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Y todavía más, más, más sana me pareció la idea de salir a estrenar mis gafas, patrocinada amablemente por dos jalonzotes de coconutgroovy. Qué quieres que te diga: ¡Fuck you, Miami!

En Vegas no hay juguetes, hay juguetazos. De hecho me tuve que ir por eso, no podía ser cierto que la vida fuera tan maravillosa. Un día despiertas y descubres que estás en The Ultimate Fuckin’Videogame. Tienes todas las vidas, los controles, la energía, las contraseñas, los atajos. Sobre todo eso: atajos. Las Vegas es una supercarretera, pero sigue valiendo más por sus atajos. Unos se pasan años inventando sistemas para tronar a la banca, otros ganan y se lo queman todo en putas a la carta, y otros igual se meten drogas menos fuertes. Ácidos, tachas, papeles, chochos, no sé cuántas virginidades perdí en el viajecito. Supongo que las suficientes para estar segurísima de que no iba a llegar a los dieciocho años hecha una pendeja. No sabes cómo me podía molestar que mis mariditos se encerraran en el baño a meterle a sus vicios, mientras yo me quedaba viendo tele como retrasada mental. No se me da la tele. Si acaso las películas y los videojuegos. Y Saturday Night Live, que en Las Vegas era como asomarme a mi depto. Yo oía que decían: Livefrom New York! y sonreía, me ponía de buenas pensar: Yo soy de allí. Como indita, ¿me entiendes? Aunque tiene su chic ser indita newyorka, por lo menos te sientes ladina internacional. Aparte tienes la tranquilidad de que siempre habrá un mamón galante que te diga: You dont look very mexican, y tú le puedas contestar que tu papá es alemán y tu mamá española. Si, cómo no, babosa, de Naucalpariburgo y Sevillatlán. Claro que con mi carita de muñeca de lladró nadie iba a imaginarse la cantidad de coatlicues que mis putos antepasados me dejaron escondidas. No me vas a decir que no es de pinches coatlicues pedir un sandwich de ocho cincuenta y encuerársele al mesero. Pero bueno, tampoco fue tan fácil conquistar Tenochudan. Puedes ir y sacar al tlahuica de su templo, pero intenta sacar al templo del tlahuica. Yo sé lo que te digo: ni en una suite del Plaza se te sale entero. Ya el solo hecho de sentirte tentada a chingarte la toalla es delator, pero igual sales con el cenicero, los cerillos, el jabón, el shampoocito. 0 sea como pinche muerta de hambre, ¿ajá? Estás viviendo en pleno primer mundo y te da por ponerte plumas en la cabeza. Güey, no me digas que no te han informado quién ganó. Por eso te decía que el dinero te arregla ese problema de un día para otro. Cómprate unos jabones en Saks y un encendedor Durihill y a ver si andas robándote pendejaditas. En fin, que estábamos en el capitulo de los vicios, que como te decía llegaron bien juntitos, hazte cuenta que pegué un seco en la ruleta. Pero tampoco fueron tantos, qué te crees. Lo que pasa es que yo en Las Vegas descubrí que me hacía mucha falta reírme. Nunca me reía, ¿ajá? En Las Vegas, en cambio, no paraba. Con Snoopy chillaba de risa porque hablaba un español divertidísimo. En realidad hablaba de la mierda, pero a mí en ese estado me parecía de lo más gracioso: guatas, tulas, rajas, coyomas, lachos, pitos, cocos, todo me divertía en grande luego de echarme la gotita de ácido en los ojos. Era como si se quebrara el parabrisas, por dos o tres segundos no veías un carajo, pero después aparecía la siguiente pantalla y Welcome to The Princess Castle, Mario. Ya me acordé: sí se llamaba Mario, porque después pasé a decirle Supermario. No porque fuera muy bueno para algo, más bien porque era idéntico al muñeco del videojuego. Chaparrín, de bigote, asalariado, ingeniosito, y además se hacía grande con un hongo. Lo que más nos hacía reír era que con los ácidos nos hacíamos grandotes y chiquitos. Los jalones de cois eran vidas extra, las tachas nos volvían invencibles, ya sabrás. Los chilenos son buenos para los chistes. O sea, no para contarlos, para reírse de ellos. Por un lado son de lo más calientes, pero también son público agradecido. Y los hombres son fáciles de controlar. Claro que no era el caso de Supermario, O Snoopy, o como quieras que le llame. Éste era un ambicioso y un cabrón. Desde el segundo día me cobró los dulces, el muy prángana. Ésta es la historia de Mario, que era un pinche proletario. Claro que al tercer día no me volvió a tocar más que con algún candy por delante. But íve were heavy users, you know. Se supone que las primeras veces una se modera, pero desde el momento en que me vi coronada como reina de Las Vegas dije: Shít, yo no quiero bajarme de aquí. Además, ya te conté lo pésimo que me estaba yendo antes de darle cuello al sobrecito. ¿Qué querías que hiciera la pobrecita reina, si nunca ha soportado ser parte de la plebe? Aunque eso nunca lo haya descubierto Snoopy, que era bueno de plebeyo. No dudo ni tantito que me haya cobrado los caramelos al doble, pero me daba tanta hueva ponerme a conseguir otro canáyman que al final casi me asocié con Supermario. Bonita reina salí, tirándome a los pinches lacayos para que no me quiten mi corona. Pero como decía una amiguita que tuve luego en México: Antes cobro diez mil pesos por ahogarme entre la mierda que recibir cincuenta por limpiarla. O doscientos por comértela, que es lo que muchos prefieren. Qué asquerosidad. Yo más bien quería hablar de los lacayos: malditos sean todos. Los trepas a un ladrillo y se marean, los pinches changos. Apenas les das trato de personas y te pasan las cuentas de sus traumas. Como si no sufriera una de los mismos calambres. Nunca he visto un periódico que diga: Solicito lacayo. No sé de dónde salen tantos con la ele en la frente. ¿Sabes por qué creo que los detesto? Porque igual que Violetta son capaces de cualquier cosa. O sea por igualados, pero ya ves tú que las reinas somos las menos indicadas para enderezar el mundo. Toda la gente que se propone enderezar al mundo lo que en realidad quiere es enchuecarlo a su medida. No hay nada más torcido que un enderezador. ¿Te digo lo que pienso, Pig? Creo que lo único de veras recto en este mundo está lleno de mierda.

