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Teníamos dos días por delante. Eric había pagado por esa y la siguiente noche, sólo faltaban los boletos y las compras, y algo que según yo era importantísimo: el momento en que íbamos a saltar juntos de girbiendy boyfriendajust lovers. Puta madre, qué pánico. No me vas a creer pero todavía me sacudo de acordarme. Ya no me daba miedo el hotel, ni el avión, ni los gringos, ni la policía, ni mis papás, ni Eric. Me daba miedo yo, que no sabía ni madre de los hombres. Excepto el dato de que algunos eran pránganas y ambiciosos, como mi papá, y otros nomás calientes, como el jardinerito. Ya sé que estoy haciendo trampa, tenía que haber visto otros hombres, y por supuesto que los había visto, pero ninguno se parecía a Eric. Ni de lejos, ¿ajá? Y esa noche yo iba a dormir con Eric. Creo que todo ese jueguito de corretearnos y ponernos la misma canción era nuestra manera de no pensar en nada, de hacer cualquier milagro por entendernos antes de que llegara la hora de no entender una chingada. Porque no era posible que solamente yo sintiera nervios. No es que no me quedara claro que los gringos ya andan saltando camas desde los catorce años, pero es que lo miraba y decía: Necesito que esté muerto por mí, porque lo más posible era que se estuviera divirtiendo y ya. Que no hubiera querido quedarse mi dinero sólo porque era honrado. Pero cuando yo pienso que algo tiene que ser, es porque ya no queda de otra sopa. Va a ser así, no hay vuelta. Tenía que ser así porque si no Violetta se iba a derrumbar. Porque no sé si ya notaste que Violetta se estaba enamorando idiotamente de su novio. Qué caso tiene que te cuente todo lo que hicimos en la Gallería si de todas maneras no te voy a poder explicar lo que pasaba. ¿Podrías tú contarme exactamente lo que pasaba en tu cabeza la noche en que nos escapamos a la montaña rusa? Pues yo tampoco puedo. Lo único que sé es que Eric había dejado de ser The Pilot. Los dos éramos Passengers, ¿me captas? Y por más que supiéramos que ese tren se tenía que estrellar, todo era demasiado lindo para andarse con pinches precauciones. Además, él podía regresar a su vidita en cuanto se le diera la gana. Y si yo, que no tenía regreso, estaba tan feliz y so cool, ¿qué podía esperar de Eric? La verdad es que yo esperaba de él sólo una cosa: que a todo me siguiera diciendo que si. El tipo de costumbre que nada más las niñas ricas tienen.

Dicen que cuando una es feliz se queda sin historias que contar. Y ha de ser cierto, porque de Houston no sé ni qué contarte. Hasta donde recuerdo, solamente salimos de la Gallería una vez. Tres cuadritas de ida y de regreso. Había una revista en el hotel con un anuncio que no resistí. Nunca había siquiera oído hablar de Saks Fifth Avenue, pero ya el puro nombre me convenció: era mi primer paso a New York. O más bien el penúltimo. La antesala, ¿ajá? Creo que fue al segundo día en la mañana. Yo estaba enojadísima con Eric, y ni modo de reclamarle. ¿Creerás que el texanito se metió en su cama y se durmió?

