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CAPITULO VENTICINCO

Irritada, junto a Hergus que roncaba, Shanna se preguntó qué hora sería. Ningún ruido de movimientos ni voces llegaba desde abajo, de las habitaciones que daban al pasillo, pero ella no tenía forma de cerciorarse de si todos dormían.

– Hergus -susurró, y para su satisfacción no recibió respuesta.

No podía emplear la misma maniobra con su padre o con Pitney. Pero calculó que en media hora más todos estarían dormidos.

Se levantó cautelosamente de la cama y fue hasta la silla donde Hergus había dejado la maleta. Sacó una capa de lana, se envolvió en ella y metió los pies en un par de pantuflas. La lluvia aún golpeaba contra los cristales de la ventana y el viento aullaba lúgubremente en los aleros. Una noche fría, húmeda, pero que vendría de maravillas para sus propósitos.

Shanna salió de la habitación, bajó sigilosamente la escalera, atravesó el salón común de la posada y salió al exterior. ¡Libre! Al correr metió los pies en charcos de agua pero su corazón levantó vuelo.

La cabaña era una silueta oscura debajo de árboles enormes, a cierta distancia de la posada. Tímidamente, Shanna llamó a la rústica puerta, que se abrió lentamente con un leve crujido – Nadie salió a recibirla y Shanna empujó la puerta hasta abrirla por completo. Ruark no estaba, pero en el hogar crepitaba un fuego acogedor que iluminaba las paredes de troncos y los muebles escasos y toscos. Shanna entró y se volvió para cerrar la puerta, pero ahogó una exclamación cuando una sombra oscura se irguió ante ella. Su temor duró poco, porque debajo del ala del sombrero que goteaba agua, reconoció el rostro amado.

– Esperaba que vinieras -dijo Ruark roncamente. Cerró la puerta con el pie, puso en el fuego un haz de leña que traía, apoyó su rifle junto a la puerta y arrojó su sombrero sobre la mesa.

– Dios mío, te eché mucho de menos -dijo él y la abrazó, sin pensar en sus ropas mojadas. Su boca cayó sobre la de ella como un ave de presa y la besó con voracidad. Shanna se aferró a él como si fuera la única cosa en su mundo que no girara locamente.

– Te amo -susurró ella, y lágrimas de alegría pusieron chispas en sus ojos cuando levantó la vista para mirarlo. El le tomó la cara entre las manos y la miró a los ojos, como para buscar la verdad en sus profundidades. -Oh, Ruark, te amo.

Riendo de felicidad, él la levantó casi hasta sus hombros y la hizo girar hasta que el ruido de sus risas se mezcló en un torbellino vertiginoso. Ruark la llevó más cerca del fuego y la dejó allí, sonriendo. Muy gentilmente, le acarició una mejilla. Shanna se estremeció en sus ropas mojadas, tanto de frío como de una sensación abrumadora de -dicha que crecía dentro de ella.

– caliéntate aquí. Aguarda un momento.

Ruark se apartó un poco y ella lo siguió con la mirada, como si estuviera hambrienta de verlo. El llevaba unas ropas extrañas: calzones de piel de ciervo que ceñían apretadamente los muslos esbeltos y musculosos y una chaqueta de piel de castor donde brillaban gotas de lluvia, que con el fuego se convertían en un millar de diminutos rubíes. El parecía un animal salvaje, un felino cazador, y ella sintió al mismo tiempo orgullo y temor. Pensó en la pregunta que se había formulado su padre y supo que si Ruark huía hacia su libertad ella lo seguiría a cualquier parte.

El se quitó su pesada chaqueta y la puso sobre los hombros de ella. Shanna se acurrucó debajo de la piel, sintió el calor del cuerpo de él en la prenda y observó mientras él avivaba el fuego hasta que empezó a arder alegremente; después paseó su mirada por la habitación y sus ojos se detuvieron en una armazón de madera y cuerdas que alguna vez debió de servir de cama a los ocupantes de la cabaña.

Ruark vio dónde se habían detenido los ojos de ella y -dijo:

– No temas, amor mío… Ya me he ocupado de asegurar tu comodidad.

Shanna rió y se envolvió más apretadamente con la chaqueta.

– ¡Bestia! Ahora que estoy atrapada en tu guarida, tengo miedo de que me devores.

– ¿Devorarte? -Ruark se quitó su ceñida y oscura camisa de lino y Shanna contuvo el aliento cuando el torso desnudo de él apareció ante ella iluminado por el resplandor del fuego.

– No, no te devoraré, amor. -Estiró una mano y acarició un largo rizo que caía sobre el hombro de ella-. Esta es la copa mágica, llena para los amantes en la mesa de los dioses. Cuando más a menudo se la prueba, más rico es el néctar. Reyes poderosos se han vuelto mendigos tratando de alcanzar los límites de este tesoro. Esto es una cosa que debe ser compartida y que jamás puede ser devorada con egoísta voracidad.