Nunca pude evitar que me dijeran maldiciente pero tampoco puedo ser de otra manera. No sé por qué termino maldiciendo todo lo que la gente me da. ¿Será que soy tan mala usuaria de mi suerte, como decía un pendejo que luego conocí? Hace rato te dije que planeaba hacer chuza en el casino, pero no dije cómo porque ni yo sabía cómo, ¿ajá?, aunque ya me iba imaginando que mi lacayo amante no me iba a regalar más caramelos, por más que yo le regalara toda mi dulzura. ¿Me entiendes? Hay quienes dicen que a los lacayos les falta educación, o sentido común, o elegancia de verdad, pero para mi el único problema es que les falta presupuesto. Y eso ante mis ojitos los descalifica totalmente. Hasta Disneylandia es insoportable sin boletos. Entonces Supermario podía tener todos los caramelos, pero yo ya sabía que en cualquier momento le iba a dar por pedirme unos boletos. O sea que tenía que bajar a donde había boletos y hacer chuza a como diera lugar. Según Supermario, nomás lo que él y yo nos habíamos metido le salía como en trescientos bucks. Ya con el combustible en la nariz, La Terrible Violetta agarró el elevador, se arregló la peluca, pensó en todas las tiendas que iba a visitar y dijo: Píece of cake. Yo sentía que todo tenía que ser fácil, pero ya no decía ni pensaba nada porque otra vez ya estaba doblada de la risa. Me acuerdo que pasé por la pecera de los tiburones, que no sé si a propósito estaba justo atrás de las cajas, y le grité al cajero: Ioufuckin’shark! Sin control, la pendeja. Felicísima.