Cuando salí del baño lo encontré cuajado, y por más que pensé: Compréndelo, Violetita, llevaba un montón de horas sin dormir, desayuné con el orgullo de a tiro malherido. Estúpido, pensaba. Pendejo, mariquita, inútil, bestia. Yo sudando de frío en el baño, pintándome los ojos y la cara y despintándome quién sabe cuántas veces. Poniéndome el perfume que me había comprado, probándome la bata, la toallita, no sabes. Y Supermán babeando su almohadota. Ni siquiera un smack, un buenas noches, un maldito It’s been such a crazy day. Y ya ves que me mata eso de que alguien me prometa algo y me falle. Ya sé que no me había prometido nada, pero no me digas que ya el puro hecho de dormir juntos no era una especie de promesa. El caso es que yo iba muy sonriente, pero furiosísima. Y apenas entré a Saks se me bajó el coraje. No sé, me nivelé. Por mucho que la Gallería me hiciera tan feliz, esa tienda tenía algo conmigo. ¿Nunca has sentido que una tienda te comprende? ¿Que tiene tus colores, tus tallas, tus excentricidades? Ya sé que estoy sonando como anuncio, que asco, pero te juro que así me pasó. Si no cómo quieres que justifique los ocho mil dólares que me boté. Y con Eric pegado, todo el tiempo. A él le tocó un traje increíble, más zapatos, corbata, camisa y mancuernillas. Armani, Ferragamo, Boss, ya sabes. Era todo tan loco, tan rápido, tan sin motivo, que nos moríamos de risa con cada nueva compra. Jajajá ciento veinte, Jojojó setecientos, jijijí mil quinientos, y como que eso fue acercándonos muchísimo, tanto que en menos de tres horas ya traíamos un ondón, y hasta un par de clientas nos preguntaron si éramos recién casados. ¿Y sabes qué contestó Eric? Les dijo: Yes, ofcourse. Y yo sentía que la cara se me quemaba, no tanto de vergüenza como de no sé, miedo, ansiedad. Me veía en los espejos de la tienda y claro, no tenía ni tantita cara de esposa. Ni siquiera Eric parecía marido, y eso que me llevaba como tres años. En la escuela había niñas de trece que se iban a fumar a las cafeterías y se veían chistosísimas. Quise decir tontísimas, me entiendes: ridículas, pendejas. Yo me veía en los espejos de Saks, que estaban por todos lados, y me acordaba de las niñas fumadoras, con unas ínfulas de femme fatale que hacían reír a todos menos a ellas. Pero igual me callaba, como se debe una callar siempre que oye una estupidez que le conviene. Si Eric quería presumir que era mi esposo, yo tenía el derecho de pedirle que me acompañara al Departamento de Lencería. Mi territorio, baby. Cuando estás con un hombre en Lencería lo puedes sonrojar de putimil maneras. Le pides opiniones, le comentas cositas, lo metes a la conversación con la empleada. ¿Cuál te gusta? ¿Me veré bien con éste? ¿Te atraen los ligueros? ¿Podrías detenerme estos calzoncitos mientras voy a probarme? 0 sea que lo tienes agarrado de los huevos sin tocarlo. Remote control ¿ajá? Y aquí era donde yo tenía una cierta experiencia. Tres de ellas, más bien. Por más que Eric fuera muy diferente del jardinerito, a Dios gracias, yo iba a acabar usando las mismas armas. O sea el cuerpecito de la pequeña Violetta. Utúe Red Riding Violetta. Caperucita con el Lobo arrodillado y sonrojado. Y caliente, además. Eso tenía que ser lo más interesante. Porque si en la noche de Eric no había pasado nada, en la mía se iba a acabar el mundo. Porque lo que es a New York yo no estaba dispuesta a llegar sola, ni pobre, ni virgen. Te lo digo más fácil: De ninguna manera quería aterrizar en la ciudad de mis sueños como una estúpida. Y a mí una virgencita que viaja con su novio me parece estupidísima. Y aquí debería decir algo como me vas a perdonar, pero sigo pensando que aunque escribas mi vida no vas a perdonarme. Que la vas a escribir precisamente para sentenciarme. Señorita Violetta: Queda usted condenada a ser la bruja de este cuento.

Y en fin, que te decía que la bruja de este cuento traía a Eric dando vueltas entre calzones y brasieres de todos los sabores. Imagínate cómo se sentiría cuando se fue la empleada y lo metí de los pelos al probador. O sea, no estaba encuerada. Pero igual si me había quedado en ropa interior. Entonces que lo agarro y que cierro la puerta y que le doy un beso como de aspiradora. En el mero hociquito, ¿verdad?, si no qué chiste. Y el güey no supo ni qué hacer, hazte cuenta que yo era un violador y me estaba tronchiplanchando a una monjita. Pa que mejor me entiendas, sólo metió las manos para zafarse de mí. Ahora que si prometes no triturarte el hígado, te diré que una de esas manos, la derecha, qué casualidad, se me metió hasta dentro de la copa. Y yo sentí una cosa helada que me subía por la espalda. Hazte cuenta los hielos de un bloodymary.

