foso afuera del castillo. De pronto le tendía el puente levadizo y Supermario atravesaba como amante, pero igual media hora después lo iba a cruzar de vuelta como criado. Claro que si te fijas no he dicho ni palabra de su chamba de dealer. Si vas a usar mi idea del castillo para contar esto, pon también que el amante, criado y dealer llenó de cocodrilos ese dique. La coca te hace reina, y una reina no puede rozarse con la plebe. Hablas más, por su puesto, y hasta gritas, pero toda esa gasolina te vuelve inaccesible. La coca deja guardias, diques y cocodrilos para que sólo puedan acercársete dos tipos de personas: proveedores y patrocinadores. A los demás ya ni volteas a verlos. Para qué, pues, si no los necesitas. El dinero, la coca, los hombres, todos pinche conspiran para que una se encierre en su ruleta.
Ya podrás suponer que yo ni me enteré. Mis días en Las Vegas pasaban entre el cuarto, la alberca y los casinos.
Hice por ahí un par de mariditos, nada muy importante aunque eso sí: sublime patrocinio. Y aparte con total honestidad, porque estaba bien claro que yo me iba con ellos porque estaban ganando. ¿Quién va a querer pasar la noche, o el día, o el rato con un güey que no para de perder? Ésa también es ley universal, sólo que ya en Las Vegas es más clara porque los numeritos están a la vista: éstos pierden, aquél gana, tantas risas, tantas jetas. Los perdedores no tienen ni sentido del humor, y cuando tratan de tenerlo se ríen de si mismos, qué patético. Yo también lo hago, claro, pero yo no cuento. O sea que todos cuentan, excepto la que te lo está contando. Además yo no gano, ni pierdo, los que vivimos de hacer trampas no tenemos derecho a entrar al marcador. ¿O si, Diablo Guardián?