Al principio se me quedaban viendo raro, pero cuando una se endereza y saca el busto los demás se cuadran. Como si les dijeras: Esto es un asalto. Pero yo ni siquiera los miraba a ellos. Yo no miraba nada, para eso traía puestas mis supergafas, quería reírme a gusto de lo que no estaba viendo. Luego de tantos meses de andar por la vida plantando mi carota de bruta atribulada, sentía como alivio cada vez que decía: Puedo reírme todo lo que quiera, Y al final muchos terminaron riéndose conmigo. No te digo que fuéramos un club de imbéciles carcajeándose, la única que se carcajeaba era yo. Pero estaba aprendiendo a descubrir las maneras que tienen los hombres para reírse contigo, a veces sin mover ni un músculo. Sobre todo si tienen a una mujer junto. Igual todo eso ya lo había visto hasta en el cine, pero checarlo así, tan arriba como estaba yo, le daba un aire como de revelación. La coca es como el amor: llega y te vuelve reina, pero después te va pudriendo sin decírtelo. ¿Qué te pudre? ¿Lo reina o lo cocainómana? No sé, el caso es que yo recuerdo bien Las Vegas porque fue el escenario de mi coronación. Varias veces he pensado en regresar, y si no lo hago es porque no estoy segura que vuelva a ganar. Puedes disimular lo loser en cualquier lado, menos en Las Vegas. ¿Para quiénes crees tú que se inventaron las máquinas tragamonedas? ¿Quién, que no sea perdedor de nacimiento, se está tres horas solo peleándose el dinero con una alcancía? Y yo sé que si un día vuelvo a Las Vegas voy a acabar peleándome los quarters con las máquinas, como acabé en New York inhalando la alfombra donde según yo me quedaba un poquito de reinado en polvo. Las Vegas tiene mi veneno, ¿ajá?, es como si hasta los semáforos del Strip me dijeran: Ya conozco tus vicios. Este capitulo podría llamarse: Bitchin’Las Vegas. ¿Cómo dirías tú? ¿Terreando? No creo. Una cosa es perrear y otra bitchear. Y por supuesto que putear ya pertenece a una categoría superior.

O inferior, depende. Bitchear es según yo algo así como expropiarle la cartera al maridito en turno y aventarse pidiendo lo más caro del menú. Según mi mamá, eso se llama goblear. Yo opino que es pensar más rápido. O sea que lo dejamos en bitchear, que no suena tan feo. ¿Sabes cómo me dijo el puto viejo de Miami cuando le llamé? Youfuckin’slut! Me enojé tanto que le grité: ¡Slut tu puta madre, pendejo! y le colgué. Ya después me pasaba lo mismo a cada rato. Me acuerdo que pensaba: Un día de éstos voy a meterme en un broncón, por pinche respondona. En el Waldorf no puedes armar esos panchitos sin arriesgarte a que los de Seguridad te saquen a patadas por la puerta de servicio. No digo que me lo hayan hecho, pero creo que lo hubiera preferido. Es más, estoy segura. Yo podía imaginarme a los hijos de perra sacándome a patadas, pero nunca jodiéndome el destino sin que yo hiciera nada. Que es lo que sucedió, al final. Pero andábamos en Las Vegas, Your Royal Highness Violetta R. Schmidt se estaba acomodando la corona desde adentro de la nariz. Supermario juraba que la coca te va poniendo azul la sangre, pero yo decía: Si esas cosas fueran ciertas no las sabrían los plebeyos, ¿ajá? El chiste de la coca está en saber dos cosas: Es rica y no hay pa todos. Y aquí tendrías que añadir: Je, je, para que tus lectores me odien rabiosamente. ¿Morderán, tus lectores? Si tú muerdes y yo muerdo, supongo que igual ellos tendrían que morder. Perdone, señor Pig; ¿muerde su libro? ¿Por qué dice aquí arf, en vez de guau? ¿De qué clase de perra está usted hablando?

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