No sé, me dio terror. Un terror delicioso, pero igual terror. Total que el beso no duró ni diez segundos, porque cuando Eric metió las manos yo no pude evitar soltarle una patada en el pinche epicentro de la calentura. Y de mis intereses, si lo ves fríamente. Le di un golpe espantoso. Y el pobrecito nada más sabía decir auch, auch, auch, auch. Gringuísimo hasta para doblarse del dolor. Y yo a medio encuerar, tapándole la boca porque si nos oían seguro que llamaban a Seguridad. Se calló, finalmente, pero afuera ya se oían voces de señoras. Ni modo de salir del probador con todo y Eric. Ni modo de dejarlo solo ahí. Y ni modo de no darte besitos, luego del patadón que le metí. Le decía, muy quedito: Are you hurt? Y él me decía: No, it’s ok, pero yo le insistía: Are you hurt? Y como hurt podía significar tanto herido como lastimado, digamos que la conversación se nos fue yendo de uno al otro lado. Porque lo que al principio quería decir: ¿Estás herido?, pasó a significar: ¿Estás sentido? Im hurt, puede querer decir que tienes madreado el cuerpo, o que quién sabe quién te tiene ardiendo el alma. Entonces te decía que al principio yo le preguntaba por el cuerpo y luego por el alma. Y después otra vez por el cuerpo. Con las mismas palabras, ¿ajá? Y también un discurso enterito en puro body language. No me enteré ni cómo, pero el susto nos lo quitamos con cariñitos. Primero en las mejillas, las orejas, el pelo, el cuello. Y ya luego del cuello los brazos, las piernas, y cuando me di cuenta ya estaba toda encima de él. Una cosa como de fuerza de gravedad, ni modo de evitarlo. Y él me besaba de ida y yo de vuelta y era como si en ese probador se fuera a acabar el mundo y tuviéramos que vivirlo todo en diez minutos. Y ni siquiera diez. Tres, cuatro, por mucho que ahí dentro parecieran eternos. Llegó un momento en que Eric empezó a jalonearme los tirantes, y yo decía yes, no, yes, no, no, no, yes, go on, Eric, dona rever stop, my love, todo muy quedito. Sabía que si nos agarraban en la mera maroma segurito dormíamos en la cárcel, y que a mí me iban a deportar y toda la función, y creo que lo mejor era eso: el miedo, la barda que te saltas porque te están saltando las ganas de no sabes qué, y todo el tiempo estás diciendo: Bueno, ya llegué hasta aquí, pero no puedo ir más lejos, y al minuto ya diste no sé cuántos pasos más. Llevaba un par de días de habérmele escapado a mi familia y ya tenía un fulano besuqueándome los senos en el probador de Saks. A lo mejor soy depravada de nacimiento, porque lo que más me excitaba del asunto era pensar: Soy rápida. Mínimo más que Superman, carajo. Aunque por muy veloz que fuera, igual tenía el otro pie en el freno. Deja que nos pudieran agarrar, lo que me convencía de ya no ir más lejos era pensar que Eric estaba como yo. No te voy a decir que había trazado un plan, pero si estaba preparando todo para su noche, la pequeña Violetta no iba a permitir que el inepto del Lobo la volviera a cagar. Yo podía no tener idea de mi papel encima de una cama, pero no era tan bestia para no sospechar que al probador de Saks le faltaba estatura para competir con un cuarto de doscientos veinte dólares. No es que sea una materialista, pero a ver: Cierra los ojos. Ahora conviértelos a pesos: no me digas que te los gastarías en tener a cualquier putilla bajo techo.

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