Shanna lo tocó en un brazo y su mirada lo acarició con una expresión posesiva. -No soy otra cosa que egoísta cuando se trata de ti, amor mío.

Ruark la besó ligeramente en los labios. -A mí me sucede lo mismo, contigo, Shanna.

El se agachó y empezó a desatar un envoltorio que estaba en el suelo. Se irguió y lo abrió. El contenido, se extendió como una flor extraña, ultraterrena. Era un montón de ricas, lujosas pieles de profundos rojizos, dorados oscuros, roanos y negros, todo de la mejor calidad.

– ¿Dónde…?

– Esto es mío -:-dijo Ruark respondiendo a Ja pregunta no terminada de ella-. Las traje del carro.

– ¿Pero cómo las conseguiste? ¿Y esas ropas que llevas? Son tuyas ¿verdad? Hechas especialmente para ti.

– Sí -dijo él y sonrió-. Mi familia se enteró de que yo pasaría por aquí y me las envió, eso es todo.

– ¿Tu familia?

– Pronto, amor mío -dijo Ruark- te llevaré con ellos.

Nuevamente se agachó, extendió y alisó las pieles y dejó una a un lado como cobertor. En ese instante Shanna tuvo la visión de un salvaje, semidesnudo, oro y bronce ante el fuego, el cabello sujeto en la nuca en forma de coleta. Aquellos que creyeran que podrían dominar a este hombre eran unos tontos, ya se tratara de Gaylord, Ralston o hasta de su padre.

Ruark se puso de pie y se le acercó. El corazón de ella empezó a latir alocadamente.

– Qué hermosa eres -suspiró él después de desnudarla y en tono de reverencia-. No lo hubiera creído, pero te has vuelto todavía más bella. ¿De qué hechicería te has valido?

Shanna sonrió suavemente. -Ninguna hechicería, amor mío. Tus ojos fe engañan. Has ayunado mucho tiempo y ahora te conformarías con cualquier potaje.

– Vaya, esto no es un cualquier potaje -dijo él roncamente y la atrajo hacia la cama de pieles.

Ruark se quitó la ropa. Después la abrazó. Los suaves pechos de ella se apretaron contra él. Se cumplía un sueño, terminaba la larga tortura del viaje por mar. Los muslos sedosos de Shanna se abrieron a la mano exigente de él, y las caricias errabundas de esa mano arrancaron a Shanna gritos suaves y jadeantes de trémulo gozo. La besó en la boca con labios devoradores, ardientes de amor y pasión, que después descendieron para difundir su calor sobre los pechos estremecidos de ella, que se erguían en ansiosa anticipación. Shanna cerró los ojos y el arrobamiento que, le producía esa boca voraz inundó cada uno de sus, nervios con una intensa excitación. Sintió la urgencia exigente de él contra su cuerpo y después una llama que la penetró, consumiéndola, abrasándola, incendiándola hasta que las oleadas de la pasión la envolvieron con un placer casi intolerable. La oyó respirar ansiosamente junto a su oído, entre roncas, susurradas palabras de amor. Bajo las manos de ella, los duros músculos de la espalda de Ruark se tensaron y flexionaron con varonil vigor. Y entonces se elevaron juntos en una creciente marea de éxtasis.

La lluvia golpeaba, contra las telas enceradas que cubrían las ventanas y el viento aullaba como un fantasma en la noche, pero después de su propia tormenta, Shanna y Ruark yacían pacíficamente dichosos.

Los labios de Ruark mordisquearon suavemente la carne del hombro de Shanna.

– Te construiré una mansión -dijo él.

– Esta cabaña será suficiente… si tú estás conmigo. -Lo miró a los ojos-. Quédate conmigo para siempre. No me dejes nunca.

– No, amor mío. Nunca te dejaré. Te amo.

– y yo a ti.

– Creo que te he amado siempre -confesó Shanna asombrada. Cuando los velos de la ceguera cayeron de mis ojos, te vi como el elegido.

– Tú me elegiste, ¿recuerdas? -sonrió Ruark.

Shanna se apretó contra él. -Sí, eso hice. -Súbitamente seria, -agregó-: Tú conoces estos caminos como si hubieras estado antes aquí. ¿Dónde está tu hogar?

Ruark se estiró perezosamente y flexionó en el aire un brazo bronceado. -Donde quiera que tú estés.

Shanna lo miró con ojos llenos de amor. – ¿y nuestro hogar será como esto?

– ¿Una cabaña en medio del bosque? -Ruark sonrió y susurró. ¿Meses enteros para los dos solos? ¿No te daría miedo?

Como una niñita ansiosa, Shanna negó con la cabeza. -Oh, no, pero nunca me dejes.

– ¿Dejaría yo mi propio corazón, el aliento mismo de mi vida?

– ¿Y los niños? -susurró ella.

– Tendremos una docena -repuso Ruark.

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