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El machete era un arma para matar pero también era pesado y la fabricación basta. El filo rebotaba contra el fino acero del sable. La victoria no iba a ser tan rápida como había esperado Pellier esfuerzo de sostener el pesado, machete empezaba a hacerse sentir.

Ruark vio una abertura, atacó profundamente y bajo desde el costado e hirió a Pellier en un hombro. Un corte superficial, pero Ruark retrocedió, dispuesto a dar cuartel. Pero Pellier aferró su acero, con ambas manos y se abalanzó. Shanna se estremeció de miedo pues pensó que vería a Ruark rebanado en dos, pero él atajó el golpe con su sable. El fino acero resistió. Por un momento los hombres estuvieron frente a frente, tocándose casi las narices, con los aceros, cruzados sobro sus cabezas y los músculos tensos. Pellier retrocedió rápidamente, Ruark saltó hacia atrás para eludir un golpe dirigido a su vientre.

Ahora el combate se volvió cansador. Las armas se encontraban en fortísimos golpes. Pellier embestia y Ruark detenía las arremetidas. En un momento, la hoja del machete se enganchó, en el borde cóncavo del sable y, ya debilitada, se quebró cuando Pellier trató de liberar1a. Sorprendido, el pirata retrocedió varios pasos y quedó mirando la empuñadura mutilada de su arma. Arrojó al suelo el inútil objeto y abrió las manos como si se reconociera derrotado. Atacarlo en ese momento, hubiera sido un asesinato y Ruark asintió con la cabeza y empezó a envainar su sable.

El grito de Shanna lo alertó. Levantó la cabeza en el momento en que la mano de Pellier se separaba de su bota empuñando un largo estilete Pellier levantó el brazo para atacar. Ruark estaba demasiado lejos para golpear, pero blandió el sable y la vaina voló y golpeo al pirata en la cara. Pellier soltó una maldición, tropezó otra vez y su cuchillo cayó al suelo. El francés se recobró, miró a Ruark y entendió lo que decía su mirada.

Rápidamente le entregaron un fino estoque y Pellier empezó a defenderse con toda la habilidad de que era.capaz. Ruark ya no sonreía ni disfrutaba del juego. Comprendía las reglas. ¡A muerte! Su ataque se volvió implacable. Ruark hubiera podido penetrar la ligera defensa pero eso lo habría dejado al descubierto, imposibilitado de enfrentar con su sable más pesado la velocidad del liviano estoque.

Su acero relampagueó como fuego azul cuando tocó el dePellier. Ruark no dejó que su oponente embistiera. Su expresión era severa y empezaba a sentir el esfuerzo de su brazo, pero siguió sin dar cuartel. Ahora un corte abrió la delantera de la,camisa de Pellier. Otro golpe 1o hirió en el muslo y una sangre roja y oscura tiñó sus pantalones. Después 1o alcanzó debajo del brazo. En un instante la punta del acero se hundió y el sable vibró con la fuerza del golpe. Pellier cayó hacia atrás, llevándose consigo el arma de Ruark. Su cuerpo se retorció en el suelo y en seguida quedo inmóvil.

Ruark miró a su alrededor las caras asombradas de los bandidos. Ninguno lo desafió. Después de un momento, retiró su sable y 1o limpió en la corta chaqueta de Pellier. Lo envainó y volvió a mirar a los demás. Madre seguía sentado, inmóvil, en su extraña pbstura encorvada.

– Un arma estupenda -declaró Ruark.,.-. Me ha sido útil.

– Madre asintió con la cabeza.

– Me pregunto si comprendes el resto de esto.

Ruark se encogió de hombros. Harripen se levantó y palmeó a Ruark en el hombro.

– ¡Una buena pelea, muchacho! Y has ganado bastante. El Good Hound es tuyo, por supuesto, y todas las pertenencias de Robby, y su parte del botín y -se volvió y.miró a sus compañeros-. ¿Qué dicen ustedes? ¿Creen que él se 1o ha ganado?

Fuertes risotadas y un coro de afirmaciones respondieron al inglés.

– ¡Un acto de justicia! -gritó Madre-. ¡El esclavo de Trahem tendrá a la hija de Trahern!

– ¡Que así sea, entonces! -anunció Harripen-. Tendrás a la muchacha hasta que sea pagado el rescate.

Trajeron nuevos picheles de ale y Ruark rió. Brindaron por su victoria mientras el cuerpo de Pellier era sacado sin ceremonias.

Cuando Ruark regresó a su lado para tomar sus pistolas, Shanna no pudo disimular su gratitud y logró dirigirle una trémula sonrisa.

Ruark fue al rincón donde estaban los otros tres prisioneros y preguntó:

– ¿Quién de ustedes tiene algo que decir?

Ninguno respondió. Se miraron unos a otros.

– ¡Ajá! Prefieren la esclavitud a ser libres aquí -dijo Ruark, y a continuación preguntó-: ¿Si los dejamos marcharse, dirán al hacendado que su hija está sana y salva y que será retenida como rehén hasta que él pague el rescate?

Los tres asintieron ansiosamente con la cabeza y provocaron una carcajada despectiva de Madre.

– Tontos, preferir a esto el yugo de Trahern.

– Los enviaremos en la balandra mañana al amanecer -ofreció Harripen-. Hasta entonces, dejemos que los pobres muchachos coman algo. ¡Y también la muchacha! Lo necesitará si es que este toro va a j montada.

Shanna dirigió al hombre una mirada furibunda pero aceptó el plato que le trajo la muchacha flaca.

Harripen encontró una pieza de seda rojo brillante y con su cuchillo cortó un trozo largo de tela. Con muchas risas y ceremonias él y el holandés hicieron un lazo en un extremo de la seda y lo colocaron alrededor del cuello de Shanna. Entonces la llevaron junto a Ruark y entregaron el otro extremo al vencedor del duelo. Ruark se prestó al juego, abrazó fuertemente a Shanna y la besó en la boca. Shanna se estremeció en muda protesta ante estas demostraciones en público, pero Ruark la levantó y la cargó sobre un hombro.

Siguiendo las indicaciones de Harripen, Ruark la llevó escalera arriba al alojamiento que había estado reservado para Pellier. Sus compañeros hicieron ademán de seguirlo pero Ruark los detuvo y los obligó a dar media vuelta. Cuando ellos se fueron, Ruark cerró la puerta, la trancó con la gruesa barra y se apoyó en ella con un suspiro de alivio.

En la oscuridad de la habitación, Shanna quedó donde estaba, sin atreverse a mover. Su nariz fue asaltada por el olor fétido del lugar, lo cual le hizo recordar la pesadilla del pozo de basura. Presa de pánico, se apretó contra Ruark. El le rodeó los hombros con el brazo para tranquilizarla.

– La pocilga de Pellier -comentó él desdeñosamente-. Buscaré, una vela. Quizá no es tan malo a la vista como indica el olor. ¿Quieres sentarte? -preguntó cuando sintió que ella se tambaleaba.

Shanna se estremeció.

– No me atrevo hasta no ver que hay aquí.

– Sí -dijo Ruark-. Me temo que en Mare's Head hay algo muerto y nosotros lo averiguaremos.

Después de hallar un cabo de vela, Ruark consiguió encenderlo un suave resplandor se extendió por la habitación.

El cuarto era un caos de ropas desparramadas, botellas vacías y varios cofres y barriles, sin duda parte del botín tomado en las correrías del pirata. Una ornamentada cama de cuatro postes tallados parecía flotar en un mar de basura. Un alto armario estaba abierto y en él veíanse telas de seda y satén descuidadamente amontonadas. Ninguna silla estaba vacía, todas estaban ocupadas por diversos objetos. Unas cortinas de rojo terciopelo, polvorientas y desgarradas, cubrían las ventanas. Una enorme bañera de porcelana contenía restos de botellas y frascos que habían sido arrojados en esa dirección. Había varios espejos en las paredes, todos mirando hacia la cama. Una bacinilla parecía la fuente de los malos olores.

Shanna sintió náuseas y desvió el rostro para no ver el repugnante desorden pero Ruark emprendió acciones más positivas. Descorrió las cortinas Y abrió los postigos para dejar que las brisas oceánicas entraran en la habitación, y arrojó la bacinilla por la ventana. La siguieron frazadas y sábanas sucias y pronto una alta pila de ropas de Pellier, reconocibles por su olor, empezó a formarse debajo de la ventana. Las botellas de la bañera se estrellaron contra las piedras del patio, todo lo que podía amenazar la comodidad fue arrojado fuera de la habitación. Ruark pasó el brazo sobre la mesa y envió los restos resecos de muchas comidas a una sábana que había sacado de la cama. Hizo un lío con la sábana y otras prendas y arrojó todo al patio. Aunque el aire todavía ofendía los sentidos, por lo menos ahora era respirable. Ruark sopló dentro de una jarra que estaba sobre el lavabo y levantó una nube de polvo.

– Parece que Pellier sentía aversión al baño -comentó.

Shanna se estremeció de asco. Ansiaba poder darse un baño y gozar de la comodidad de una cama limpia para su cuerpo agotado. Ruark la contempló con compasión, pero en el salón del piso bajo parecía reinar un silencio expectante. Ruark se acercó a Shanna y cuando ella 1o miró, hizo su petición.

– Grita.

Shanna lo miró sin comprender.

– Grita. Y fuerte -ordenó con firmeza.

Pero Shanna siguió muda, mirándolo fijamente.

Casi con placer, Ruark tomó la suave tela que cubría los pechos de ella y desgarró la bata todo a lo largo.

Y ahora, dando rienda suelta a toda la rabia, los miedos y las frustraciones contenidas, Shanna dio un alarido que hizo temblar los espejos. Se detuvo para tomar aliento y volvió a gritar. Esta vez Ruark se adelantó y le tapó la boca con una mano. Inmediatamente oyeron la tempestad de risotadas que estalló en el salón de abajo.

Ruark la abrazó con fuerza y Shanna sintió que él reía por lo bajo.

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